En las artes de Uruguay el Candombe se ha expresado más allá de los prejuicios.
Como en la antigua tradición, aún los tambores se afinan o tiemplan al calor del fuego.

Hace dos años el Candombe fue declarado patrimonio inmaterial de la humanidad por parte de la UNESCO: este es un mérito de tantas familias afrouruguayas que a pesar de la discriminación supieron mantener sus tradiciones.

Origen del Candombe

Alrededor del año 1800, los cantos y bailes de los africanos se efectuaban en la Plaza del Mercado y en el Cubo del sur, que remataba frente al mar, en la costa sur del ala de la muralla que corría en esa dirección desde la ciudadela enclavada en la hoy Plaza Independencia. Tenían lugar entre el 25 de diciembre y el 6 de enero, fechas en que las autoridades los permitían, pero también tenían lugar en cuanta oportunidad se pudiera, lo que dio origen a reiteradas protestas de los vecinos y a las prohibiciones por parte de las autoridades.

Candombe es el nombre genérico que reciben diferentes danzas de origen africano en estas tierras y nace de la conjunción de los más de diez pueblos africanos que fueron traídos como esclavizados a Montevideo. Cada uno de estos tenía su idioma, su forma de ser, ver y sentir, su cultura, sus danzas y cantos de diferente naturaleza.

Los originarios candombes, realizados por aquellos africanos que encontraban en su música y danza una válvula de escape a la tragedia que enfrentaban, fueron una forma de sentirse vivos, a través de una singular complicidad que llamaba a la rebeldía ante las imposiciones y el avasallamiento de que eran objeto. En esos momentos, al reunirse en las costas montevideanas, evocaban sus vidas en Madre África, haciendo del mar el nexo entre aquella y ellos, y afianzando esas tradiciones a través de su fuerza espiritual. En las Salas de Nación, con sus candombes, volvían a ser africanos. Ese era el lugar de sus rituales, secretos y complicidades varias. Cada Sala de Nación estaba bien organizada, regida por normativas, contaba con rey, reina, príncipe y otras autoridades. Todos acompañaban a los tambores y demás instrumentos con palmas y cantos.

El Candombe fue la danza y la expresión musical-religiosa más importante y significativa del colectivo afro en estas tierras. Y más aún: es hoy una de las expresiones musicales más elocuentes con que cuenta nuestro país. Este ha sido tan fuerte, profundo y esencial que en lugar de haber desaparecido –destino al que fue condenado en diferentes etapas históricas de nuestra nación– sobrevivió, venciendo todas las barreras y represiones. Ha impregnado de tal manera nuestra sociedad, que se ha convertido en un elemento cultural que identifica a Uruguay.

Candombe es una palabra derivada del prefijo Ka y de Ndombe (pueblo angoleño), del idioma Kimbundu, rama de las lenguas bantúes que se hablan en el Congo, en Angola y en distintas zonas de África del Sur; etimológicamente, el vocablo es un aporte banguela, el pueblo Ndombe más numeroso y notorio entre las “naciones” africanas que fueron traídas a Montevideo. Pero si hablamos de la conformación, del concepto musical y danzario, así como de la simbología que va conformando el Candombe a lo largo de todo el siglo XIX, no hay dudas acerca de que es el resultado de los aportes de los diferentes pueblos africanos que mantuvieron sus Salas de Nación.

Marcelino Bottaro, escritor afro que vivió los candombes de las últimas décadas del siglo XIX, sostenía que la concurrencia a las Salas de Nacion no era pública, como dicen algunos narradores de tradiciones africanas. Los «protectores» de sus adeptos y sus familiares «eran la única gente admitida sin requisitos; si alguna persona extraña iba a entrar, se hacía interrumpir el ritual, que sería sustituido por danzas o movimientos musicales sin importancia».

Las llamadas

En Montevideo al menos desde 1760, según relatos de Isidoro de María, domingo a domingo, «los amos permitían a sus esclavos que fueran a sus «canchitas» alineadas a lo largo de la muralla que cerraba y cuidaba la ciudad”. En esos pequeños espacios de tierra apisonada, con una capa de arena, se reunían todos los africanos de acuerdo con su nación. Cada grupo iba «llamando» a sus compañeros, los que salían de las casas de sus amos, y se reunían con quienes los «llamaban» desde la calle o desde la canchita. Y así los negros congos, cabindas, minas benguelas, magies, casanches, monyolos, lubolos, mozambiques y de otras etnias africanas, «se reunían los domingos para hacer sus cantos y bailes entonando sus cadenciosos yé, yé, yé, Calunga yé, eeé llumbá», narraba Isidoro de María.

