Uno de los múltiples aspectos de la vida cultural que enlaza a los pueblos del Caribe, vistos en una amplia acepción histórico-social y geográfica, es sin lugar a dudas la rica herencia africana desde los albores del siglo XVI hasta el presente. Todo este proceso nos permite ver a la distancia de varios siglos cómo el terrible holocausto de la trata moderna de africanos esclavizados se transformó en inmensa fortaleza patrimonial, gracias a la tenaz resistencia de muchas generaciones que lograron borrar las barreras del silencio.

La africanía del Caribe no debe interpretarse de manera simple sólo mediante la apariencia física de las personas, pues esa visión empobrecería la grandeza de un legado sumamente abarcador. El asunto es mucho más profundo y serio. Se afinca en la memoria de los intensos movimientos migratorios, forzados unos, voluntarios otros, de la trata transamericana y caribeña, que pasa por los trasvases de fuerza de trabajo en toda la región. Se encuentra relacionado con la razón de ser de muchos pueblos del área; es como la raíz de un árbol muy frondoso que se hunde y absorbe todo lo imaginable y lo inimaginable.

Se halla esta africanía caribeña en muy variados componentes de la diversidad cultural; abarca las cosmovisiones de las religiones afroamericanas y sus intrincadas conexiones en este y otro contexto; la complejidad y atractivo de las fiestas populares; el flujo y reflujo de las expresiones musicales y danzarias, que incluye el amplio arsenal sonoro de muchos instrumentos musicales; el mundo mítico y poético que se refleja en la creación plástica, el teatro y la literatura; en la persistencia de las tradiciones orales generadoras de cuentos, leyendas, refranes, augurios, conjuros y otras manifestaciones, permanentemente readecuadas a sus lenguas y espacios de comunicación; en los hábitos y tradiciones alimentarias y en todo un cúmulo de aspectos socioculturales que son asumidos como signos de identidad compartida y en constante devenir.

Ese legado cultural ha sido reconocido por la comunidad internacional a través de la UNESCO, en las diferentes proclamaciones de las Obras maestras del patrimonio oral e inmaterial de la Humanidad, a partir del año 2001. Tales han sido los casos de La lengua, danzas y música de los garifuna (Belice, Honduras, Guatemala y Nicaragua); es decir, por lo que de evidente herencia africana tienen los denominados «caribes negros»; el Espacio cultural de la hermandad del Espíritu Santo de los congos de Villa Mella (República Dominicana); El Carnaval de Barranquilla (Colombia); La Tumba Francesa de la Caridad de Oriente (Cuba); Las tradiciones de los Marrons de Moore Town (Jamaica); y más recientemente El drama bailado Cocolo (República Dominicana).

Todo lo anterior se relaciona con una parte de los resultados del proyecto internacional La Ruta del Esclavo, también auspiciado por la UNESCO, con la significación comparativa que posee el turismo de ruta multidestino y con la importancia que cada día adquiere el reconocimiento del patrimonio cultural vivo, vinculado con los espacios construidos o naturales donde el ser humano se asienta y desarrolla su vida cotidiana.