- Bailar Cuba en acordes de sinfonía.
PARECE SER INEVITABLE QUE LA CULTURA CUBANA DEJE RASTROS DE ELLA EN CUALQUIER PARTE DEL MUNDO. EL TEATRO TERESA CARREÑO, DE CARACAS, LO ACABA DE CORROBORAR
Debe ser lo aprehensivo, lo pegajoso de la cultura cubana, lo que hace que haya rastros de ella en cualquier parte del mundo.
El Teresa Carreño, teatro monumental de Caracas, tiene esas huellas, y tal parece que algo especial las conserva de un modo inigualable en todos sus espacios, desde el lobby, los pasillos, hasta las salas impecables.
En las paredes murales del café bohemio La Patana, por ejemplo, las fotos de personalidades de la Isla antillana predominan. Pero si hoy mismo, después de tantos días, se entra en silencio a la sala José Félix Ribas —la pequeña—, todavía puede escucharse el rumor de la clave cubana que marcó el tempo del concierto instrumental Cuba en Venezuela.
Hasta entonces, para los muchos isleños presentes, la frasecita burlona de «¡A bailar y a gozar con la Sinfónica Nacional!» no rebasaba ese chiste añejo tan criollo que caracteriza al animador de un pueblo de campo. Sin embargo, tras el último compás y el aplauso atronador, el cuentecito perdió toda la gracia.
Y es que en el formato de la Orquesta Filarmónica de Venezuela, a la orden de la batuta magistral de Enrique Pérez Mesa, director titular de la cubana Sinfónica Nacional, fueron interpretadas piezas populares del pentagrama de la mayor de las Antillas, que literalmente —como fuera propósito y petición del prestigioso concertista al mando— puso «a bailar y a gozar» al auditorio.
La entrada, al ritmo de la clásica composición La bella cubana, de José White, no delató lo que vendría a seguidas. Con el único anuncio de un gesto de cabeza y la sonrisa cómplice del Maestro, inició un sonido familiar y contagioso que a muchos les arrancó expresiones de sorpresa: era el memorable Tim pop, de Juan Formell y Los Van Van.
Cohibidos aún por el aire rígido que envuelve la música sinfónica, algunos marcaban con el pie, y otros, más atrevidos, llevaban con discreción el compás a la cintura, hasta que, en una especie de acto liberador, Pérez Mesa se dio vuelta y pidió al público marcar con los aplausos la clave de la timba vanvanera. Total, si ya los propios músicos lo hacían mientras tocaban.
«No podían estar estáticos frente al atril. Si no se mueven la música cubana no funciona, y lo asimilaron con entusiasmo», declaró el Maestro a Arte por Excelencias. «Es una manera muy seria de interpretar nuestro pentagrama, un vocabulario nuevo que fueron aprendiendo, y que en apenas tres ensayos logré que comprendieran más allá de la disciplina férrea o el encartonamiento típico del músico clásico de estar tieso en la silla. Hasta un violinista se encargó de la percusión».
Luego otra de Formell, De La Habana a Matanzas, que también el director hizo acompañar de los aplausos, para abrir la invitación en la pieza siguiente: «El que quiera puede bailar», dijo, en un exorcismo de tabúes, antes de indicar lo que pronto se adivinó en el sello del sonero Adalberto Álvarez y su popularísimo A bailar el toca toca.
«Ellos fueron los que escogieron las obras entre varias propuestas, creo que un poco sin saber dónde se habían metido (sonríe el maestro). Cuando empezaron a tocar a Los Van Van vieron lo complicado, pero no renunciaron, sino que multiplicaron su entusiasmo y este es el resultado».
Impresionante el acople de la orquesta en el salto tremendo de lo clásico al Guaguancó, con arreglos de Guido López Gavilán, y a El cumbanchero delicioso corregido por Chucho Valdés, que hizo premiar a los ejecutores de piano, flauta, percusión, trompeta y trombón.
«El programa explota muy bien las diferentes familias de la orquesta, no solo la percusión, que siempre predomina en la música popular, sino los vientos, las cuerdas, los metales…, ayudado por los deseos de trabajar de esta maravillosa Filarmónica, integrada por generaciones distintas de músicos que la hacen de alto nivel, interesante, aprehensiva e inquieta», valoró Pérez Mesa.
A juzgar por los rostros de los ejecutantes, la satisfacción fue recíproca. Para Julio Segarra, principal de percusión, la experiencia resultó enriquecedora y disfrutable: «Siempre pasa con directores invitados de alto prestigio, como el Maestro Pérez Mesa, ameno y tranquilo. Expresó lo que quería, mientras nosotros interpretamos en función de su batuta y sus deseos de que disfrutáramos a fondo la música de la Isla».
«Es la continuación magnífica del joven Programa de Intercambio Internacional de Música, que impulsado por el Ministerio de Cultura, acerca a las orquestas venezolanas al pentagrama de pueblos hermanos, como ocurrió con Bielorrusia y proseguirá con los países del Mercosur», explicó José Ángel Viña, director ejecutivo de la Compañía Nacional de Música de Venezuela.
«Para finalizar…», anunció el maestro, y un «¿Cómo?» se repitió en varias voces. Exigió participación —«Sin democracia, mando yo»—, e indicaba dónde entrar con dos palmadas mientras sonaba Danzón, de García Caturla.
Una ovación y el Maestro volvió a salir. Hubo que interpretarlo de nuevo.
Otra vez el aplauso, y para sorpresa un grito desde las filas más altas, atizado por la remembranza: ¡Que viva Cuba!
En el acento de los anfitriones alguien lo secundó: ¡Y qué viva Venezuela!