Un alegórico volcán activo. Filantropía, patriotismo y fiestas paganas tradicionales marcan y dignifican esta noble región entre los andes ecuatorianos.

Andar por entre las calles de Latacunga, capital de la provincia Cotopaxi, es como desafiar el tiempo. Y es que esta ciudad simula un museo arquitectónico viviente, porque su casco histórico está muy bien conservado, con sus construcciones de estilo colonial, cuyo origen se remonta al siglo xvi, y que el 25 de mayo de 1982 fuera declarado Patrimonio Cultural del Estado ecuatoriano.
Visitarla es un irremediable salto hacia el pasado y los recuerdos, aun cuando las edificaciones de antaño funcionan hoy como oficinas y negocios. La sede de la administración del gobierno local, un inmueble terminado de construir en 1936 tras veinte y seis años de labor, fue tallado y ornamentado con piedra pómez, al mismísimo estilo neoclásico, en respeto a la armonía de la arquitectura imperante, a pesar de ser erigido siglos después.
Su nombre completo es San Vicente Mártir de Latacunga, localizada al centro-norte de la región interandina de Ecuador, en la hoya del río Patate, atravesada por los afluentes Cutuchi y Pumacunchi. También ha sido denominada «La Sultana del Cotopaxi», por la cercanía al volcán homónimo, siempre al acecho.
El clima de Latacunga promedia anualmente los 12 grados centígrados, y su altura sobre el nivel del mar es de 2 771 metros, en los 00 55’ de latitud sur y los 78 37’ de longitud este.
Sobre su fundación a instancias de España, Wikipedia resume varias fechas, la primera en 1534, donde se le puso el nombre de Asiento de San Vicente Mártir de Latacunga. El 27 de octubre de 1584 se efectúa la inauguración definitiva y formal por el capitán Antonio de Clavijo, quien la bautizó como San Vicente Mártir de Latacunga y sus Corregidores. Luego, el 11 de noviembre de 1811, sería elevada a la categoría de villa, cuando empezó el reparto de tierras e indios desde Quito, mediante encomiendas, mitas y trabajos forzados.
Uno de sus hijos más fervientes, Vicente León y Argüelles (Latacunga, 17 de enero de 1773-Cuzco, 28 de febrero de 1839), quien fue presidente de la Corte Superior de Justicia, prefecto provincial y también gobernador en el Perú, dejó testada su fortuna de una vida a esta región, para que se invirtiera en obras educacionales. El 7 de mayo de 1840, durante el régimen presidencial del venezolano Juan José Flores, se fundó el Colegio San Vicente, actual Instituto Técnico Superior Vicente León, y la Unidad Educativa del mismo nombre, representativa edificación similar a un convento religioso que se mantiene funcionando y es considerada uno de los íconos simbólicos del lugar.

Vivir al lado de un volcán
Por supuesto que una ciudad aledaña a un volcán activo tiene atractivos y peligros a la vez. El Parque Nacional Cotopaxi (PNC) es de esos sitios inolvidables e insignes del Ecuador. A 45 kilómetros al norte de Latacunga, 60 del sudeste de Quito y 75 al noroccidente de Tena, este cráter vivo, a 5 897 metros sobre el nivel del mar, con su casquete coronado por la nieve, se ha ganado el epíteto de Titán de los Andes.
Pero el riesgo en ocasiones funciona como una atracción morbosa. Son muchos los exploradores extranjeros y nacionales que viven la emoción del alpinismo en una altura significativa de América del Sur y el mundo. La subida al Cotopaxi es posible, pues se cuenta con el refugio José Rivas a 4 800 metros de altura, donde se puede descansar, reponer víveres y hasta acampar, para prácticas de senderismo, ciclismo de montaña, cabalgatas, entre un imponente paisaje de lagunas y manantiales, para luego hacer la escalada hacia la cumbre.
Según datos del Instituto Geofísico de la Escuela Politécnica Nacional (IGEPN), a mediados del año 2015, y con su punto crítico en el mes de agosto, el volcán Cotopaxi reanudó sus actividades con emisiones de dióxido de azufre, vibraciones, emanaciones de gas y vapor, dos pequeñas explosiones, y provocó una alerta y la prohibición de subidas a su cúspide por alrededor de dos años.
Fueron varios los ciclos eruptivos de este coloso desde que se tienen registros de su actividad y las más significativas estuvieron en los periodos 1532-1534, 1742-1744, 1766-1768, 1853-1854 y 1877-1880, y acontecieron sobre trece emanaciones mayores de ceniza, pómez, escoria, coladas de lava, que motivaron pérdidas humanas y materiales de consideración.

