Ruta natural hacia la historia
Sin duda alguna, el hecho histórico que más se recuerda en esta región francesa de Languedoc fue el atroz combate que sostuvieron los llamados cátaros –seguidores de aquella exótica religión venida de Oriente y que fue tan bien acogida en algunas regiones europeas (especialmente en Occitania)–, cuya doctrina era pregonar la pobreza y la vida ascética contra los excesos despilfarradores de la corte papal del siglo XIII, que cómodamente se había instalado en la riqueza.
La guerra ideológica comenzó cuando la Iglesia católica se vio seriamente amenazada por el poder de una doctrina «de perfección espiritual» que se extendía como la pólvora por la Europa de la Edad Media. Para combatir lo que el imperio pontificio consideraba como una herejía, promovió una sangrienta cruzada que, tras casi dos siglos de obstinada persecución cuajados de sangrientas batallas, terminó con el asedio al castillo de Montségur, fortaleza en la que se habían refugiado los últimos herejes. El asedio, que se extendió durante los diez meses comprendidos entre mayo de 1243 y marzo de 1244, concluyó con la rendición de los más de los 200 cátaros que no quisieron abjurar de su fe, desafiando así la autoridad del rey de Francia y la teocracia del papa de Roma. Los derrotados fueron quemados en la hoguera.
Más allá de los hechos puramente históricos, la tragedia del castillo de Montségur propició la aparición de varias leyendas de carácter esotérico y con matices de ocultismo hasta convertirse en uno de los lugares turísticos más visitados del sur de Francia.
Hoy día podemos subir hasta la inexpugnable fortaleza (que en su época no resultó tan segura) por un camino pedregoso que, aunque de inclinada pendiente, no resulta excesivamente duro. A medio camino de la excursión encontraremos una estela, erigida en 1960, que conmemora el lugar donde fueron quemados los últimos perseguidos cristianos, recordando el hecho luctuoso.
Proseguimos el camino hasta encontrar la taquilla, porque hay que pagar para ver los ruinosos vestigios que quedan del castillo, aunque si se madruga y la escalada se inicia temprano… no hay nadie en la taquilla y se entra gratis. Se tarda aproximadamente una hora en alcanzar el umbral de acceso al patio interior, lugar aparentemente mágico, ya que algunos visitantes aprovechan para deshacerse de las tensiones de la vida cotidiana y practicar toda suerte de dinámicas corporales y rituales meditativos a fin de cargarse de energía positiva. No se puede acampar en el lugar, ya que el recinto está clasificado como monumento histórico, pero a juzgar por los pertrechos que algunos excursionistas llevan consigo, seguro que a muchos les hubiese encantado.
Si, por el contrario, no se siente atraído por el hechizo cátaro, la región de Ariège tiene otros muchos alicientes. Por ejemplo, es el paraíso de la bicicleta. La región hace feliz a todos los enamorados de los circuitos en bici, ya que incluso tiene un servicio turístico llamado accueil vélo (acogida bicicleta), que dispone de albergues para excursionistas con garajes para bicis. Casi todos los caminos verdes se pueden recorrer a dos ruedas siguiendo el trazado de la antigua vía de ferrocarril.
Si prefiere emplear el tiempo en jornadas de senderismo, lo mejor es ponerse en contacto con un guía profesional que le conducirá a los refugios de montaña, donde se disfruta del avistamiento de águilas reales y se respira aire puro mientras se contempla el magnífico panorama del Pirineo. Allí vivirá momentos «naturales» fuera de toda contaminación… y también podrá meditar de otra manera.
Por poco espíritu aventurero que tenga, una escapada a Ariège será como una inyección de naturaleza virgen en vena… ¡irresistible!
Para viajar a la región de Ariège existen enlaces directos regulares por avión desde Madrid y Barcelona hasta la ciudad de Toulouse. Alquilar un coche puede ser una buena opción, pero si está en forma… también puede iniciar ya la caminata y respirar profundamente.