Mezcla, unión, maridaje. Palabras claves que en momentos de excelencia, se apropian de los sentidos y que también son puntos de apoyo para la grandeza de algunos símbolos del consumo humano. Whiskys, cognacs, brandys y otros de los más distinguidos espirituosos, han maridado en los Festivales del Habano con vitolas de las más renombradas y en ese andar, ha llegado el instante feliz de que aparezcan en escena, los rones cubanos, grandes entre los más grandes del mundo. Especial oportunidad en la que ambos protagonistas provienen de un mismo medio natural y tienen una misma historia común; una edad prácticamente similar de existencia, una necesidad casi afín de acompañarse –al menos para los cubanos, en cuyos ratos de placer puede que nada haya más relajante y sublime que un trago de buen ron de caña y una bocanada de humo de un habano. El ron es una bebida de contrastes y de ahí, también, su excelente engarce con el habano. De modo que estamos en presencia de una gran oportunidad y delicadeza expresadas mediante una unión que nos traerá, sin dudas, entre rones y habanos, joyas verdaderas para el gusto más fino, en un acto casi de amor, pensado para alcanzar la cúspide de la perfección entre dos viejos convivientes. En todo caso de trata de las grandes estrellas de Cuba: el ron, alegre hijo de la caña de azúcar, introducida en la Isla por los españoles en 1493 y de la que se obtienen varios tipos de este espirituoso de la mejor calidad en el todo el mundo; y el tabaco, verdadero tesoro a cuyo propósito escribió Don Salvador de Madariaga en su biografía de Cristóbal Colón: «No habían hallado el Gran Can ni tampoco la fuente donde nace el oro; pero habían encontrado algo que ha alzado desde entonces más ensueños que el oro y que ejerce más poder sobre los hombres de lo que ejercía sobre sus súbditos el Gran Can. Así somos de ciegos para con los favores de la suerte (…) cuando la Naturaleza le ponía oro delante en una forma nueva e inesperada, Colón no lo reconoció y lo dejó seguir desvaneciéndose en humo ante sus propios ojos, sin darse cuenta de su aroma»