Altivo y gentil va por la vida y por los teatros del mundo en su incesante lucha por el arte de la danza. La primera cualidad se debe a que conserva intacta la postura y cierta dosis aceptable de arrogancia en el talante del bailarín que fue, sin formación académica tradicional, pero fogueado en la práctica con maestros de distintas disciplinas de la escena y múltiples exigencias técnicas, los cuales lo hicieron grande en el arte del movimiento y hasta lo llevaron a actuar. Y la segunda, porque irradia cordialidad en la energía que pone en su trabajo, incansable y locuaz, acierto a la comunicación con su voz rajada y su mirada intensa, que engancha al interlocutor.
Hablo de Miguel Iglesias, recién distinguido con el Premio Nacional de Danza 2018, un reconocimiento que, aunque muy merecido desde hace años, no es para él culminación ni meta, sino solo un punto feliz en una carrera de amplias proyecciones y total entrega.
Miguel fue el bailarín que debutó en 1967, casi por los azares que depara la amistad, en el Ballet de la Televisión Cubana, y dos años más tarde saltó a lo clásico hasta el entonces muy joven Ballet de Camagüey, donde creció con el magisterio de Joaquín Banegas, Azari Plizetski y Loipa Araújo. Fue primer bailarín y protagonista de obras de Alberto Méndez, Iván Tenorio y Gustavo Herrera, coreografiadas para la compañía.
El propio artista ha contado que fue una presentación de Medea y los negreros, la reescritura caribeña del mito griego que el maestro Ramiro Guerra emprendió al frente del Conjunto Nacional de Danza Moderna, la que le dio la sacudida necesaria para definir, de una vez, su camino definitivo en la danza. Apenas a ocho años de su debut en las tablas, se convirtió en miembro pleno del Conjunto Nacional de Danza Moderna.
Allí bailó bajo la guía de numerosos coreógrafos y fue parte de los primeros estrenos de Marianela Boán y Rosario Cárdenas. En época en que la agrupación se llamaba Danza Nacional de Cuba, estuvo dirigido por el músico Sergio Vitier.
Danza Contemporánea de Cuba no es una compañía de autor, pero tiene una dirección artística que indaga en la oposición al invitar coreógrafos que proponen diferentes lenguajes y retos.
Se dice que Danza Contemporánea de Cuba ha devenido una suerte de compañía madre, de la que se han nutrido muchos artistas que hoy defienden un espacio propio.
Entre los méritos que le han ganado el Premio Nacional de Danza está su vocación pedagógica, en vínculo con la enseñanza artística, que se evidencia en numerosas acciones para impulsar la manifestación, más allá de la alta formación técnica que exhiben los bailarines de la compañía.
Miguel recibió también en enero el Premio del Gran Teatro de La Habana Alicia Alonso 2017, además de que su colectivo se alzó con uno de los Villanueva de la Crítica por Carmina Burana.
Para Miguel no hay baja intensidad. Cubano mundial, sanguíneo y vitalísimo, en lucha rebelde contra la mediocridad en el arte y en la vida para desarrollar el talento; enamorado de su trabajo entre los que más, aglutinador y responsable desde un complejo ejercicio cotidiano que mezcla el liderazgo artístico, la paternidad y la orientación humanista en relación con sus bailarines, Miguel Iglesias es cerebro y corazón de la danza contemporánea cubana.