UNA NUEVA VISIÓN INTENTA RECUPERAR NO SOLO ESA MEMORIA DISGREGADA, ANULADA A CAUSA DE CRUENTAS DÉCADAS DE EXCLUSIÓN, SINO TAMBIÉN ESA ZONA CONOCIDA COMO SUR DEL LAGO, EN EL MUNICIPIO DE COLÓN

«Es que el cronista y su quehacer (o su suspicacia) es escritor incómodo —por inclasificable—, pues se mueve con irrespeto por la propiedad en los terrenos de la certidumbre  y la incertidumbre, roza la lucidez perfecta y el delirio exacto... su verdadero ingenio: ese arte de revelar la minucia preciosa de lo local, lo fragmentario, lo inmenso íntimo, la esquina de un país, el apellido de un pueblo, la familia de una nación, el paisaje individual, personal de cada uno, el ayer y el hoy embrollados de enredadera, pastizal, chubasco y verano, follaje de árbol genealógico o de libro de nacimientos y de defunciones». (Crespo Luis Alberto, en El País Ausente).
He escuchado con frecuencia y he leído en forma reiterada la expresión imprecisa, gastada y arrebatada por un dejo de nostalgia, y en muchos casos de indiferencia, la siguiente acotación cuando de referir el origen de uno de nuestros coterráneos se trata: «…él es del Sur del Lago», «…él es del  remoto Sur del Lago», «…eso queda muy lejos, hacia el Sur del Lago», «…ellos se fueron muy lejos, imagínate: se fueron para Santa Bárbara», «Andan para Colón… y eso sí queda lejos, eso queda donde se regresa el viento», «¿San Carlos de Zulia? Como que queda cerca de Santa Bárbara… en el Zulia, ¡qué sé yo!».
En otras ocasiones, por contrapartida a ese eco distanciador e indiferente, se contrapone la visión idealizada de un pasado pletórico en abundancias: «La despensa verde de Venezuela», «De Zulia son los mejores plátanos, y el mejor queso, las mejores carnes…», «Santa Bárbara: esta zona se hunde en riquezas, tú lanzas una moneda a las riberas del río y nace una mata de plátanos… te devuelve un racimo de plátanos con queso rallado y todo… aquí los crotos son árboles gigantescos… la carne, el mejor lomito del mundo… el pescado, el mejor pescado de agua dulce…», son expresiones pautadas al calor de una abundancia que ha permitido el enriquecimiento de unos pocos en detrimento de la gran mayoría trabajadora.   
Hoy inequívocamente una nueva visión intenta recuperar esa memoria disgregada, anulada por los más disímiles intereses de clase, que han pretendido sepultar en el olvido cruentas décadas de exclusión, y en algunos casos de la más oprobiosa negación, de esta zona conocida como Sur del Lago, en el municipio de Colón, situada solo a 470 km vía terrestre de la capital del estado, 25 minutos por aire; y a una hora y 15 minutos desde la capital del país, esperando se restituya esa anhelada línea aérea.
Las potenciales condiciones de esta entrañable tierra lucen infinitas al solo recorrer sus vastas extensiones, sus venas fluviales, sus posibles destinos turísticos, sus posibles encuentros culturales, su incesante interacción con municipios aledaños y laderas andinas.
La meritoria labor de historiadores y cronistas ha recuperado para la comprensión de nuestro proceso histórico y nuestra ubicación geopolítica la escritura que reivindica nuestra memoria colectiva. La crónica como escritura que nos nombra, que nos caracteriza como ente histórico y social:
Las obras de Alberto de Jesús Güerere (Biografía del distrito Colón, 1951), las de Bernardo Villasmil (Memorias de Santa Bárbara, 1995; y Cuentos y crónicas del sur del lago, 2007), así como los documentados trabajos de Manolo Silva, periodista, cronista, historiador, además de la encomiable labor de Domingo Labarca Prieto, docente y promotor cultural, han permitido luchar contra esa desmemoria y ese olvido acumulado.

GENEALOGÍA DE LA HISTORIA VENIDERA
Los orígenes se remontan a la hacienda Coimbra, en los inicios del siglo xvii, convenida en extensos cultivos, sobre todo del café, en los predios merideños, según nos relata el entrañable Bernardo Villasmil, quien hace referencias a sus propietarios, Nicolás Da Buyn y Xuana de Oña, cuya hija fue bautizada con el nombre de Xulia, así como a sus afanes en la búsqueda de nuevas rutas para el trasporte del grano y otros productos hasta aposentarse en Sur del Lago. Sus descendientes (Xulia y Josef Reginaldo Lizárraga) crean el Mesón Coimbra, dedicados a la agricultura y a la pesca, lo cual conocemos por medio de relatos aparecidos en Memorias de Santa Bárbara y en Cuentos y crónicas del Sur del Lago.
En una de sus páginas, Bernardo Villasmil nos ofrece una visión parnasiana y bucólica del medio, de ese entorno donde Xulia y Josef Reginaldo Lizárraga construyen con arrieros, campesinos e indios la genealogía de la historia venidera: visión bucólica dije, pero no menos real, eficaz, ciertamente encantadora:
«La providencial feracidad de estas tierras, siempre impertérritas ante la erosión, el bucólico paisaje de sus prados y bosque salpicados por trinos de cantoras aves: el incesante navegar de nenúfares y algas por el río y el caño como ánades en procesión; las trémulas campánulas colgadas de flexibles lianas, adormecidas ante el paso de la fresca brisa, embalsamada por el aroma de las flores silvestres; la fragancia de los eucaliptos y las albahacas y el perfume del orégano quemado por los indios en los predios cercanos, formaban un conjunto armonioso que ascendía a los prados celestiales del Olimpo» (Villasmil, B., 2007).
Gracias a ese meritorio oficio podemos referirnos a las tres sucesivas fundaciones de San Carlos de Zulia. Registra tres actas de fundación: 23, 27 y 28 de marzo de 1778, según la memoriosa Recopilación histórica del Distrito Colón, de Manolo Silva.

