Santo Domingo de Guzmán: el placer de la primera vez
Situada en el Caribe, Santo Domingo es la Ciudad Primada de América, con ese toque misterioso de "la primera vez" que hace inolvidables aquellos amores primigenios, aunque se les intente ocultar una y otra vez y a veces hasta se piense en el triunfo del olvido. A la ciudad algunos le atribuyen una especie de maldición para el visitante, que siempre quiere regresar, volver y quedarse, aunque no haya fuentes para tirar monedas y se dice que su iniciador fue Cristóbal Colón, quién pidió reposar eternamente aquí, cerca de la ceiba donde ató por primera vez su bote en el Nuevo Mundo. La tradición asegura que ese árbol se conserva aún y los dominicanos quieren creer que también en un inmenso monumento conocido como el Faro de Colón reposan los restos del Gran Almirante, que cada noche proyectan una inmensa cruz de láser en el cielo. Urbe de casi dos millones de habitantes, Santo Domingo tiene problemas de congestionamiento de tráfico agudizado por el "daltonismo" de sus choferes que no diferencian el rojo y el verde, o de cierto auge de los delitos que alarma a sus habitantes, sin comprender que todavía la ciudad es un remanso de paz. Por supuesto que hay hoteles de cinco y cuatro estrellas, casinos abiertos hasta la luz del sol, pequeños y grandes "mall", salas de cine, Mcdonalds y Outback, centros nocturnos XXX, limusinas y autobuses con aire acondicionado para turistas. Pero la capital de República Dominicana es 70 % mulata y su verdadero ritmo está a otro nivel, que no iluminan las luces de las marquesinas. El visitante que quiera descubrirlo deberá aventurarse y llegarse sin miedo a los "colmados", tomarse su ron con "amargue" y viajar en "concho". Para conocer el alma del dominicano hay que dejarse caer en el "colmado", la bodeguita de barrio que aquí cumple una función social, donde las amas de casa acuden a buscar cualquier cosa y los amigos se sientan a tomarse una cerveza Presidente o su ron de caña de azúcar, para comentar los últimos acontecimientos de la vida de los amigos o de la política nacional. Sin dudas muchos dominicanos que prefieren comprar en los súper mercados no estarán de acuerdo y le pedirán que se aparte de esos lugares, donde en ocasiones afloran las bajas pasiones, pero ¿dónde no?. En el "colmado" generalmente reina la bachata, música popular dominicana que ha desplazado al merengue en los años recientes, con letras que describen generalmente amores desgraciados en los que siempre la culpable es una mujer. Como esas historias son normalmente amargas, los dominicanos llaman también a la bachata "música de amargue" y sus enemigos culpan a la conjunción del alcohol y este género musical, -en el cual no hay damas buenas- por la violencia doméstica. Después de la experiencia única del colmado, este viaje a lo profundo del dominicano puede continuar con un recorrido en "concho", una especie de taxi con ruta fija en el que por seis pesos (25 centavos de dólar) se puede viajar media ciudad, que tiene una extensión de 40 kilómetros cuadrados. Un "concho" que se respete es un automóvil de 15 o 20 años de uso, golpeado y con algún cristal roto, a veces sin vestiduras en las puertas y en la mayoría de los casos adaptado para caminar con gas, con un radio a todo dar que, en un elevado porcentaje trasmite programas de debates de actualidad y el resto música salsa. Delante, además del chofer, van dos pasajeros y en el asiento de atrás otros cuatro, sin importar talla o peso, sexo, raza o capacidad de carga. Eso sí, todos (incluyendo al chofer) con teléfono celular. Aquí podrá enterarse desde lo que sucede en los pasillos del Palacio Presidencial hasta cualquier banalidad de la farándula, hacer amistades y enamorarse. Después de esta aventura el turista puede regresarse a su hotel para tomar una ducha mientras escucha a Vivaldi o los monjes benedictinos, para conocer después lo que la ciudad le ofrece en su publicidad de colores.
