Armando Lorenzo Munnet –para todos los que le conocemos Pity–conoce del valor de las pequeñas cosas y, por esa misma razón, no las considera “pequeñas”.  Disfruta a diario de su hogar, su familia y de la niña de sus ojos: un Ford Victoria 1955, tuneado por él mismo.

Hace casi veinte años este Ford Victoria entró en su vida.  Un amigo suyo lo adquirió de su dueño original –un campesino de Güines, pueblito a unos 50 km de La Habana– y casi de inmediato lo condenó al garaje de su casa por varios años.  Finalmente Pity –me resisto al formalismo de usar su nombre– logró reunir lo suficiente para adquirirlo y convenció a su amigo para que le vendiera el Ford.  Resulta que Pity es un enamorado de la marca y, en especial, del modelo Mustang. Ante la imposibilidad de adquirir este modelo, su ilusión siempre había sido adquirir otro modelo de Ford, y comenzar a incorporarle agregados de Mustang, para tunear el automóvil y orientarlo al alto rendimiento, sobre todo a las carreras amateur del cuarto de milla y similares, las cuales son su pasión.

Con paciencia fue adquiriendo agregados, comenzando por el motor V8 del Mustang 1966, que luego complementó con una transmisión C5, de ese mismo modelo.  Las transformaciones continuaron y se sustituyeron frenos, llantas, carburador y, sobre todo, la suspensión. La carrocería misma fue transformada para alojar de mejor forma los agregados y para buscar funcionalidad de cara a la competición.  El trabajo lo realizaba, en su mayoría, el mismo Pity y, justo estando en este proceso, llegaría una de esas emboscadas que a veces nos pone el azar.  En 2006 Pity fue diagnosticado con Mal de Hodgkin –una neoplasia que se origina en el tejido linfático– el cual le haría madurar el especial sistema de valores, que siempre le acompañó.  Comenzó una batalla sin tregua contra la enfermedad, enfocado en su pequeño hijo, con la misma fuerza de voluntad de siempre.  Todavía cuenta cómo iba en su auto al tratamiento de quimioterapia: a cada uno de los ocho sueros que recibió y los que, junto a la posterior radioterapia, le salvaron la vida. Su auto, nos cuenta, fue muchas veces el refugio de los momentos difíciles.

De esta prueba quedaron secuelas que Pity, y muchos de nosotros, conocemos. Pero sobre todo prevalecieron su sensibilidad y estima por la amistad, la familia y la preocupación por los demás.  Por esa misma razón Pity participa en cuanta actividad automovilística es invitado, no importa el Club o Escudería, y son conocidos sus esfuerzos en la realización de colectas y donativos para llevar ayuda a los diferentes centros de lucha contra el cáncer del país. Sobre su auto queda poco por decir: es temido en las pistas y admirado fuera de ellas.  Lleva en sus entrañas un pedazo de la vida de su dueño y por esa misma razón él afirma: “En ese auto fui cada día a curarme, no lo vendo, jamás lo haré”.