LescayA cielo abierto Cimarrón
El Monumento al Cimarrón, es un homenaje a los cientos de hombres y mujeres que prefirieron morir antes que ser esclavos, pero también un acto participativo donde se depositan ofrendas, interactuando así hombre-rito-naturaleza en vuelo a la espiritualidad
Hace casi cinco siglos, en 1540, un maestro fundidor venido de España tuvo la idea de crear una casa de fundición cercana a Santiago de Cuba, en el Cerro del Cardenillo. Hasta allí trajeron esclavos para laborar en un proyecto que al final fracasó, pues hacia 1637 estaba totalmente abandonado. No obstante, unos años después el gobernador de la ciudad quiso sacar a los vecinos del pueblo, los antiguos esclavos, y venderlos a los dueños de plantaciones.
Más de cien hombres y mujeres armados salieron a las montañas dispuestos a morir antes de ser esclavizados. Juntados en palenques, los cimarrones pudieron burlar las fuerzas coloniales lanzadas contra ellos, iniciando una tradición de lucha que duraría varios siglos.
En homenaje universal al cimarronaje fue encargado por la Casa del Caribe el Monumento al Cimarrón. Esta fue una idea original del artista plástico Alberto Lescay, quien a partir de investigaciones históricas de Joel James Figarola, propusieron juntos, en 1997, levantar en el Cerro del Cardenillo, cercano al poblado El Cobre, un monumento patrocinado por la División de Proyectos Culturales de la UNESCO, la Fundación Caguayo y el Gobierno de la provincia de Santiago de Cuba.
Inaugurado en la XVII Edición del Festival de la Cultura Caribeña, el monumento, inscrito en el proyecto La Ruta del Esclavo, documenta la historia de América a la manera de la gran cimarronada carpenteriana.
Símbolo medular del conjunto es la caldera, que inicialmente fue propiedad de un ingenio azucarero de la colonia en el siglo XVIII. Con su emplazamiento en las rocas como cima de una montaña, Lescay sustituye la base tradicional de la monumentalidad permitiendo una conexión natural del caldero con la tierra, pues en la nganga ritual habitaban los espíritus de los antepasados, por lo cual los cimarrones, aún en el palenque, solo portaban para su protección el mkuto y no tenían armas de fuego, pues la nganga como fuerza de su pasado los defendía.
De esa misma fuerza emerge la forma broncínea del complejo, como la rebeldía contenida en el caldero. En la multiplicidad de rostros se destaca el elemento reproductivo fálico, metamorfoseado de manera que alude a ambos sexos e incluso, al reino animal. Para la realización del proyecto escultórico, Lescay partió de motivaciones esenciales: de la obra Nganga Viva, bronce y hierro 40x35x30 cm. (1990) símbolo del Festival del Caribe y de la leyenda católica sobre la aparición de la Virgen en la Bahía de Nipe, que actualmente se atesora en la Iglesia de El Cobre.
En la semblanza además está la cabeza de un pájaro, que puede transformarse en caballo en un ritmo contrastado por la diversidad de formas, mientras la mano es la imagen entre lo terrenal y lo universal, la marca, una mirada eterna entre El Cimarrón y la Virgen de la Caridad, Patrona de Cuba, donde se humaniza en el acercamiento constante del hombre a la emancipación, salido de su nganga como fuerza vibratoria al espacio total.