La fuerza de la cultura y sus tradiciones
La cultura tradicional se vincula a la gesta patriótica y breve del alzamiento contra el dominio español del 11 de noviembre de 1820, que culminó con la ansiada libertad, la cual duró muy poco tiempo, pues fue aplastada por las tropas españolas acantonadas en Quito, y no fue hasta dos años posteriores que alcanza su emancipación definitiva.
La comparsa de la Mama Negra, Patrimonio Cultural e Inmaterial del Estado, conmemora el alzamiento libertario, y por eso se desarrolla todos los años en el mes de noviembre. Desde sus orígenes, entrelaza prácticas paganas y cristianas, indígenas, africanas y españolas, donde previamente se selecciona, entre los habitantes de gran prestigio, a los cinco personajes pintorescos principales: La Mama Negra (hombre vestido de mujer, montado sobre un caballo; en la mano derecha lleva una muñeca negra, y con la mano izquierda arroja al público leche con agua), El Rey Moro, El Ángel de la Estrella, El Capitán y El Abanderado, y desde este siglo xxi la celebración es un homenaje a la Virgen de la Merced, patrona que nos protege de las erupciones del volcán Cotopaxi, el segundo en tamaño -antecedido por el Chimborazo- en este país sudamericano.
La cultura culinaria tradicional es muy especial: el chugchuara, un plato confeccionado con carne de chancho frito, mote (grano típico), papas y plátanos maduros fritos, servido con empanadas, canguil y cuero de cerdo, más ají; las ullullas, elaboradas con harina de trigo cocida con manteca de puerco y huevos, honor de la gastronomía campesina y española; y el rico queso de hoja, conformado con la unión del derivado del lácteo con la hoja de achira, que le da un sabor inconfundible.
Y para los que gusten caminar por los vericuetos citadinos, tendrán la posibilidad de admirar edificaciones de carácter religioso como la Catedral (cúpula octagonal de estilo romántico), El Salto (con sus torres gemelas), Capilla de La Merced (sobre un plano en cruz latina), San Agustín (capitel jónico terminado en cornisa), San Francisco (ruinas de un terremoto), más el Molino de Monserrat, de 1756, donde hay un centro cultural múltiple en el que se ubica el Museo Arqueológico y el Folklórico, y la galería o pinacoteca, con obras de Enrique Tábara Zerna (Guayaquil, 1930), Isabel Guerrera Peñamaría (Madrid, 1947) y Oswaldo Guayasamín (Quito, 1919-Baltimore, 1999), entre otras luminarias de las artes.
La ciudad de Latacunga posee el Aeropuerto Internacional Cotopaxi, uno de los más grandes e importantes del país, por lo que está garantizada la conexión de llegada desde otros rincones del planeta. Desde Quito u otras regiones del Ecuador se pueden organizar recorridos terrestres que incluyan la transportación y la posterior subida al enigmático volcán, que espera con suspiros de gases desde sus entrañas en las profundidades de la tierra.
Una amiga de Latacunga respondió con mucha pasión a mi pregunta de cuáles eran sus gentilicios: «Cotopaxenses por el volcán, latacungueños por la zona, pero ante todo maschas, porque nuestras madres, por generaciones, nos han alimentado con machica, una harina cebada tostada con la que se hace el típico chapo (agua aromatizada, machica y azúcar). De ahí nuestro orgullo de pertenencia, desde los biberones».