Como si el mundo todo pudiera dibujarse
Los niños del aula le hacían llegar a su pupitre los dibujos iniciados para que ella se los completara. Árboles, flores, cabecitas de caballo talladas en madera se colmaron de colores gracias a su precoz condición de artista.
Su padre cantonés y su madre holguinera, trazaron el horizonte de ocho hijos y entre ellos, creció Flora a quien inscribieron con nombre chino como Nube de Otoño.
Pintar y pintar marcó su diálogo con el universo “porque para eso naces. Desde niña me daba una pasión por dibujar y a veces me salían grandes flores que lo abarcaban todo”. Luego la pasión se tornó en estudio intenso, tránsito académico y desde Camagüey inició un viaje infinito por la isla que luego la llevaría al mundo. La Habana fue espacio para la creación, el amor, la familia, los alumnos… el intercambio con sus colegas de las artes plásticas en un ambiente creativo propio de las vanguardias, donde un estilo peculiar se hizo luz, color y formas.
Mezcla china y cubana rezuman sus obras que en el tiempo han transitado desde esa mirada bien adentro, hacia la vida hogareña y en formatos irregulares, hasta incorporar “nuevos conceptos estructurales, espaciales y espirituales.”
De la caligrafía china tomó mucho para los trazos y de la pintura de esa nación “el punto de mira desde lo alto” con una concepción espacial singular. “La estructura compositiva tiene más que ver con ese basamento asiático”. A partir de los detalles se construye el todo de un lenguaje plástico donde ese dejo Oriental, sin embargo, no encubre a una mujer muy cubana y caribeña.
Entre las temáticas encontramos al Caribe que nos une, con sus ciclones, mares encrespados, animalejos costeros, hermosas aves estilizadas, frutas dulces y jugosas como guanábanas, plátanos, chirimoyas… árboles al estilo de las palmas reales; girasoles y flores de toda especie, tanto como ciertos objetos que marcan el paso del ser humano por la tierra.
Así, una silla inmersa en las aguas carga con las casas y criaturas que pueblan esta región en hermoso símbolo sincrético. Poco a poco esos testimonios del imaginario de Flora Fong han saltado del lienzo y la serigrafía al lenguaje escultórico: desde el gran formato en acero-negro hasta el más pequeño en bronce. Y llegan a conformar vitrales, lucetas, enrejados diversos, como si mundo todo pudiera dibujarse.
Cuando su ensueño suelta alas, ella vuelve sobre su infancia y recuerda la estela que entre las nubes dejaron aquellos mágicos papalotes que su padre inventaba seguramente, para colmar su pasión por dibujar. Esos cometas de ingeniosas formas, pájaros multicolores que movían sus alas, llegaban a cantar cortando el viento.