El Yunque. Puerto Rico. Un bosque encantado
Yuque o montañas blancas, llamaban los indios taínos de esta isla de las Antillas Mayores a la Sierra de Luquillo, porque en la distancia no se distinguían sus cimas cubiertas de nubes como un sagrado templo en la lejanía del cielo, que sigue invitando a la callada contemplación sin dejar dudas de que la libertad verdadera del hombre siempre parece recomenzar allí donde la vida se conecta más intensamente con la naturaleza.
El Yunque, como lo castellanizaron los colonizadores españoles, es un baño de todos los verdes, una incursión a través de antiguos caminos todavía solitarios de ancestrales motivos sagrados por donde mientras más se avanza y se sube, más irresistible se hace el deseo de escapar un rato del mundanal ruido. Su aire es húmedo y puro, el paisaje no consigue dejar indiferente a sus visitantes –invita a ser disfrutado sorbo a sorbo, milímetro a milímetro, en medio de una música de aves, susurros de hojas, riachuelos, manantiales y regatos en los que pululan las pequeñitas ranas coquí, el símbolo de la fauna local, junto a las cotorras. Aunque el clima tiene sus más y sus menos y en el trópico, por momentos, se vuelve impronosticable el tiempo, esta reserva de Puerto Rico vale cualquier riesgo y por lo tanto siempre será una sugerencia atendible para el viajero. Está de San Juan a sólo 50 kilómetros por la Autopista 3 y se ofrece al visitante como el espectáculo natural más sobresaliente e irrepetible de la isla –el único que tiene todos los verdes posibles como la paleta de un antiguo paisajista florentino desde el sutil azulado zafiro hasta el brillante esmeralda; y el único que comprende, además, todo el universo vegetal de este territorio antillano, desde los helechos arborescentes hasta los árboles más longevos, robustos y copiosos, que son nítida expresión de la vitalidad de la tierra en estado puro. La selva lujuriosa da la bienvenida tras pasar la barrera de acceso al parque en el sitio llamado El Portal, donde están las oficinas de los responsables de la reserva y se pueden contratar servicios de guías, adquirir algunos mapas con rutas e informarse en profusión, sobre las opciones de recorridos y lugares de interés. Varias serán las recomendaciones previas: ir despacio sea en auto o a pie, no arrancar flores, no partir gajos, no salirse de los caminos ya abiertos y preparados con barandas y otras protecciones para los caminantes, no exponerse en el filo de abruptas pendientes… seguir las instrucciones contenidas en las mini vallas situadas a distancia prudencial a lo largo de cada sendero para no desviarse peligrosamente. Coca, Mina, la Pista de los Vientos Alisios y la eternidad… El Bosque Nacional del Caribe, es el nombre de referencia oficial para las 11 hectáreas de la Sierra de Luquillo donde se encuentra El Yunque y están, también, los picos del Cacique, del Toro, del Este y Monte Britton, la altura culminante del parque. Cada uno regala visuales impresionantes, pero para mayor disfrute y menor desgaste físico, los administradores de la reserva han elegido sitios estratégicos donde han establecido miradores con todas las condiciones, entre ellas binoculares de largo alcance. Uno es Palo Colorado, otro es Picachos y el mejor de todos, Britton, de donde en días transparentes y despejados puede verse buena parte de Puerto Rico y, más allá de sus costas, el Caribe y el Atlántico. Lo ideal es moverse por allí en auto a través de la carretera 191 hasta donde lo permitan la potencia del vehículo, la humedad de la vía y la habilidad del chofer. Un buen punto intermedio para dejar la comodidad del coche y emprender el ascenso de las cuestas circundantes es el pueblecito de Palmer, si bien, al borde de la vía existen varios parqueos-paradores para que cada quien detenga la marcha donde desee, y comience a caminar según su propio plan. Todo en El Yunque consiste en darse por enterado y llevarse una idea de que en algún momento el Caribe fue así, esta mezcla de lo pequeño y de lo grande, esta pugna vegetal por cada centímetro, esta maraña de floresta que a lo largo del tiempo se ha entrecruzado, entretejido, ajena a lo que ocurre fuera de sus límites, como un juego de vida entre la prehistoria y la eternidad. Aunque hay muchos caminos y senderos en este lugar, convertido desde hace años en paradigma de turismo responsable en el Caribe, el más completo es la conocida Pista de los Vientos Alisios, que tiene una extensión de 13 kilómetros y prácticamente incluye al Bosque Nacional del Caribe en su totalidad. Por su parte la Pista del Árbol Grande tiene el atractivo especial de pasar por el estupendo salto de agua de La Mina, verdadero bálsamo en los días normalmente calurosos de Puerto Rico; como lo es también el salto de La Coca, algo más potente y caudaloso, con una música perenne producida por el estrépito del agua al caer sobre las piedras. Mas este no es todavía el Yunque alto, ese que se encuentra alrededor de los mil metros sobre el nivel del mar, donde se enseñorean la humedad y la bruma, abundan las lluvias y suele perderse la visibilidad por las frecuentes nubes bajas que ensombrecen el paisaje y todo lo mojan. El más cercano a las cimas, es el verdadero Yunque; el sagrado templo de los antepasados taínos, que no parece dispuesto a renunciar a ser eterno.