Toda ciudad es un laberinto de sensaciones, percepciones y emociones. Se vive en ella o se participa de sus ámbitos como viajero, visitante ocasional o turista. La personalidad y el carácter de la ciudad son rasgos que ponderan su comportamiento e imagen, y la localización geográfica refrenda o reafirma su impronta al otorgarle atributos que solo la naturaleza sabe manejar de manera sabia, cuestión que el hombre aprovecha para decidir dónde fundarla, hacerla crecer, dónde colocar hitos y en qué dirección trazar las sendas.
Es por ello que ciertas ciudades poseen cualidades por las que merecen ser vividas o visitadas. Ellas se configuran como ambientes urbanos singulares que las convierten en símbolos de vida eterna y suelen ser reconocidas como patrimoniales o ciudades maravilla. En Cuba existen varias de estas urbes excepcionales, como su capital, La Habana, además de Trinidad, Sancti Spíritus, Camagüey, Bayamo, Santiago de Cuba y Baracoa, identificadas como villas fundacionales y portadoras de la herencia de sus respectivos pueblos por más de 500 años. Otras como Cienfuegos, Remedios, Holguín y Gibara, a pesar de ser más jóvenes, se destacan por sus cualidades urbanísticas o arquitectónicas. Todas ellas son portadoras de atributos propios y valores materiales y espirituales que las identifican y personalizan.
Existe por tanto una experiencia de hacer ciudad, de construir el lugar donde se habita, y lo que es más importante para nosotros: la comprensión de que como ciudadanos vivimos en las ciudades, las ocupamos, usamos, sentimos y disfrutamos. Esto produce el sentimiento especial de arraigo por la patria chica, por el barrio, por el ambiente donde crecimos y desarrollamos nuestras vidas. También es fuente generadora de recuerdos, y resultan inolvidables los encuentros ocasionales con ámbitos como La Habana Vieja, el centro histórico de Trinidad o el Camagüey colonial.
Este proceso de interacción en la relación entre la ciudad y quienes la viven o visitan tiene muchos niveles de interpretación, y los resultados dependerán de los intereses, grupo de edades, afinidades y otras disímiles circunstancias. Sin embargo, queremos en estas líneas establecer el diálogo entre dos componentes de interés común: el espacio público y el arte urbano, ambos ligados desde tiempos inmemoriales y muy activos en la sociedad contemporánea. Ambos han demostrado capacidad de cambio, de transformarse, de brindar alternativas de lenguaje, desbordando estilos e impactando con su presencia.
Para entender no solo su trascendencia, sino además su continuada presencia, puede realizarse un análisis histórico que nos lleva desde monumentos funerarios como las pirámides, los arcos de triunfo y obeliscos romanos, las esculturas conmemorativas y conceptuales, hasta otros tantos, todos con el denominador común de saber posesionarse en el espacio público, visto como el ámbito común y vital de convivencia, el lugar para el intercambio, el «espacio de todos» que llega a nuestros días reconocido como representación simbólica del arte de cada período histórico (diferente y responsable más allá de ocupar un espacio cerrado o conventual), que se expresa ante todos y para todos, haciendo uso de la capacidad de trasmitir públicamente tanto el sentir hacia un acontecimiento o personalidad, como la belleza de una propuesta formal conceptual estimuladora de una verdad, un concepto o de una realidad que envuelve.
Como ejemplo del análisis de la relación espacio público-arte urbano, vamos a significar el caso de Santiago de Cuba, una ciudad caribeña y cubana que ha transitado por diferentes estadios de interpretación y apropiación del espacio público y para ello se ha servido especialmente del arte.
