La reconocida pintora ha preferido reencontrarse a sí misma y ahora nos regala su mundo interior a través de la escultura, que Por primera vez expone en el Museo Nacional de Bellas Artes de Cuba.

Si llegas a ella agitado, te invadirá la calma. Si estás en paz, te invadirá por dentro un volcán. Eso sí, ante sus cuadros, nunca tendrás la mente en blanco. Sus múltiples preguntas, serán tuyas también.

Y es que Flora Fong ha venido a darle, suave pero firme, como es ella, ese elemento que le faltaba a la nganga plástica cubana, la raíz china ancestral que llegó a la Isla con los primeros culíes, y que ha estado impregnada en el lenguaje, las palmeras o las lunas recurrentes en la obra de esta famosa pintora. Digo mal cuando la encierro solo en los lienzos, porque Flora se ha desbordado para entrar en el mundo de la escultura, con el duro acero como materia prima, transitando en un proceso que ella confiesa comenzó como idea hace 20 años, para llegar con nueve piezas a exponer por primera vez ella sola, a partir de enero de 2008, en el Museo Nacional de Bellas Artes de Cuba.

No hay divorcio en lo nuevo de sus esculturas, asegura, sino más bien un camino que hace rato estaba por andar, donde la forma en sí de las piezas, algunas con casi tres metros de altura, se complementa con el esmaltado pictórico que les da color y sazón, vida y movimiento.

La inquietud por un planeta que se devora a sí mismo; la universalidad de quien se siente cubana, china y universal; sus hojas de plátanos; los ciclones; la noche; la mujer… todo contenido y a punto de estallar se mezcla en el mundo escultórico de Flora Fong.