Desde hace muchos años Alberto Lescay mantiene una relación de trabajo cercana con el Grupo Excelencias y su Presidente, José Carlos de Santiago.

ME HE DADO CUENTA DE QUE EN ESTOS 50 AÑOS DE VIDA PROFESIONAL EN REALIDAD HE ESTADO INTENTANDO PINTAR, ESCULPIR A MI ABUELO MAMBÍ, RECONOCE EL DESTACADO ARTISTA CUBANO DE LA PLÁSTICA

Tenía siete años cuando se fue a vivir con su abuela en el campo. Fue entonces que descubrió los machetes que le llenaron los ojos. «Son de tu abuelo Jaime», le respondió aquella señora linda cuando Alberto Lescay le preguntó qué hacían allí, en la esquina del cuarto. Eran tiempos en que todavía no le había llegado la certeza de que quería ser escultor y pintor, esa profesión bendita que ha llenado su vida de satisfacciones durante 50 años. Sin embargo, desde entonces es el dueño de una reliquia que contribuyó a que empezara a admirar enormemente a ese valiente mambí que nunca conoció.
«Por eso me enamoré de Maceo, de Mariana, de la Historia de Cuba. He arribado a la conclusión de que cuando hice el Monumento a Maceo, el Monumento al Cimarrón, a Mariana, etcétera, sin darme cuenta he estado revelando a mi abuelo, que siempre ha estado dentro de mí», reconoce.
Definitivamente es notable la presencia de Jaime Merencio en Viaje perpetuo, la exposición con la cual Lescay celebró estas cinco décadas: la presencia de su abuelo y de Fidel, «quien ha sido el mambí más grande que hemos tenido, el cimarrón triunfador. Ese legado debe continuar en nosotros, en nuestros hijos y nietos», narra este artista al hacer referencia a las piezas que, hasta hace poco, ocuparon el icónico Memorial José Martí de La Habana.
«Me encontraba en la Plaza Antonio Maceo el día en que Raúl leyó aquel documento en instantes tan duros para Cuba, estaba cerca cuando el General de Ejército nos informó que Fidel no quería ningún monumento... Y yo llevaba más de 15 años trabajando en ese proyecto. Sin embargo, mi Comandante no quiso y ello era suficiente. Me dije: me jodió, pero fue la última “galleta” que le dio a sus enemigos, una última lección de modestia.
«Viaje perpetuo es una exposición poco común. Así, junto a la maqueta de El monumento prohibido, dedicado a Fidel, aparece el primer retrato escultórico (creo que el único que existe) hecho a Pedro Sarría Tartabull, uno de esos hombres que han sido un poquito olvidados, pero libró a Fidel de la muerte cuando fue sorprendido por los guardias de Batista. Aquel “las ideas no se matan” lo salvó.
«Pues bien, ese retrato escultórico fue colocado en el Moncada cuando se conmemoró el aniversario 60 del asalto, por iniciativa de Fidel, Raúl, Almeida. Es el único busto que se halla en el antiguo cuartel junto al de Martí, por cierto, otro honor que también me tocó... En estos 50 años ha sido y será perpetuo este camino de intentar pintar y esculpir a mi abuelo mambí, que se traduce en pintar y esculpir a mi país, a mi Patria».
Entonces fue el año 1968 en que todo comenzó...
«Al menos esa es la fecha en que pinté el primer cuadro que tomo como válido. Ese año, en que egresé de la Academia de Artes Plásticas José Joaquín Tejada, de Santiago de Cuba, también salió publicada una crítica muy dura sobre mi trabajo, que creo dio lugar a esta obra. Desde entonces valoro muy seriamente a la crítica, cuya presencia siempre reclamo, no solo como artista, sino también como ciudadano, como ente social.
«El cuadro, sobre una carga al machete, posee dos metros por 1,80. Recuerdo que quería hacer uno bien grande y tuve que sacar el carro de mi papá del garaje, porque mi cuarto era chiquito. Conseguí unos sacos de harina y mi mamá, que es costurera, me los cosió para poder alcanzar el tamaño que quería. Armé el bastidor con mis propias manos, reparé el lienzo con engrudo de harina y sobre él pinté».
¿Por qué esa decisión de ir a estudiar a la antigua Unión Soviética (URSS) cuando ya te habías graduado en Cuba?
«Sí, había estudiado pintura por cuatro años en la Academia José Joaquín Tejada y terminado escultura en la Escuela Nacional de Arte (ENA), pero sentía que me faltaban herramientas para realizar monumentos, que era mi gran sueño. Por eso acepté gustoso la beca. Siempre he visto la escultura de salón como una segunda opción dentro de mi carrera, sin embargo, el arte monumental en espacios abiertos, públicos, ha sido mi eterna devoción.
«Me hice la idea de que el completamiento que necesitaba lo encontraría en la Academia Repin, de escultura, arquitectura, pintura y gráfica, la de más prestigio en la URSS y en toda Europa, con su enfoque hacia la formación de la escultura clásica (griega, italiana y francesa, de los siglos XVIII y XIX). En eso eran muy sinceros. Te daban las claves básicas para que pudieras dominar las técnicas diversas que luego te permitieran resolver cualquier problema.
«En Cuba yo había pasado la escuela de la creatividad, por eso no me preocupaba tanto el hecho de que fuera una academia muy cerrada, pues lo que quería era poseer la técnica. Fueron seis años muy duros, que me sirvieron para poder alcanzar mi meta mayor: hacer monumentos».
Algunos pensaron que convertido ya en Maestro en Arte, egresado de la Academia Repin, permanecerías en La Habana...
«Esa era una decisión que había que estudiar muy bien. Recorrí el país para buscar mi nido, mi asidero. Me moví por la Isla de la Juventud, al igual que por Pinar del Río, Matanzas... Necesitaba tocar toda la Isla con mis manos. Sin embargo, la cuenta me daba siempre Santiago. Desde que llegué empecé a trabajar como profesor de escultura monumental. Ocurrió que existía un proyecto con el cual estuve muy vinculado, el Taller Cultural: un hervidero creativo de jóvenes inquietos. Su creador, Quintín Pino Machado, interpretó muy bien la herencia de la Columna Juvenil de Escritores y Artistas de Oriente, entre cuyos fundadores me encontraba. Cuando se creó el Ministerio de Cultura, Hart lo necesitó en la capital y él le entregó al movimiento la infraestructura de su oficina.
«Yo arribé a Santiago en ese mismo instante, y empecé a trabajar allí, además de en la academia. Una excelente preparación que me vino muy bien cuando se convocó el concurso para realizar el monumento al General Antonio Maceo (1982). Determiné preparar un equipo interdisciplinario muy sólido porque quería ganar. Sin dudas, mi primera obra importante, de relevancia, fue la Plaza Antonio Maceo, que significó una nueva escuela».