AMAZONAS. Corazón verde del Planeta
El Amazonas desagua en el Atlántico 175 millones de litros de agua por segundo, es decir, cada día, todo lo que en un año vierte al mar el Támesis, en Londres; o el 20 por ciento del agua dulce que todos los ríos de la tierra, descargan en los océanos. En Manaus tiene un activo puerto, y curiosamente desde esta ciudad brasileña hasta Belem, hay una distancia de 1 646 kilómetros, con un declive de sólo 2 centímetros por kilómetro recorrido. De esto y mucho más cuenta este material, surgido de un viaje del autor a esta fascinante parte del mundo.
El Amazonas desagua en el Atlántico 175 millones de litros de agua por segundo, es decir, cada día, todo lo que en un año vierte al mar el Támesis, en Londres; o el 20 por ciento del agua dulce que todos los ríos de la tierra, descargan en los océanos. En Manaus tiene un activo puerto, y curiosamente desde esta ciudad brasileña hasta Belem, hay una distancia de 1 646 kilómetros, con un declive de sólo 2 centímetros por kilómetro recorrido. De esto y mucho más cuenta este material, surgido de un viaje del autor a esta fascinante parte del mundo.
En septiembre pasado tuve la buena noticia de que en unas semanas viajaría por primera vez a Brasil, más concretamente a la ciudad de Manaus, de donde partiría en un crucero de 8 días en el buque Grand Amazon para recorrer, río arriba, una parte del Amazonas, el curso fluvial más caudaloso de la Tierra. Inmediatamente comencé a documentarme, recopilar información sobre el destino de este nuevo y apasionante viaje con el que conocería de forma directa la selva amazónica, la extensión más verde y salvaje del planeta. El Amazonas es un río que discurre por llanuras inmensas. En Brasil puede alcanzar un ancho de entre seis y ocho mil metros y una profundidad de hasta 200. Sus aguas corren a una velocidad de 2,5 kilómetros por hora en su curso medio y bajo, y puede aumentar hasta los siete u ocho kilómetros por hora, en otras regiones. En zonas poco profundas, existen numerosas islas que dividen el río en diversos brazos llamados localmente paranás. En la época de lluvias (de mayo a octubre), cuando ocurren las crecidas, el Amazonas llega a alcanzar en determinados tramos, cuarenta o cincuenta kilómetros de ancho. El río recibe aguas drenadas de dos sistemas diferentes: el Parima, localizado en el hemisferio norte y el de la meseta brasileña, en el hemisferio sur. Los ríos del primero, afluentes del margen izquierdo, son más cortos y con mayor formación de saltos de agua; los del margen derecho, más largos -tienen más de tres mil kilómetros de extensión, siendo más navegables, como por ejemplo el río Juruá, Purus o Madeira. En la desembocadura, el Amazonas se divide en dos grandes brazos. Al norte, uno más ancho que es su verdadero estuario; y al sur, regionalmente conocido como río Pará y Bahía de Marajó, compuesto por una inmensa serie de canales naturales e incontables islas, que forman el archipiélago de Marajó. El viaje comienza En el atardecer de una de las muchas tardes otoñales de Madrid me dirigí a la terminal internacional del Aeropuerto de Barajas. Comenzaba el viaje, aunque primero debía hacer una parada en Sao Paulo. Después de dieciséis horas entre vuelo y escala, vería en las pantallas de la terminal el nombre de Manaus, mi destino, finalmente. Si todo se cumplía, estaría esperándome Emanuela, joven brasileña colaboradora de la revista Excelencias Turísticas del Caribe y Las Américas. Con TAM tuve un viaje excelente y gracias a las buenas relaciones entre el Grupo Excelencias y la compañía, incluso fui invitado a viajar en bussines class, colmado de atenciones, delicadeza y servicios de primera, con lo que el vuelo hacia tierras brasileñas fue un paseo lleno de exquisiteces y profesionalidad. Manaus Llegué a la ciudad a media tarde de un día húmedo y caluroso. Me acomodé en el buque-hotel Iberostar Grand Amazon, en una habitación luminosa y exterior –como todas- y desde cuyo balcón podía contemplar la fila que formaban una veintena de grandes mercantes en espera de su turno para zarpar o atracar. Iberostar comenzó esta operación en 2005 (en lo que fue el primer proyecto turístico de esta empresa en Brasil) y desde su viaje inaugural, el barco ha recibido más de veinte mil turistas y ha recorrido cincuenta y ocho mil kilómetros. El río lucía un color esmeralda y la caída de la tarde dibujó un ocaso esplendoroso con miles de azules, dulces y suaves. Cumpliendo la tradición, el buque zarpó de puerto haciendo sonar sus sirenas de forma atronadora. El viaje se conformaba como una aventura por la selva con el confort y sofisticación de los mejores cruceros, algo que parecería imposible en medio del mayor bosque húmedo del mundo. Esperaba una travesía de una semana en dos itinerarios diferentes río arriba: una primera parte de tres días por el cauce del Solimoes y una segunda parte, de cuatro días, por el río Negro. Al amanecer de la primera jornada, la excitación de los pasajeros minutos antes de comenzar la incursión en el verdadero Amazonas, era muy evidente. Estar en un lugar tan especial y poderse encontrar con la apabullante naturaleza, generaba una verdadera expectación. Las lanchas rápidas, con una perfecta puesta a punto, esperaban para llevarnos a la orilla izquierda del río Solimoes. Pisar tierra firme, caminar por la selva, escuchar