LOS LÍMITES DE LO IMPOSIBLE
Época de arduo y fatigoso trabajo de construcción de ese proyecto de ciudad que se llamará San Carlos de Zulia en una de las riberas de río Escalante. En la otra ribera, como bien acuñara el maestro Manolo Silva, la ciudad gemela, Santa Bárbara. Terruños ribereños levantados a pulso ante las inclemencias de un hábitat hasta entonces selvático, de ríos y ciénagas, de tierras anegadizas y aluvionales, de fértiles y grandes extensiones llanas. Tierra del relámpago del Catatumbo y de los infinitos ríos del sur en busca de sus cauces hacia el gran Coquivacoa. Vastas extensiones donde la flora y la fauna, el invierno y el verano, se expresan en una exuberancia que raya los límites de lo imposible.
Ese otro maestro, Alberto de Jesús Güerere, nos describe con puntualidad la crónica del día a día de San Carlos en inminente interacción con Santa Bárbara:   
«Para atravesar el río, existía un pontón que partía de la calle Bolívar. Para bajar a la barranca fue construida una gradería de mampostería con barandas a los lados. Fue construido también un techo de tejas de tres varas de ancho por seis de largo por donde se hacía el tráfico. A los lados había un muro de mampostería con baldosas de 3/4 de vara de altura por 1/2 vara de ancho para descanso de los transeúntes mientras regresaban al pontón» (Güerere, A. J., en Biografía del distrito Colón, p. 25).
Cantón Zulia (1830), luego Cantón Fraternidad (1863), posteriormente por decreto del 6 de octubre de 1873 se le llamó Distrito Colón. Por Ley de la División Político territorial, la designación de distrito fue anulada, con lo cual se creó la figura de municipio, que a su vez se divide en parroquias. 

PROTAGONISTA SILENCIOSO
Un protagonista silencioso (a ratos caudaloso y ya en su curso más urbano, muchas veces herido de muerte) el río Escalante convoca en sus riberas el fluir de las dos nacientes ciudades. Río que lleva la vida en sus entrañas. Río que lleva el alma de nuestros pueblos más allá de no sé dónde, pero siempre en la búsqueda de logros y realizaciones. 
Ese sorprendente curso de agua posee 41 leguas y 25 de navegación. Tiene sus fuentes en el Páramo del Portachuelo del Palmar, al norte de la ciudad de la Grita, a más de 2 500 metros sobre el nivel del mar. Corre por territorio andino, donde se le unen los ríos Guaruríes, Culebrilla y Onia, para entrar en el Zulia, en el antiguo distrito Colón, recibiendo múltiples afluentes y desembocar en el Lago en la Punta Este de la ensenada del Zulia (en Diccionario general del Zulia, Hernández L.G. y Parra J.A.)
Sin embargo, el río Escalante está herido. En una clara advertencia, Domingo Labarca Prieto alertó con constancia y dedicación amorosa, sobre la necesidad de que se ponga empeño en su recuperación, al señalar que «nuestros ríos están en crisis. No tienen el más mínimo mantenimiento, la deforestación los está afectando gravemente, constituye un verdadero riesgo transitar por ellos, por cuanto los troncos incrustados en algunas partes de sus lechos son como lanzas escondidas que destruyen las embarcaciones…».
Hoy Unesur (Universidad Experimental Sur del Lago) y la Alcaldía Bolivariana de Colón, comprometidos con su entorno, deben ser los entes que motoricen la recuperación definitiva de nuestro río Escalante. Se trata de una motorización que solo es posible siempre y cuando se cuente con la comunidad organizada: consejos comunales, misiones, bases de misiones  y comunidad, que saben de la impostergable lucha por nuestra soberanía e independencia. Porque lo esencial es crear una clara conciencia de su importancia en la preservación y conservación de su propio hábitat, así como de su raigambre cultural. Y en ello juega un papel determinante el Escalante. Ese río que lleva la vida en sus entrañas debe ser la prioridad de todas las fuerzas interesadas en el futuro de esta tierra de gracia, con el futuro de nuestras nuevas generaciones.