Según el investigador Francisco Merino, entre finales del siglo XIX y comienzos del XX, se «llamaban» los miembros de una comparsa o se unían los negros de cada barrio para «visitar» otros barrios: los de «Ansina» (barrio Reus al Sur) iban hasta el conventillo de Gaboto (Gaboto entre Cerro Largo y Paysandú), o los de Gaboto iban hasta el «Medio Mundo» en la calle Cuareim. Aún hoy se pueden percibir distintos matices de sonoridad o ritmo según el barrio al que pertenece la «llamada».

Las antiguas llamadas afrouruguayas tenían por finalidad «citar» a los tamboreros que no habían concurrido con puntualidad a la «sala» para, luego de la ceremonia, visitar a las autoridades nacionales. Llama la atención que esa práctica pervive en África con idéntico sentido convocatorio, por ejemplo, los yorubas, de Nigeria, poseen no sólo llamadas de tambores sino también vocales.

El religioso africanista Armando Ayala sobre el carácter de la «Llamada de Candombe» escribía que ésta «(…) es la preservación de su tradición, es el homenaje a sus ancestros representados en ese toque de tambor que es el originario de su barrio pero más importante que eso su nación, que aunque no lo sepan está viva en su sangre, en su corazón y en sus ojos que se iluminan cuando el ritmo se hace más fuerte». En resumen, el Candombe es una síntesis, un riquísimo mosaico en el que confluyeron aspectos de diferentes pueblos africanos. Es la mayor expresión cultural de los afrouruguayos, por lo que hoy constituye una expresión artística y un fenómeno social esencial de la identidad de la República Oriental del Uruguay.

Existían varias formas de ejecutarlo, dependiendo de la nación y también de si estaban en una ceremonia dentro de la Sala de Nación o en la calle. No se puede establecer con precisión cuándo se comenzó a tocar caminando.

Lo que sí es seguro es que aquel Candombe era diferente al de hoy en día. En la calle, cuando se iba en procesión o a saludar a las autoridades, quienes daban la nota eran los tamborileros, junto a los personajes típicos, sobretodo el bastonero o escobero, quien dentro o fuera de la Sala era un verdadero director de la «orquesta» de Candombe. Pero dentro de la Sala la riqueza instrumental aumentaba, al igual que los candombes que realizaban en las «canchas» del Cubo del Sur o en otro lugar prefijado, en el que hacían una participación fija, sin caminar. Los tambores se colgaban con una correa, llamada talín o tahali, que se cruza en el hombro derecho, se sumaban la caña tacuara, la huesera, el mate o porongo, el mazacalla, la marimba, los palillos, trozos de hierro, el Macú (tambor ceremonial), a los que se agregaba la denominada Bambora. Otras danzas eran la bámbula, la chica, el Candombe y la samba, sin duda las primeras bailadas en Montevideo.

Hacia 1880 aún había varias danzas y toques heredados de algunas naciones africanas… pero africanos originales no quedaban muchos. Varias Salas de Nación, integradas por los descendientes de aquellos africanos, lograron sobrevivir hasta entrado el siglo XX con prácticas rituales tradicionales. En cada Sala se redía culto a las entidades religiosas que habían logrado mantener vivas a pesar de tanta represión; en algunos casos reprodujeron imágenes, realizadas por «crudos» artistas como apunta Marcelino Bottaro, y en otras teniendo a San Benito o a San Baltasar como patronos.

En la época colonial, en las conmemoraciones de San Baltasar, los 6 de enero, lucían todo el esplendor que era posible, por lo que es presumible que se tratase de la evocación de una deidad de las de más alta significación dentro del santuario africano. Agustín Beraza relata que se «bailaban tangos, chinchiría, chindá, tam tam, hasta la puesta del sol, en medio de las libaciones que acentuaban aún más, el bullicio propio de la fiesta». Los «tíos» lucían casacas, levitas, corbatines, bicornios o galeras altas y las negras sus vestidos, blondas, cinturones, collares, sombrillas, etcétera, de un abigarrado colorido.

Cada sala tenía su trono con dosel y cortinajes, y el altar de San Antonio o San Baltasar, y a la puerta el platillo que recibía las ofrendas de los asistentes, bajo la custodia del «capitán, guardián de la puerta y de la colecta». En los tronos aparecían sentados con grave actitud los Reyes, con sus charreteras en los hombros, las casacas galoneadas, pantalón blanco y faja negra y a su lado las Reinas, que unía a su rango, el prestigio de ser la mejor pastelera de Montevideo, rodeados todos por las princesas y camareras que atendían el ceremonial. Terminada la ceremonia, se dirigían en corporación y por naciones, a la residencia de las autoridades. Luego de 1830, a la del Presidente de la República, quien los recibía rodeado de sus Edecanes. También visitaban a los ministros, al vicario y jefes militares.