El tiempo, inabarcable Santo Domingo es la ciudad más antigua del Nuevo Mundo, declarada en 1992 Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, bordeada por el río Ozama, en el que pueden transitar los cruceros, todo alrededor de la Zona Colonial, diseñada de forma octogonal en 1502, bajo la influencia del gobernador Fray Nicolás de Ovando. Antes, entre 1494 y 1498 el Adelantado Bartolomé Colón, hermano del Gran Almirante, había fundado la ciudad en el margen oriental de Ozama, en una región cálida, con 26 grados Celsius de temperatura promedio en el año, pero constantemente refrescada por la brisa del Mar Caribe. Aquí se puede visitar la primera catedral de América (Santa María de la Encarnación), las ruinas del primer hospital (San Nicolás de Bari), el primer monasterio (San Francisco), la primera universidad (Santo Tomás de Aquino), la primera fortaleza (Ozama), la primera corte de leyes, el primer ayuntamiento. La Catedral Primada de América comenzó a construirse en 1523 y fue completada en 1541 y todavía hoy sigue atrayendo a creyentes y admiradores, con la serenidad que emana de sus paredes pétreas y de su ¿defecto? arquitectónico: dos puertas góticas y la principal de estilo plateresco. Aquí se depositaron durante un tiempo las cenizas de Cristóbal Colón, quien pidió ser enterrado a su muerte en Santo Domingo de Guzmán. Delante de la vetusta edificación se extiende el Parque Colón, donde desemboca la calle peatonal y comercial El Conde, dominada por una estatua del descubridor de América con la india Anacaona, en pugna con árboles centenarios y decenas de palomas. Casi inevitable, ante la vista espléndida de la Catedral que sirve de fondo a la plaza, es sentarse en algunos de los cafés que la rodean, a la sombra de los árboles a reponer energías con un "sancocho" (plato típico hecho con verduras y carnes cocidas) o un "asopao" (arroz con mariscos o carne a elegir). Otra atracción de esta área es el Museo del Ámbar, un orgullo de los dominicanos y de sus artesanos, donde también es posible adquirir objetos de larimar, una piedra azul que -aseguran- sólo se puede hallar en La Española, la isla que comparten República Dominicana y Haití. A principios del siglo XVI fue construido, no muy lejos de la Catedral Primada de América y con una vista privilegiada sobre el río Ozama, el Alcázar de Colón, morada de Don Diego, hijo del Gran Almirante, un palacio fortificado que todavía hoy mantiene sus aires de fortaleza. Hasta aquí era frecuente que llegaran las damas de la Virreina María de Toledo por una calle adoquinada a lo largo del Ozama, costumbre a la cual debe esa vía su nombre en la actualidad: Las Damas. Se supone que para 1503 o 1504 comenzó en la hoy denominada calle Hostos la construcción del primer hospital del Nuevo Mundo, bautizado con el nombre de San Nicolás, que en sus inicios funcionó también como iglesia y probablemente levantado inicialmente con madera y paja. Las ruinas de piedras que todavía hoy mantienen su elegancia evidencian que luego fue reconstruido con paredes más sólidas y llegó a albergar hasta 700 personas por año, según las viejas crónicas, hasta que por circunstancias indefinidas, probablemente debido a daños de un terremoto, se abandonó desde mediados del siglo XVIII. La Fortaleza de Ozama, el más viejo guardián de la ciudad, sigue siendo hoy vigía impresionante sobre la urbe, orgullosa de su pasado a orillas del mar Caribe y querida por los habitantes de Santo Domingo. Un paseo por el viejo Santo Domingo de Guzmán debe incluir también el Panteón Nacional en la calle Las Damas, donde reposan los restos de dominicanos ilustres, junto a una llama siempre encendida, como demostración del agradecimiento de la sociedad. Otro alto curioso en esta misma zona es la del Reloj de Sol, construido en el siglo XVI que todavía sigue marcando la hora en el XXI, inexorable e incansablemente, como para demostrar que el tiempo tiene su propio ritmo, no importa lo rápido que tratemos de vivirlo.