La ciudad de Santiago, nacida hace más de cinco siglos, prestó desde sus orígenes un interés por el espacio público, condición bendecida por las Leyes de Indias, donde se regulaba la presencia y funciones de la Plaza de Armas, y a partir de ella se generaba un sistema de plazas tradicionales donde se desarrollaban actividades de carácter religioso, civil y militar. Calles y plazas serían los componentes esenciales del espacio público que esperó hasta el siglo xix para asimilar su condición de ámbitos capaces de albergar arte urbano. Aparecen fuentes y esculturas diseñadas con un sentido conmemorativo o estético. Se conoce la colocación en la Plaza de Armas —hoy Parque Céspedes— de una escultura ecuestre del rey Fernando VII, mientras en la Plaza de Dolores se colocaba una magnífica fuente. En la Plaza de Marte una escultura de Minerva llamaba la atención de los paseantes y transeúntes. Se iniciaba así, con intencionalidad, una nueva era en la que acudir al espacio público era una alternativa de ocio, disfrute y placer.
La era republicana fue pródiga en construcciones conmemorativas asociadas al espacio público y llegó el período en el que los escultores europeos, especialmente italianos, fijaron una impronta en la ciudad. Los héroes ocuparon el espacio público como símbolos de la memoria nacional. Los patriotas Francisco Vicente Aguilera, José María Heredia, José Maceo Grajales, Joaquín Castillo Duany, entre otros, marcan estos espacios, dignificando e identificando con su presencia la vida cotidiana santiaguera. La ciudad creció y otros parques, paseos y alamedas incrementaron la disponibilidad de espacios para el arte. Escultores cubanos y norteamericanos se encargan de incorporar nuevas propuestas dentro del perfil conmemorativo. En ello se destacó el artista santiaguero Rodolfo Hernández Giro. En el contexto de mediados del siglo xx aparece un caso singular cuyo interés radica en que integró el arte urbano a la arquitectura, incorporando murales escultóricos en pretiles y frisos de varios edificios de la ciudad. Ismael Espinosa Ferrer realizó estos trabajos en el Centro de la Colonia Española —hoy Biblioteca Elvira Cape— y en la Escuela de Comercio, entre otros sitios.
Ya con el triunfo de la Revolución surgen nuevas motivaciones históricas y otros actores con concepciones artísticas asociadas a la escultura monumental y ambiental. Se destacan en esta etapa, y hasta hoy, la fuente monumento del Parque Abel Santamaría, emplazada en la década de los setenta del pasado siglo por el escultor René Valdés, con la que se dio un giro estético a la producción escultórica local, provocadora en este caso de una escenografía inusual y de un protagonismo sin precedentes en la escena urbana.
Otro hito en el manejo del diálogo espacio público-arte urbano se produjo al construirse la Plaza de la Revolución Antonio Maceo Grajales, cuando se propuso la creación de un espacio a nivel de ciudad, posible contenedor de miles de personas y que tuviera de «telón de fondo» un conjunto escultórico relacionado con la figura del general Antonio. La obra artística recayó en dos importantes escultores santiagueros: Guarionex Ferrer y Alberto Lescay, quienes supieron articular de manera creativa un conjunto armónico, dinámico tanto en su conceptualización como en la visualidad del conjunto. La plaza constituye un ejemplo modélico del espacio de relación en la escala de la ciudad de hoy, lo que permitió en el siglo xxi la incorporación de otro componente interesante y motivador de nuevas sugerencias estéticas: el mural escultórico con la figura del comandante Juan Almeida, hombre de pueblo devenido en paradigma revolucionario. El artista Enrique Ávila delineó su imagen tradicional  utilizando la fuerza de la línea y el dibujo a escala monumental, y lo fijó para siempre en la fachada del Teatro Heredia. Allí una sugerente iluminación nocturna le aporta una visión intensa y participativa de la imagen urbana.
El arte urbano del siglo xxi se manifiesta ya con intensidad en diversos ámbitos de la ciudad; las esculturas ambientales y la pintura mural van a la vanguardia, en apoyo a la cultura y la estética urbana, impregnando significados múltiples a los espacios ocupados al sugerir un universo renovado de ambientes propicios para el disfrute de todos. El espacio público continúa su ampliación o perfeccionamiento, y en su paso, aportador y esencial en el Santiago de hoy, sigue junto al arte su viaje interminable hacia un futuro mejor. 

OFICINA DEL CONSERVADOR DE LA CIUDAD DE SANTIAGO DE CUBA
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