La piratería en el mundo de los viajes no es sólo historia pasada. Hoy también existe, aunque los piratas se disfracen de mil maneras diferentes. Hay buenos profesionales, y los hay que desprestigian la profesión. Por ello no podemos afirmar que todos los taxistas de los aeropuertos son piratas, como tampoco lo eran todos los capitanes de los barcos mercantes en su momento. Con el tiempo también nació una nueva raza, un nuevo tipo de novedosos piratas, que enfundados en elegantes trajes, con sus grandes empresas y líneas aéreas, se dedicaron a expoliar a los pequeños países que, ansiosos de tener turistas y a alguien que los transportara hasta sus pequeñas islas, confiaban en esas grandes compañías que deslumbran con sus medios, con un gran número de agencias de viajes, grandes aviones, departamentos de producción editorial, de promoción y publicidad, con los que obtienen importantes ingresos, que en ocasiones mejoran sus cuentas de resultados de forma considerable. En otras, se usan para hacer dumping y ofrecer precios por debajo de costes reales, para ofrecer destinos a unos precios increíbles y de esa manera machacar a la competencia. Pero también las utilizan para maquillar los resultados de sus compañías y, aunque su dedicación y negocio es vender viajes, juegan con ese dinero, nacido del producto de negociaciones, normalmente abusivas, con los medios de comunicación y con otros proveedores, utilizando dinero que no es el suyo sino de los países que han confiado en ellos. Este dinero negro sirve también para pagar a esos empleados fieles, que participan en sus marañas de piratas.

La prueba la tenemos en un importante grupo español cuyos dirigentes están siendo procesados por estos juegos irregulares. Pero no es éste el único efecto del juego piratesco de los nuevos corsarios del turismo. Lo que empeora y agrava el problema es la imagen que queda de todos los tour operadores españoles y de España en el mercado internacional, y es algo que en el sector no se debería consentir. Son aquellos tour operadores que abrieron destinos con la firme promesa de trabajar durante varios años en la apertura del mercado, y una vez que lograron sus intereses económicos a corto plazo, no continuaron con el trabajo. Tenemos los nombres recientes de lugares como Aruba, San Martín, Vallarta y algunos más. Las mañas de estos tour operadores sumado, en ocasiones, al afán de algunos destinos de querer escuchar lo que les dicen, por su propia ambición o necesidades, no les permite ver la realidad de los mercados y de la escala de tiempo auténticamente necesaria para promocionar un país en un nuevo mercado, convirtiéndose así en la causa de que estos nuevos timadores de guante blanco puedan hacer sus espurios negocios.

El deber del sector del turismo es luchar para que este tipo de personas, que dirigen estas nefastas compañías, no enturbien la imagen del resto del sector. Realmente es una pena que detrás de tanta imagen de seriedad, de tan bonitos trajes, de palabras como “puntualidad, calidad y buen servicio”, exista una maraña tan negra que empañe el prestigio, no solo de un sector, sino también de un país, como el que cobija a estos nuevos piratas y bucaneros del siglo XXI.

José Carlos de Santiago - Editor