El arte de ser Cubano.
Tabaco e identidad Nacional
Las volutas de humo dispersas en el aire, marcan de la mejor manera posible todo lo que significa ser cubano, inyectando el brío de una forma de amar y definiendo un modo de sentir y pensar con la belleza de ese hilo brumoso. Porque para el cubano el tabaco es sumamente importante y, por eso, sin dudas forma parte de su identidad y cultura, lo que se descubre a través de acontecimientos esenciales de su historia y que parten del mismo momento en que los españoles entraron en contacto con la hoja y la llevaron a Europa. Se trata de un verdadero protagonista en las tradiciones, las leyendas, mitos y hasta religiones de los cubanos, a la vez que un producto tan emblemático como la caña de azúcar, a cuya cuenta se levantó el país, se amasaron fortunas y se forjó la Nación. La identidad cultural cubana tiene al habano en su primer plano por muchos motivos y aristas, tanto en el lenguaje como en la historia nacional, las artes plásticas, la arquitectura e, incluso, en el paisaje, el comercio, la economía y hasta en la vida. Un buen ejemplo de ello está en la propia palabra habano, que el Diccionario de la Real Academia Española define como «perteneciente o relativo a La Habana, por extensión a la isla de Cuba y particularmente al tabaco habano», si bien añade que «se dice del color del tabaco claro; cigarro puro elaborado en la isla de Cuba, con hoja de plantas de aquel país». Así es que hasta en la geografía cubana tiene implicaciones identificadoras el habano, gran tema también de la vitolfilia y de la tradición litográfica, en cuyos avances y prosperidad pesaron mucho las exigencias de imagen de los distintos productores y propietarios desde la etapa colonial hasta nuestros días. Igual ocurrió con la arquitectura, si recordamos que el tabaco impuso para las fábricas, un criterio constructivo de grandes escalas, para acomodar en un mismo inmueble todos los pasos de su proceso productivo. Poetas, pintores, escultores, fotógrafos y hasta políticos han encontrado en el tabaco de su tierra una fuerza especial y de él se han hecho acompañar, como de un amuleto. La imagen de esa leyenda revolucionaria mundialmente conocida como el Che, es en la memoria de cualquier cubano la del legendario guerrillero con un tabaco en los labios; o la del ídolo sonero Compay Segundo (Francisco Repilado), que parece imposible de hallar en cualquier archivo sin un habano en ristre; pues, además de cubano de pura cepa, en su tiempo fue torcedor de galera, es decir, tabaquero de oficio. A propósito del tabaco, el escritor, etnólogo y presidente de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba, Miguel Barnet, refirió en alguna entrevista: «en todos mis libros hay referencias al tabaco» y añadía «fumar tabaco es de hombres serenos… el tabaco es como la novela a la literatura; y el cigarrillo es como el cuento».
Una identidad de siempre
Puede decirse que todo comenzó con Rodrigo de Xerez y Luis de Torres, los mejores hombres de Cristóbal Colón, una patente para esa gran proeza que, además de develar a América, significaría descubrir el tabaco. El 27 de octubre de 1492, la expedición española había llegado a tierras de la isla antillana; y entre eventualidades curiosas de los primeros momentos, los emisarios de Colón detectaron que unos indios se llevaban a la boca una especie de tubos de hojas. Empleaban en su incipiente hábito de fumar un instrumento en forma de «Y» que para algunos era cojiba, cohoba o cohiba, de donde viene el nombre de la marca de habanos más emblemática de Cuba. Desde entonces, entre ojerizas y enfrentamientos, el tabaco se abrió paso poco a poco y se hizo un producto comercial y fuente de riqueza, con tan extravagantes devotos como Francis Drake y el corsario John Hawkins, que en los mejores tiempos de las tibias y las calaveras en el Caribe, allá por el siglo XVI, gustaban «aderezar» sus tropelías, con un tabaco en la boca. Muchos negocios se hicieron entonces a cambio de un lote de tabaco, de unas pacas; de modo que la hoja dejaba su huella por los caminos más inverosímiles y menos trillados, conquistando consumidores increíbles, incluso allí, donde nadie los imaginaba. Al tabaco le fue permitido el cultivo por Real Cédula del 20 de octubre de 1614, y otro idéntico documento prohibió después su libre comercialización. El monopolio sobre la hoja en Cuba quedó finalmente refrendado el 18 de diciembre de 1749, al crearse la Real Compañía de Comercio de La Habana y a partir de ese momento aparecieron períodos de estanco y desestancos, guerras y pedidos. Su auge sobrevino al derogarse tal privilegio en 1817. El consumo de tabaco como rapé prácticamente desaparecía y para elaborar puros torcidos, que empezaron a tener mucho más demanda, se fundaron decenas y decenas de pequeños talleres, fundamentalmente en La Habana. Después aparecieron fábricas que hermosearon la ciudad, pues al tratarse de una industria sin maquinarias, silenciosa y sin desagradables olores, sus edificios eran levantados directamente al pie de las principales avenidas y paseos, en las zonas más céntricas, con decorados en fachadas a veces superiores a los inmuebles vecinos, de modo que en el diseño, crecimiento y belleza de la capital cubana, el tabaco tuvo una contribución muy significativa y especial. Entre tantos trances e hitos que a sucesivas generaciones de cubanos han involucrado, en ese espíritu blanquecino del humo, en el calor que genera un habano, en lo compacto de sus hojas, que unidas son capaces de engendrar la mayor de las delicias; y hasta en los ritos afrocubanos en los que el aroma exquisito de un tabaco favorece el contacto con los orishas o dioses del panteón yoruba, otra de las curiosas aristas del tabaco y del arte de ser cubano, se gestaba también la identidad nacional. Nada es más patriótico e identitario en la historia de Cuba, asociado al tabaco, ni de más peso en su cronología de lucha por la independencia, que el período de preparación de la Guerra de 1895 por parte del Héroe Nacional, José Martí, con los tabaqueros de Tampa, Cayo Hueso y Nueva York, en Estados Unidos; y el hecho de que el revolucionario cubano mandara con un tabaquero –y justamente dentro de un puro–, la orden del alzamiento inicial del 24 de Febrero de 1895, el gesto más elocuente e inequívoco de lo que puede significar el tabaco para los cubanos.
Hoja india, consuelo de meditabundos, deleite de los soñadores arquitectos del aire, seno fragante del ópalo alado. José Martí, sobre el tabaco