Iglesias, agua de coco y guarapo Al margen de sus palacios y fortalezas, la zona colonial de Santo Domingo alberga una impresionante cantidad de edificios religiosos, en la mayoría de los cuales los creyentes pueden todavía participar de los cultos. Una construcción que sobresale en este contexto es el Convento de las Mercedes, construido entre 1527 y 1555 y seriamente afectado por los terremotos en el siglo XVII, tras lo cual fueron añadiéndosele nuevos elementos arquitectónicos de diferentes épocas. Uno de los espacios religiosos más pequeños es la Iglesia de Nuestra Señora del Carmen. La Capilla de la Tercer Orden de los Dominicos fue levantada en 1729 como parte del complejo de la Universidad Santo Tomás de Aquino, un templo del barroco temprano, alejado de las exageraciones que luego marcaron este estilo. Las Hermanas Dominicas construyeron en el Siglo XVIII la Iglesia del Convento Regina Angelorum, con fachada de piedra de sillería y una cúpula central, que todavía hoy llama la atención por su solidez. Para satisfacción de los caminantes, la zona colonial cuenta asimismo con numerosas plazoletas y parques, donde todavía es posible sentarse a la sombra de las reliquias del tiempo, para disfrutar de la serenidad que emana de estos vetustos rincones. En la zona colonial todavía reinan las calles adoquinadas y las edificaciones de piedra de 500 años convertidas en cafés y restaurantes muchas de ellas, un lugar excepcional donde los antiguos palacios se han convertido en museos, para comenzar una visita inolvidable. EL calor del trópico aconseja el viejo placer de disfrutar de los vendedores callejeros de frutas, cocos de agua o el dulce jugo de la caña de azúcar: el vigorizante "guarapo".
Del otro lado de las murallas Al dejar atrás la parte colonial, la vida no termina. En su límite oeste se levanta el Parque de la Independencia, un lugar de particular significado histórico, donde todavía acuden los dominicanos a celebrar un triunfo o demandar que se atiendan sus reclamos. Corona este parque, al que se entra por una de las viejas puertas de la ciudad colonial, el Altar de la Patria, mausoleo de mármol blanco, donde reposan los restos de los tres padres de la Patria: Juan Pablo Duarte, Ramón Mella y Francisco Sánchez). A lo largo del Ozama la Avenida del Puerto bordea la zona colonial y recorre toda la última porción de la vía fluvial en su camino hacia el Caribe, en lo que los dominicanos conocen, simplemente, como el malecón, donde es recomendable llegar de noche a alguno de sus numerosos centros nocturnos al aire libre. Aquí se concentran multitudes en la época de los carnavales, a los que los capitalinos gustan de asistir disfrazados, con particular predilección por los diablillos y en las noches, en cualquier época del año, es un lugar de destino propio de parejas enamoradas o amigos en busca de "botar el golpe" (eliminar el stress). El malecón alberga asimismo una de las galerías más originales del mundo: la venta en la calle de pinturas haitianas, entre las cuales habrá que hurgar para diferenciar el verdadero "naif" del aparente pintor ingenuo con aspiraciones comerciales. Unos kilómetros al oeste espera al visitante La Plaza de la Cultura, donde se concentran los museos del Hombre Dominicano (antropología y etnología), de Arte Moderno, de Historia y geografía, de Historia Natural, así como la Biblioteca Nacional y el Teatro Nacional. La capital, que alberga a casi dos de los ocho millones de habitantes del país, cuenta igualmente con un zoológico, un jardín botánico y un acuario, así como el hipódromo V Centenario a orillas del Caribe y una pista de Fórmula 1 en el Autódromo de las Américas.
