Santiago de Cuba. La Fiesta del fuego
La segunda ciudad más importante de esta Isla tiene infraestructuras y atractivos suficientes como para que una semana de estancia en ella parezca poco. Si esto coincide con algún motivo de celebración, como la Fiesta del Fuego o el Carnaval, es imposible no notar que aquí existen otros muchos buenos motivos para estar algunos días más.
De enero a julio en Santiago de Cuba no deja de hablarse en cada esquina de los carnavales que vendrán. A lo largo y ancho de la Isla, independientemente de responsabilidades, credos o régimen laboral, los que han nacido y vivido en esa ciudad, intentan organizarlo todo de modo que puedan trasladarse a ella en esos días de fiestas gloriosas, que ninguno de sus pobladores se permite no disfrutar. Cuando el jolgorio termina después de más de 100 horas ininterrumpidas de conga, música y ron, la gente cierra un ojo y deja el otro mirando al horizonte del tiempo, deseando que el plazo de 12 meses se vaya a toda velocidad –para muchos santiagueros la existencia constituye una noria sideral en la que nada tendría sentido sin estos momentos de dicha al final del circuito; y merecerlos con un honor incontestable es para ellos, un asunto de vida o muerte. Por eso viven y trabajan con tanta pasión y han convertido este tradicional festejo en un premio para todos, que nada ni nadie les puede arrebatar. Ahora, incluso, el típico carnaval santiaguero de los días finales de julio tiene desde hace años una especie de anticipo internacional llamado Fiesta del Fuego, un evento con el que la ciudad inaugura por todo lo alto cada verano y que constituye un espacio de intercambio cultural con los países de la región caribeña y América Latina, en esta edición dedicado a Pernambuco, Brasil; y a la isla de Curazao. Un ritmo distinto e inconfundible Santiago de Cuba tiene su propio ritmo, distinto e inconfundible. Su gente, fruto de mezclas interminables desde hace más de 400 años, la hacen tal cual es: musical y alegre. De ella hay noticias desde 1515. Nació en medio de los avatares de una conquista que simplificaba el tiempo para instituir el orden a toda velocidad y establecer la vida de la mejor manera, al noreste de una gran bahía de bolsa y sobre una de las terrazas próximas a la costa en aquel terreno ondulado envuelto por la Sierra Maestra, cuyos bosques de buena madera, resultarían decisivos para su fomento. Al morir el fundador Diego Velázquez, dos años después de concedérsele el título de ciudad en 1522, la topografía accidentada que se escogió para establecer el villorrio ya le había dado una muy bien definida personalidad, evidente aún hoy por el trazado asimétrico de las calles y los desniveles de alturas del cuerpo urbano. No hay que desgastarse en añadir nuevos folios a la historia de una ciudad tantas veces contada con prosa de inalcanzable altura, si en definitiva, por demás, ya se sabe que una vez en ella, al visitante le resultará inevitable no descubrir que se encuentra en un sitio muy especial, con su propia dinámica y muchas cosas que ver delante de los propios ojos, mientras la bahía inmensa con sus aguas cálidas y las verdes montañas de la Sierra Maestra, son un telón de fondo de excelencia. Dada la pasión de los santiagueros por la música y la sensibilidad artística de sus pobladores, se tiene a la ciudad como uno de los mejores escenarios de la Isla para acoger eventos de esta naturaleza, al punto de merecer el sobrenombre de Capital Cultural del Caribe. La Fiesta del Fuego es una de esas grandes ocasiones y los carnavales, algo a lo que nadie que pueda, debe dejar de asistir al menos una vez en la vida.
Monumento a la esclavitud Este monumento (al fondo en la imagen superior), erigido en Santiago de Cuba, reconoce a esta provincia como uno de los territorios de la Isla donde es más visible y activa la herencia cultural aportada por las masas de esclavos traídas a lo largo de siglos a Cuba y en cuya memoria, de conjunto con la UNESCO, desde 1993 se ha desarrollado en toda Latinoamérica el proyecto La Ruta del Esclavo, con el objetivo de romper el velo de silencio sobre un fenómeno considerado como una de las más tristes tragedias sufridas por la humanidad, sacar a la luz de manera objetiva sus consecuencias y preservar las tradiciones y el patrimonio legado por los africanos acarreados al Caribe para trabajar en sus plantaciones cañeras o de café; y que aportaron a la región expresiones artísticas y espirituales que hoy se encuentran en la música, las danzas, el folclor y muchos otros ámbitos, como parte inseparable de la vida en estas localidades.