No hacía falta consagrarlo como el personaje del año en la última edición de los premios Grammy Latinos. Ni prodigarle la cosecha de títulos que logró por su disco La llave de mi corazón (EMI, 2007). Juan Luis Guerra es desde hace tiempo el indiscutido Rey del Merengue, dueño de un cetro que muchos se disputan en la música popular de la República Dominicana, donde este género es parte sustantiva de la identidad nacional.

Desde el punto de vista estrictamente musical, el talento de Guerra se manifiesta en la renovación de los patrones merengueros, a partir de un reparto inusitado de los timbres orquestales y una visión heterodoxa de la célula rítmica convencional. Pero lo que más llama la atención en su trabajo es la amplitud temática del repertorio y avecinamiento con los conflictos sociales, culturales y psicológicos del dominicano promedio de estos tiempos.

Con estudios académicos en su país y Estados Unidos, la impronta de Guerra en el merengue comenzó a hacerse sentir en 1984, cuando salió al ruedo con su primer álbum, Soplando. Algunos no entendieron una propuesta que, en verdad, no incitaba al baile y tenía influencias visibles del jazz. Otros, sin embargo, notaron la cercanía de la estética del cantautor con la de la trova caribeña. No fue casual que uno de los primeros éxitos para Juan Luis Guerra y su ya constituida banda La 440, fue A Santiago en coche, una versión de éxito del sonero cubano Adalberto Álvarez.

Ya para entonces la madurez del artista tocaba las puertas. En 1989, Ojalá que llueva café trascendió a escala internacional, y vino después Bachata rosa y con un maridaje entre el bolero y el merengue, con repuntes líricos de altísima calidad como Burbujas de amor, sin renunciar al ingenio renovador de La Bilirrubina.

Mas si se trata de ponderar esa visión integradora de arte y sociedad, habrá que detenerse en uno de los temas de Areíto (1992): El costo de la vida, con el que corroboró que su música «es un reflejo de lo que pasa, de lo que yo vivo a diario y porqué no, de lo que me gustaría que me pasara».

No pocos pensaron en un Juan Luis Guerra agotado a mediados de los noventa. Sin embargo, el artista siguió siendo fiel a los aires merengueros de primera línea, y continúa al igual que el rey Midas convirtiendo en oro lo que toca, como lo demostró hacia el cambio de siglo con Las avispas (2004) y en fecha más reciente con La llave de mi corazón y La travesía.