De compras en Santo Domingo Cerca de la zona colonial, el Mercado Modelo constituye otra atracción fundamental, sobre todo para quienes gustan de llevar de recuerdo algún objeto típico o artesanal. Un elemento característico es la abundancia de obras de artesanía inspiradas en el arte taino, el grupo más desarrollado de los pobladores prehispánicos del Caribe, con una abundancia tal, difícil de hallar en otros países de la región. La expresión evidente de rasgos de la cultura taina en la sociedad sigue siendo una incógnita para muchos investigadores que apoyan la teoría de los conquistadores de que los aborígenes fueron eliminados en su totalidad y los dominicanos de hoy son resultado del mestizaje entre africanos y europeos. Otros etnólogos aseguran que, en realidad, el dominicano es producto de la conjunción de tres civilizaciones: la europea, la africana y la aborigen, de lo cual dan fe los abigarrados mostradores del Mercado Modelo, igual que otros establecimientos menores esparcidos por la ciudad. Para los interesados en mercados menos folklóricos la ciudad ofrece modernas plazas o "malls" al mejor estilo de las grandes plazas como Bellavista Mall, Diamond Mall, Plaza Central, la que muchos consideran la mayor tienda de América Latina: Megacentro y la Plaza Acrópolis, entre otras.
A toda máquina Los amantes del ruido, la contaminación, el reto de las calles desbordadas de vehículos y el tránsito apabullante, podrán disfrutar de un placer, cuando menos, extraño de sentarse a beber un aperitivo en un bulevar construido en el medio de una vía rápida que atraviesa la ciudad de este a oeste: la Avenida 27 de Febrero, usualmente identificada sólo como "la 27". Se trata de un espacio de jardines, esculturas, pantallas gigantes de proyección, tiendas y restaurantes que atrae a los jóvenes en las cálidas noches de la ciudad, cuando el sentido natural aconseja salir al aire libre y abandonar las paredes que sudan el calor del día. Al final oeste de "la 27" se levanta la Plaza de la Bandera, una plazoleta elevada con una enorme enseña tricolor (azul, roja y blanca) rodeada de edificios tan circunspectos como las Fuerzas Armadas, la Junta Central Electoral, El Centro Dominicano de Promoción de Exportaciones y la Corporación de Fomento Industrial. En esta ciudad, a orillas del Mar Caribe, se encuentra el Acuario Nacional, inaugurado en 1990, con tres mil especimenes diseminados en casi cien peceras y una decena de estanques donde reina un mamífero marino tan lleno de leyendas como la misma historia del Nuevo Mundo: el manatí antillano. No muy lejos del ruido citadino, apenas a 15 minutos en coche, el parque de Los Tres Ojos, alberga tres lagunas subterráneas, en una cueva a quince metros de profundidad, constituye otra atracción que no debe dejar de conocer. Este ecosistema, donde no entra la luz del sol, contiene especies ciegas de crustáceos y peces rodeadas del silencio y una vegetación exuberante. Y ya a la hora de decir adiós, le recomendamos varios lugares que, bajo ningún concepto, debe dejar de visitar, a riesgo de que pongan en dudas si realmente estuvo en la Ciudad Primada de América: "La Ceniza". Bar a orillas del Caribe, en el malecón. Famoso por servir siempre sus cervezas heladas o "cenizas" de frío. Allí puede bailar merengue, bachata y salsa. Todos los dominicanos saben donde se ubica, pero pocos conocen su verdadero nombre: "La parada cervecera". No se confunda con el restaurante aledaño del mismo nombre. "La Barra Payán". Cafetería abierta las 24 horas, con sándwiches y licuados de frutas. El aparente mal trato y desorden de sus empleados es un truco para hacer regresar a los parroquianos. Sólo hay una en la calle 30 de Marzo. No la confunda con los Payano´s, imitación modernista, sin el espíritu de la original. "La Gúacara Taína". "Gúacara" es una palabra taína que significa cueva o el lugar de procedencia, una de las tantas reminiscencias de aquellos pobladores que encontró Colón a su llegada al Caribe. Conocerá el placer de bailar bajo tierra en un ambiente original. "El Conde". Vía peatonal comercial, donde casi todo es posible, desde sorber un helado de "majarete" (un dulce de maíz elaborado por las abuelas) hasta un Baskin Robins, un vestido de noche o un t-shirt con la imagen de "Che" Guevara y por último, "El Faro de Colón". Una gigantesca construcción dedicada al Gran almirante. En las noches desde este inmenso faro se proyecta una cruz láser en el cielo. Los dominicanos dicen que aquí reposan los restos de Cristóbal Colón, digan lo que digan las pruebas de adn. Y si no están, deberían estar, porque así lo dispuso el eterno navegante.