El candombe ha calado en toda la sociedad uruguaya que lo ha incorporado y lo vive como uno de los elementos culturales que definen su identidad. En los últimos años ha ido creciendo como expresión de la cultura nacional, el toque de tambor se practica frecuentemente en barrios y ciudades, constituye un factor de integración social y crisol de razas con un impresionante potencial para contribuir a la superación de la discriminación y el racismo, desde la valoración de la diversidad cultural como un capital colectivo al cual mucho han aportado los afrodescendientes.

Los tambores de origen africano

Aquí han estado por más de 200 años y han cambiado su forma y quizás su modo de ejecución, sus nombres y sonido pero no su esencia. Antes Macú, Bombo y Congo eran sus nombres y les acompañaban una verdadera orquesta del Candombe. Hoy Chico, Repique, Piano y Bombo, son los tambores de esa tradición, heredada de África, de Llamar, de transmitir sentimientos y emociones. Cuánto han comunicado y tienen aún por hacer a través de su ritmo.

Según Ferreira, el tambor actual es «un único tipo de tambor en tres tamaños denominados piano, repique y chico, en orden de mayor a menor tamaño y correspondiente sonoridad del grave al agudo. Es un tambor abarrilado unimembranófono liviano, abierto en el extremo opuesto al parche: es de fabricación artesanal a partir de duelas de madera.»

Los tambores del Candombe han mantenido intacta la magia, son la voz a través de la cual hablan nuestros abuelos negros. De los troncos ahuecados, de las barricas de yerba mate a estos tambores de hoy, ha pasado mucho tiempo y generaciones, muchas de las cuales no veían con agrado aquella expresión «de los negros». El tambor, con orgullo pero sin soberbia, expresa que ha triunfado y es un embajador inigualable en el mundo, donde nos representa con dignidad y sin rencor.

Cada pueblo africano «trasladó» su bagaje cultural, y si bien no trajeron libros ni elementos materiales, por razones obvias, sí transmitieron, por ejemplo, a través de las mujeres-madres una cultura tradicional africana muy diferente a la europeizada. Aquí es importante destacar el papel desempeñado por las «ayas» o «nodrizas» quienes, junto con la leche de sus pechos, les fueron traspasando a los pequeños niños blancos sus cantos, mitos y arrullos, así como la mística de la cultura africana con sus tradiciones y su religiosidad, con la significación que este hecho pudo haber tenido.

Personajes de la comparsa de Candombe

Sobrevivientes de los primigenios candombes, el Escobero, la Mama Vieja y el Gramillero constituyen hoy, con los tambores, la esencia del Candombe. Juntos encarnan el alma de la comparsa.

Escobero, antiguo bastonero, de primordial importancia en las primeras épocas de las comparsas, era quien las dirigía y animaba. Con sus movimientos de bastón, daba inicio y finalización al Candombe. Su buen trabajo significa buenos augurios para la comparsa y con sus pases mágicos aleja los malos presagios. Es quien abre los caminos para que la comparsa tenga un buen desempeño. Con su escobilla abre los caminos. Resalta en su indumentaria el cuero que lleva alrededor de la cintura, por delante y por atrás, cubriéndole las piernas, como traje característico.

El escobero «a la buena». Era el escobero que se enfrentaba en duelo con el de otra comparsa. El ganador era el que lograba hacer caer a su contrario mediante el uso de la escobilla, sin perder el ritmo y sin dejar de hacer girar la escoba. Según las crónicas todo se valía: empujones, zancadillas, codazos.

La Mama Vieja personaliza la sabiduría y buonomía y representa la ancianidad, tan reverenciada en los pueblos originarios. Es madre, abuela sabia y dulce. Es reina de la comparsa. De alguna manera representa a la Reina de la Sala de Nación. Era «ama de leche», lavandera, pastelera, costurera y otros mil oficios.

El Gramillero. Sería el sucesor del Rey de la Sala de Nación. El yuyero, el brujo, el curandero se encarnan en este particular personaje del Candombe. Es el símbolo de la vida tribal, trasplantado aquí por aquellos pueblos arrancados de África hace más de 200 años. En los pies del gramillero vive la tradición africana. Mantiene algunos elementos de la mística africana como el temblequeo que reiteradamente realiza, como entrando en estado de trance.

Es guardián de la sabiduría africana expresada a través de los yuyos, de las hierbas, de las gramíneas («gramillas»). Es de ahí que deriva su denominación: el que cura con «gramillas». Siempre lleva una valijita llena de yuyos que dice «Doctor» o «Brujo». Su barba blanca y su bastón a modo de cayado son expresión de la aparente avanzada edad, representa el respeto que se tiene en África por sus mayores.