Suenan las campanas en Puerto Vallarta, ha muerto el papa y paso por otro momento único, emocionante, de tristeza en este caso, pero indescriptible. Cada sonido está con cada latido, ansioso, desbocado, haciéndonos saber con rotundidad que estamos vivos. Y son estos momentos los que te remueven por dentro, los que te ponen frente a la muerte y ves la auténtica dimensión de la vida, de lo pequeño de nuestra persona y de las cosas de cada día. También las grandes. Y así lo he descubierto en estos meses en México, he sentido que lo más grande, lo que realmente tiene sentido en este mundo es ser bueno con los demás, recibir el cariño de los que te quieren. Aunque parezca la dedicatoria de un libro, realmente es lo que deseo, dedicar unas líneas en esta revista a la gente que me quiere cada día en este pueblo que ya es un poco mió, a los que hacen posible que pueda escribir, llevar la publicación a muchos rincones, a los que me dan la alegría y la intensidad para poder escribir de cada piedra, de cada acontecimiento y de cada ser humano. De su luz y su cariño, de su apoyo cuando las cosas no siempre se ponen fáciles. No necesito decir nombres porque cada uno que me sonríe, me brinda unos minutos de charla, un café en los momentos bajos, un abrazo…saben quienes son y a todos ya les llevo en el corazón. Todo lo demás no importa, parecer sentimental tampoco, mis amigos de Puerto Vallarta me han hecho recordar el sentido de esto llamado vida, me llenan el espíritu y por eso deseo permanecer entre sus gentes y en sus calles, entre ellos, trabajando para ser alguien que les devuelva un poquito de su inmensidad.

Consuelo Elipe