Matanzas, Ciénaga de Zapata, Varadero
Muchas historias se cuentan, algunas colindantes con la leyenda, acerca del nombre de esta ciudad y en la mayoría de ellas, obviamente, aparecen españoles y aborígenes; la más aceptada suele ser la de un ataque de estos últimos a unos náufragos españoles que trataban de atravesar la bahía, alrededor de 1510. En época de descubrimientos provocó asombro aquella "matanza" ocurrida en cierta zona del Nuevo Mundo, inexplorada y sin bautizar, cuando aún se desconocía la naturaleza de esta Isla.
El nombre de Matanzas le fue impuesto primero a la bahía y a uno de los ríos que desemboca en ella. Después, a un corral comarcano y por último, a la ciudad que en 1693 se fundó con una treintena de familias canarias. Pero ya desde antes el sitio venía cargado de suculentas historias. En aquellas aguas olvidadas y tranquilas, habían anclado sus naves famosos personajes de la piratería mundial, como Cornelio Jols, alias "Pata de Palo". En 1628 el corsario holandés Piet Heyn había destruido allí la Flota de la Plata española, un golpe de suerte que lo convirtió en héroe popular, y su hazaña fue comidilla en todas las cortes del Viejo Mundo; así se refiere en múltiples lenguas la temeridad de los protagonistas y el "milagro" de un tesoro real que se repartió entre los asaltantes y la oscura promiscuidad del fondo marino. Hoy, desde el viaducto que aligera el tránsito entre la ciudad y el cercano balneario de Varadero, una estatua del famoso corsario, de frente a la bahía, vigila perpetuamente sus tesoros sumergidos.
Durante más de un siglo después de su fundación, Matanzas fue sólo "la novia dormida" que algunos espíritus sensibles creen ver en el perfil de la cercana Loma del Pan; pero el siglo XIX fue determinante en su historia: la habilitación del puerto en 1793, la adquisición de tierras por inmigrantes de Europa y Norteamérica y la cercanía de la Capital, convertirían a la ciudad en la más importante productora de café y azúcar de la Isla.
La eclosión económica del XIX sustentó las bases de un desenvolvimiento cultural grandioso. No sólo creció la riqueza material: también el espíritu. El aporte de Matanzas a la cultura nacional, fue determinante en el ámbito de las Letras y las Artes. Sigue siéndolo aún. Ello le valió un sobrenombre afincado por la tradición: Atenas de Cuba. Brilló en todas las manifestaciones y en casi todos los géneros; pero en la poesía se llevó los laureles de la coronación popular. Sus poetas arrastraron consigo un sopor legendario que prosigue alimentando la posteridad. El espíritu romántico de José Jacinto Milanés parece merodear aún por sus puentes y los encendidos versos de Bonifacio Byrne a la bandera no han apagado sus ecos. La urbe se apropió de sus melodías para alimentar una atmósfera de fulgor cotidiano y olímpico. Ninguna otra población cubana ha tenido cantores populares como Plácido, Seboruco o Juan Santos, cuyas esencias traspasan las cortinas académicas para invadir los humildes traspatios del pueblo sencillo. Sólo aquí se vive tropezando a diario con imágenes y metáforas entre las más rudas y simples acciones comunales. Un barbero improvisa décimas al compás de sus tijeras; un taxista recita nueva cuarteta cuando desemboca en nuevas calles; una estomatóloga empasta un diente al paso que dice algún verso de Carilda Oliver...
La urbe que ayer se benefició con el trabajo de miles de esclavos africanos respira hoy el beneficio del mestizaje. En las antiguas casonas coloniales -convertidas hace tiempo en ciudadelas o viviendas más pequeñas- viven los descendientes de aquellas etnias: negros y mulatos de hermosa hechura cubana que conservan los mágicos relámpagos de sus dioses, vencedores de todas las liturgias cristianas. Aquí Elegguá y Ochún, en su fulgurante dimensión espiritual y cromática, reviven una fiebre folclórica.
Las riquezas de Matanzas. La ciudad fue concebida como un gran anfiteatro cuyo centro es la anchurosa y bella bahía; por eso el viajero que se acerca a Matanzas por cualquiera de sus entradas, puede contemplar un paisaje cautivador. La naturaleza creó los ríos que la atraviesan y el hombre, los puentes que la caracterizan -entre ellos el de Bacunayagua, majestuoso por su extensión y altura, una de las siete maravillas de la ingeniería constructiva en Cuba, y el de Canímar, monumental puente de arcos sobre el río del mismo nombre- por eso es conocida también con los sobrenombres de "Ciudad de los Ríos", "Ciudad de los Puentes", y "Venecia de América". En una de las suaves laderas que la circundan fueron descubiertas -por un asiático, según se cuenta- las Cuevas de Bellamar, clasificadas hoy como un sistema cavernario de gran amplitud, cuyas caprichosas formaciones interiores despiertan el asombro del visitante en su amplio recorrido; el valle atravesado por el río Yumurí y que lleva su mismo nombre, ofrece en determinados momentos del día, todos los matices de verdes, luces y sombras que pudiera concebir la mejor dotada pintura paisajista. Se dice que un príncipe ruso, al contemplarlo en 1872, exclamó: "Sólo faltan Adán y Eva". Admirable mirador hacia el valle es la Ermita de Monserrate, punto culminante de una hermosa tradición catalana que el pueblo ha sabido mantener. Cada año se celebra la popular "Fiesta de la Colla", especie de peregrinación en que la música, el arte, la religiosidad, el pan y el vino, unen a cientos de pobladores desde el Parque de la Libertad (antigua Plaza de Armas) hasta la vetusta ermita, para cuya necesaria restauración se han unido los esfuerzos de catalanes y matanceros en un proyecto que próximamente dará inicio.
Entre otros muchos atractivos exhibe la ciudad su centenario Teatro Sauto, Monumento Nacional, joya de la arquitectura y de la acústica y escenario por el que han pasado relevantes figuras del Arte Universal, o la Botica Francesa del Dr. Triolet, única de su tipo en el mundo; pero quizás el mayor encanto de la ciudad está en sus músicos, pintores y poetas, sus ríos y puentes, sus brumas nocturnas y el espíritu de su gente. Raúl Ruiz, historiador de la ciudad durante varios años y destacado escritor la definió así: "Ciudad de grandes amores que le brindó a Cuba dos de sus poetas nacionales y al diseñador del escudo y la bandera; vio nacer al autor de La Bella Cubana; acunó a la rumba y a los tambores batá, al danzón, al danzonete y trajo al mundo al Rey del Mambo".
La ciudad que le faltaba al mundo. Matanzas es un paisaje siempre inconcluso. Raíz anclada y rama verde. Su encaje urbanístico está bajo el signo de los puentes, insertos en un trasfondo arquitectónico alentado por un espíritu neoclásico y ecléctico. No es población que viene. Es población que va. Nadie la conoce ciertamente y sus mejores retratos están por hacer. En sus calles se han dado cita personajes ilustres del planeta: desde Sara Bernhard hasta Anna Pavlova, desde Lorca hasta Pablo Neruda; pero fue Marta Valdés -compositora e intérprete habanera de este siglo- quien hizo su definición más promisoria y envidiable: " Es la ciudad que le faltaba al mundo".