Si llevamos buen tiempo discutiendo las relaciones entre turismo y cultura, no es por simple ejercicio retórico. De la fluidez de los vasos comunicantes entre una y otra esfera depende en buena medida la sostenibilidad y el desarrollo de la industria turística nacional, y de la economía y la sociedad cubana en general.
Sucede que esas relaciones no siempre son armónicas ni congruentes. Incluso han llegado a ser antagónicas. A nivel de los organismos rectores se pueden establecer convenios y acuerdos, se pueden trazar programas de seguimiento, elaborar estrategias conjuntas, formalizar compromisos. Esto, sin embargo, no es suficiente.
El problema mayor está en la misma comprensión del asunto. Mientras alguien piense en diseñar una cultura para el turismo, no se avanzará. Hay que poner al derecho la ecuación. El turismo es el que debe insertarse, de manera orgánica, en la vida cultural del país.
Esa vida está en las ciudades, la calle, la gente, y sobre todo, en la cultura viva de una sociedad portadora de una fuerte identidad que no es congelada, sino en plena transformación y desarrollo.
Debemos tener en cuenta que una cosa es preservar y mostrar tradiciones legítimas y otra bien distinta promover desusados figurines y antiguallas ficticias. Ninguno de los personajes que tratan con el turista en nuestras calles se merece el destino de los falsos Lenines que cobran en Arbat por posar en una fotografía ni la reproducción de un cabildo tiene que competir con esos enclaves temáticos del Far West donde se juega a asaltar una diligencia.
La diversidad es también una de nuestras fortalezas desaprovechadas. Cuba es tierra de son, de sustanciales tradiciones africanas y europeas transculturadas, pero se siente la necesidad de abrir el abanico promocional a otras opciones, a los nuevos desarrollos danzarios, escénicos y musicales, a la pujanza de las artes visuales, a los valores que se van alcanzando en la cultura comunitaria. Para esto se requiere ordenar la programación, anticiparla, difundirla a tiempo para que visitantes y compatriotas, en plano de igualdad de oportunidades y posibilidades de acceso, sepan qué va a pasar y qué van a encontrar. Nuestro sistema de festivales y eventos, salvo excepciones, cuenta con una programación detallada con suficiente antelación.
El turismo no es solo una actividad económica de primerísimo orden para Cuba, por los ingresos que aporta y su peso en el crecimiento del producto interno bruto. Es, ante todo, un hecho cultural.
Cierto es que la naturaleza nos ha privilegiado. Compartimos con otras tierras del Caribe paisajes, vegetación, costas, playas, temperaturas agradables y casi todo el año luz solar, atributos que aun en medio de las mutaciones climáticas de nuestra época se mantienen y tratamos de preservar.
Pero nuestra realidad es mucho más diversa y compleja, y es en el paisaje humano y sus realizaciones donde se hallan las coordenadas que explican el interés hacia Cuba y las potencialidades que debemos promover para que esa realidad pueda ser compartida por los visitantes que nos elijan como destino.
En tal sentido, la cultura es un elemento sustancialmente asociado al turismo. La cultura no como factor yuxtapuesto o simplemente utilitario. No como mera atracción, sino como fundamento de una relación posible, necesaria y mutuamente enriquecedora entre seres humanos.
Debemos ofrecer al visitante lo mejor de nuestras expresiones artísticas, basadas en la tradición popular y sus procesos creativos. No se trata de mostrar en una vitrina productos congelados en el tiempo ni estereotipos folclóricos, sino de promover lo original y auténtico.
Llamo la atención sobre un segmento del turismo que arriba a Cuba, el que viene a enclaves cerrados en las cayerías. Casi todo el tiempo permanece en hoteles. Disfruta del sol y la playa por el día. ¿Y las noches? No se puede dejar el entretenimiento a la buena del diablo, ni al gusto particular de ciertos animadores, ni a las veleidosas tendencias de determinados productores o gerentes. Hay mucho que ofrecer, pero hay que saberlo hacer.
Podemos atender a los más variados gustos y preferencias bajo el prisma de un máximo rigor y exigencia. Contamos con fortalezas en la danza clásica y la contemporánea, con compañías de clase mundial como el Ballet Nacional de Cuba, que dirige esa leyenda que responde al nombre de Alicia Alonso, pero también con excelentes conjuntos de portadores de tradiciones danzarias no solo en La Habana, sino en muchas ciudades del país.
Cuánto no pueden ofrecer las mismas ciudades y comunidades con su gente, transmisores de sabiduría popular y quehaceres que forman parte del tejido íntimo de la nación.
Museos y galerías exhiben tanto valiosos exponentes patrimoniales como nuevos desarrollos estéticos que hacen de la visualidad insular una de las más reconocidas en la actualidad a escala internacional.
Me gusta hablar de las músicas cubanas, más que de una sola, puesto que a los géneros tradicionales, muy apreciados por los visitantes, debemos sumar creadores e intérpretes en la música de concierto, el jazz y las llamadas músicas urbanas, todo ello, al igual que en el caso de las artes plásticas y escénicas, sustentado por un sistema de la enseñanza artística fomentado en las últimas cinco décadas y media por la Revolución.
Pero a la hora de promover esa diversidad jamás debemos perder de vista que lo hacemos en defensa de valores éticos y estéticos que hagan más llevadera la existencia del hombre sobre la Tierra. Esa ha de ser la alternativa contra la desidia, el eclipse de la razón y de los más puros instintos creadores.
En otro orden, en el lenguaje de los especialistas se maneja el concepto de turismo cultural como una modalidad. Incluso se llegan a ramificar sus variantes: turismo de ciudades, turismo patrimonial, folclórico, religioso, rutas turísticas del tabaco, del azúcar, del café, del cacao, turismo académico, o de festivales o eventos.
Quizá a nivel operacional ello sea pertinente, pero si nos atenemos a la proyección que abordamos, estaremos de acuerdo en que todo hecho turístico es cultural. Por ello no solo convido a evitar esa redundancia, sino a asumir una perspectiva coherente, para mí la única posible, en la promoción del turismo.
El turismo merece conocer y disfrutar lo mejor de la cultura cubana. La cultura no es solo culto a la belleza, sino un llamado a la conciencia social, al enriquecimiento espiritual y una vía para el conocimiento pleno de nuestra identidad.