- Fina García-Marruz «ama la superficie casta y triste»
Imaginemos un retrato familiar. En el centro hay una muchacha detenida en la preservación de ese instante previo a la disolución del paisaje memorioso, enfocada en articular desde las palabras las luces y sombras de lo vivido. La poesía de Fina García Marruz nos revela la intención de trocar la escritura en casa donde cobijar el pasado, sus límites difusos, la intimidad trascendental y cotidiana del recuerdo. Y no es un tiempo que se resiste a su disolución, sino al descentramiento que representa el olvido.
Presentimos soledad, pero sobre todo preguntas en la naturaleza de sus versos que calan en los misterios de la existencia, en esa puerta secundaria que nos abre los ojos a la fugacidad de la vida. Fue el ensayista y poeta cubano Cintio Vitier quien refirió que la poesía de Fina García Marruz va de la intimidad del alma a la objetividad del espíritu.
La noche, el tiempo, la fe, la música, la familia, el mar, son sitios en los cuales nos ayuda a permanecer en diálogo con la realidad que le circunda. Distintas dimensiones de una ética humanista se perfilan en su hacer en la poesía, caminos que ha complementado con el ensayo y la revisión constante del legado de José Martí.
Comenzando por la nostalgia adolescente del cuaderno Hora temprana, hasta atravesar los afectos contenidos en Las miradas perdidas, Visitaciones y Habana del Centro, podemos constatar lo que ha sido su mayor premisa en la poesía: la búsqueda inveterada del conocimiento, a la cual une su vocación por plasmar las sinuosidades de lo bello en su devenir, la idea de conjugar «lo eterno en lo fugaz».
Ya sea en sus poemas de raíz religiosa —donde la fe cristiana se torna propuesta ética para penetrar las esencias— o en su discurso poético de lo cotidiano, presenta un sujeto lírico que se aferra a las palabras como única vía de reconocerse ante la brevedad de su paso por el mundo. Y lo hace tomando como apoyatura el simbolismo trascendente de lo real.
En sus páginas podemos encontrar una evocación del cine mudo, la casa de la infancia, un esbozo del álbum familiar o el retrato de un borracho, un poeta, un sabio, un barredor, una virgen. Quizás ciertas cartas a Machado, Vallejo o Juan Ramón Jiménez. Regiones imprescindibles de una poesía que cala en las honduras de lo humano, en su fragilidad y que deviene diario filosófico, hoja de ruta para la memoria.
Y más que la tristeza, predomina la voz melancólica, los tonos ocres del ocaso que resguardan las formas de una eternidad indescifrada todavía. La duda ontológica se trastoca en reflexión sobre «lo que huyendo, permanece». Y eso intenta captar la poesía de esta escritora cubana; un rostro, un rumor, un instante. Ella lo resume mejor desde sus propios versos. «Todo lo que la lluvia se ha llevado / todo lo que el otoño ha reunido». Dirá luego y de modo definitivo: «Todo lo que es adiós sobre la tierra».
Fina García-Marruz
(La Habana, 1923). Poeta e investigadora literaria. Su obra conforma una de las estéticas más relevantes de la poesía cubana contemporánea. Perteneció al grupo de intelectuales de la revista Orígenes (1944-1956) junto a su esposo Cintio Vitier. Formó parte del equipo que realizó la edición crítica de las Obras Completas de José Martí. Su poesía ha sido traducida a varios idiomas. Recibió en 1990 el Premio Nacional de Literatura, máximo reconocimiento de las Letras Cubanas y el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana en el año 2011.
Sonetos a la lluvia
Esta lluvia me pone el corazón antiguo.
Soy ahora a la vez la música y los sones
y el que de lejos oye. Las conversaciones
del grupo familiar dan un rumor ambiguo.
¿Qué me escinde del sueño de la vida
hacia otro idioma que al mirar consigo?
¿Me pulsas también? ¿Te ha conmovido
la calidad nocturna de la vida?
¡Oh lo bello y lo triste! Como un barco
la intimidad violeta de la casa cerrada
me toca hasta esa música que soy y que no abarco.
Y esa luz que está ¿afuera?, que mi recuerdo mueve
sin tocarlo, me dice: soy lejana
y fugaz. Está lloviendo infinitamente. Llueve…
Mujer negra
¿Conoces tú el país?…
Goethe
Repitamos con tono de balada muy vieja:
“Cómo volver allí, cómo volver.”
Puedo volver, amigo, al país más lejano.
Fácil sería ver la nieve y los ciruelos.
Pero enséñame, dime el intacto camino
que me llevó al lugar de nuestro encuentro.
Llévame a los hondos pasillos de la casa
(…)
Allí nosotros solos, los fugaces,
Entre el muro real, la tarde eterna,
estuvimos hablando de los libros
preferidos, oyéndonos las voces.
Cómo volver allí, cómo volver,
si ya el pasillo está lleno de polvo
y he visto ya mi alma totalmente
y no entro en mí como un parque oculto
(…)
Puedo soñar el sueño más distante.
¿Qué quedará más lejos que la tarde
que acaba de pasar, parque encantado?
¿Conoces tú el país en que se vuelve?
Y sin embargo escribo sobre su polvo «siempre».
Yo digo siempre como el que dice adiós.