- Necrópolis Cristóbal Colón. Patrimonio Cultural.
PARA LA MAYORÍA DE LOS CUBANOS LA NECRÓPOLIS DE COLÓN, MÁS QUE UN CEMENTERIO, ES LA SÍNTESIS DE UNA CIUDAD, DONDE SOBRESALEN LOS ELEMENTOS DE UNA TRANSCULTURACIÓN EXPRESADA EN PRÁCTICAS RELIGIOSAS, MISTICISMO Y FE
Imponente y majestuosa se alza en lo más alto de la calle 12 del barrio del Vedado la Necrópolis Cristóbal Colón. Fundada en 1871, ha trascendido a sus funciones necrológicas y se ha convertido en uno de los más fieles exponentes del arte funerario, escultórico, religioso y monumental de La Habana.
Declarada Monumento Nacional desde 1987, esta inmensa “ciudad de los muertos” cobra vida diariamente y es síntesis de la identidad habanera, y de su patrimonio material e inmaterial. Convergen en ella los personajes más ilustres de la cultura nacional, con historias, leyendas, mitos y monumentos que son reflejo del imaginario popular del cubano.
Un paseo por la avenida principal del cementerio, o zona de monumentos de primera clase, como suele llamársele por haber sido el área más costosa del camposanto, permite disfrutar de una gran diversidad de mausoleos y monumentos, que no son simples sepulcros sino una panorámica de la historia de la arquitectura cubana y una excelente muestra del buen gusto. Panteones que imitan casas de viviendas, pirámides egipcias o castillos medievales, esculturas representativas de las vanguardias cubanas y de artistas extranjeros, toman forma en mármoles procedentes de todas partes del mundo, aunque resalta entre ellos el valiosísimo mármol de Carrara.
Asimismo, yacen en el cementerio personalidades e intelectuales de la estirpe de Fernando Ortiz, Alejo Carpentier, José Lezama Lima y Nicolás Guillén; deportistas de renombre mundial, como José Raúl Capablanca, Kid Chocolate o Adolfo Luque; artistas de la plástica como Carlos Enríquez y Portocarrero; músicos representativos como Joseíto Fernández, Gonzalo Roig, Chano Pozo o Ibrahim Ferrer. La lista sería interminable y demasiado parcializada.
No obstante, uno de los elementos que más llama la atención se centra en la amplia variedad de manifestaciones de la religiosidad popular y la cultura de los cubanos, elementos de una transculturación que hacen coincidir, en un cementerio originariamente católico, prácticas religiosas afrocubanas, misticismo y fe. Todo lo anterior, coherentemente contextualizado en un camposanto donde están representados un sinnúmero de ángeles, santos, vírgenes marianas y alegorías propias del catolicismo.
Recorrer el Cementerio de Colón, titulado así en honor al almirante que nunca lo “visitó”, puesto que sus restos estuvieron en la Catedral de La Habana durante todo el siglo XIX, resulta singular y paradójico.
La singularidad se manifiesta en lo exclusivo de su patrimonio y las costumbres y tradiciones que lo identifican: tres tumbas famosas, consecuencia de hermosas historias de amor; un difunto enterrado de pie, o sea, de forma vertical, debido a su peculiar solicitud de ser inhumado de esa forma puesto que, según su creencia, caería seguro en el infierno dado que las puertas del cielo estarían cerradas para él; una tumba a la fidelidad, que alude al amor incondicional entre las personas y sus mascotas; dos tumbas mágico-religiosas, a las que cientos de cubanos peregrinan a pedir por milagros y deseos que, según muchos, se vuelven realidad.
La paradoja, por su parte, se expresa en la aparente atemporalidad de pasear por un cementerio en el cual la mayoría de sus monumentos fueron construidos hace más de cincuenta años y desbordan modernidad.
Su relevancia mundial se expresa más bien en el reconocimiento y el respeto que le otorgan diariamente los más de 50 000 visitantes extranjeros que lo visitan anualmente. Para ellos, como para la mayoría de los cubanos, la Necrópolis de Colón más que un cementerio, es la síntesis de una ciudad maravilla del mundo.