sus latidos y embriagarnos de humedad y vida, fue algo palpitante e intrigante a la vez. Las mil y una tonalidades de verde de la región de Manacapurú quedaron grabadas en mi retina. Los paseos a pie por la selva se organizaban con tranquilidad, sin rumbo fijo pero con el cuidado y la atención que los guías nos habían aleccionado la tarde anterior. El peligro en la selva amazónica no está en los grandes animales, no es previsible que ataque un jaguar y menos un cocodrilo, pero sí puede estar en lo más pequeño o minúsculo, en los insectos, hormigas, tarántulas o algunas especies vegetales. Las precauciones deben cumplirse y el cuidado en no tocar o descuidarse, según sea el lugar, debe ser cumplido en todo momento. Ir vestido de manera adecuada y con la protección necesaria, hizo que no hubiese incidentes a tener en cuenta en toda la travesía. Manacapurú, originalmente fue un asentamiento de indios mura que en 1786 se establecieron en estas tierras con el consentimiento del Capitán General Joao Pereira Caldas. Con el mismo nombre, que significa «Flor Matizada» o «Ciudad Hermosa», la aldea fue declarada ciudad en 1932. Hoy se le conoce como la Ciudad de la Belleza. Su principal fuente de ingresos es la pesca y se ubica donde se encuentran los ríos Solimoes y Manacapurú. Visitamos recodos del río en su margen izquierda, vimos pirañas, yacarés (nombre utilizado en el Amazonas para los caimanes) y macacos en libertad. Esto era muy especial, considerando que no es común en la vida rutinaria de la mayoría de los mortales, acceder en alguna ocasión a vivir estos momentos. Las salidas a las riveras se alternaban con largos ratos en el buque, visitando el puesto de mando, la biblioteca y –por supuesto– las piscinas, el bar y el restaurante de la cubierta. Un viaje de estas características te permite disfrutar del tiempo en otra dimensión, dado que el día comienza muy pronto (6:30 a.m.), las posibilidades que se te ofrecen no cesan y esto incluye hasta escuchar música andina en directo, ofrecida por uno de los guías locales que nos acompañó en el viaje. La región donde se encuentra el lago Janauacá fue otro de nuestros destinos en una de las soleadas mañanas de la travesía y nuestra mayor sorpresa se produjo cuando supimos que podríamos acceder a una comunidad y visitar las viviendas actuales de sus habitantes. Con sosiego y sin intimidar su rutina, pudimos hablar y conocer de primera mano cómo viven los indígenas en una de las partes del planeta más bellas, pero también más indómitas. El atardecer en el barco era de los momentos más bellos de cada jornada, siempre en un lugar distinto con un paisaje diferente y una atmósfera pulcra. Después de cuatro días, llegamos al segundo destino, el río Negro, de aguas no exactamente negras, si no de un color parecido al de un té fuerte, debido al ácido húmico de la descomposición incompleta del contenido fenólico de la vegetación en los claros de arena, lo que hace que desde lejos, sus aguas parezcan negras y sean, además, muy productivas. Río arriba, visitamos la región de Jaraqui, que debe su nombre a un pez frecuente muy sabroso y apreciado en esta región. La nueva etapa del viaje es muy distinta, se adentra en una serie de Parques Nacionales y –por lo tanto– no hay poblaciones, así que la soledad y los ruidos propios de la selva transportan a situaciones desconocidas, donde la tranquilidad del ambiente es sobrecogedora. Cada mañana las lanchas rápidas del barco se abarrotaban de pasajeros, deseosos de desembarcar y caminar por las riveras del río. En la región de Igarapé pudimos observar los delfines de color rosa característicos de esta zona del río. Son uno de los espectáculos más bellos que la naturaleza puede ofrecer. De piel rosada y joroba pronunciada, constituyen una referencia del ecoturismo en Brasil, y no solamente por su belleza y singularidad, sino también por los mitos que se les atribuyen. Tanto en Brasil como en Colombia una antigua leyenda dice que un guerrero indígena, debido a su belleza, fue envidiado por los dioses. Por tal razón lo convirtieron en delfín. Se cuenta que durante las fiestas sale a seducir a la mujer más bella del pueblo vestido de blanco y con un sombrero de paja; y sin que esta pueda resistirse a sus encantos la invita a la orilla del río con él y a la mañana siguiente, sin que pueda recordar nada, descubrirá que está embarazada. Tal es el arraigo de esta leyenda, que las mujeres evitan bañarse en el río y en algunos casos, en el registro de nacimiento de personas con padre desconocido, se les identifica como «hijos del delfín». Nuevos paseos nos llevaron a la región de Ariaú, donde volvimos a ver pirañas; mientras, en Jacaré Ubau, en el último atardecer del viaje, tuvimos la inolvidable posibilidad de disfrutar de un baño en unas pequeñas playas de arena de poca profundidad y cálidas aguas que se forman antes de que lleguen las lluvias. Aunque cada viaje conlleva un relato distinto, vivencias particulares y algo que nunca se olvida, el haber tenido la oportunidad de conocer por primera vez la naturaleza en estado puro, me ha animado a recomendar a todo el que pueda hacerlo, programarse visitar esta parte del mundo; y si para ello pueden contar con el Iberostar Gran Amazon, mucho mejor. El río Amazonas cambia cada temporada y siempre, por eso, este coloso fluvial ofrece algo diferente.