Con sus variadas ofertas de tapas y buen vino, este hostal habanero, es un sitio que exalta el arte gastronómico del país ibérico

Muy cerca del mar, en Obrapía y Baratillo, donde hace más de 400 años hubo varias casas pequeñas y la carnicería más antigua de La Habana, hoy se reverencia la tradición española en la hospedería, pues en esa intersección, en 1999, fue inaugurado el hostal. El nombre El Comendador se debe a que uno de los propietarios de la casa ubicada en ese lugar, en el siglo XIX, Don Pedro Regalado Pedroso y Zayas, ostentó el título de Comendador de la Orden de Isabel La Católica.

A diferencia del hostal Valencia que, contiguo, ocupa un espacio abierto, iluminado, en El Comendador toman protagonismo los detalles, pues en él se enaltece el ambiente íntimo, reservado, ideal para el descanso y la meditación, según asegura Silvio Alemán Dantín, gerente del complejo Valencia-Comendador.

En la decoración de esta sobria instalación se respetan elementos constructivos originales: trozos de madera, ventanas y columnas sin repellar se exhiben por doquier. También piezas de barro en las paredes simulan objetos que pertenecieron a los esclavos, mientras el pequeño y fresco patio interior enseña recipientes de mármol talla-dos, en cuyo interior viven especies naturales perfectamente adaptables a ese entorno, como helechos, platicerios y malangas.

Sin rivalizar con sus funciones, por el contrario, acentuándolas, El Comendador atesora un sitio arqueológico que contribuye a entender el modo de vida de los habitantes y el desarrollo económico y cultural de la vieja ciudad. Así, quienes entran a la galería semioscura y húmeda conocen que antaño en La Habana el agua de lluvia se recolectaba en aljibes, que los desechos iban a parar a las letrinas, y que los enterra-mientos humanos bien podían responder a ritos de origen afrocubano.

Y justo en la esquina, frente al jardín dedicado a Lady Diana, el Bodegón Onda, nombrado igual que el lejano terruño en la Comunidad Valenciana. Producto bien logrado, la rústica taberna de El Comendador, con bancos y tableros, es ideal para la confluencia sensorial.

En ella, como en la otra Onda, la de Castellón, muy cerca de donde estuvo la muralla de mar, el aroma de la costa acompaña los inigualables olores de las tapas a base de pizza, tortilla a la española, empanada de atún y jamón, montadito de jamón y queso y pimiento de piquillo.

Entre sorbos del buen vino ibérico o chileno se puede disfrutar de la cuidada ornamentación, donde sobresalen una naturaleza muerta estampada en un mural de cerámica y azulejos de Onda, con inscripciones chispeantes: «Menos parientes y más clientes», «Mal por mal, más vale la taberna que el hospital» y «Si bebes para olvidar, paga antes de empezar», o con los diez mandamientos de la Ley del Vino.

Artículos tan familiares como barriles de diversos tamaños, así como botellas para champaña, sidra, cerveza o vino de procedencias diversas y porrones, descubiertos en las excavaciones arqueológicas de la casa, adornan el Bodegón Onda, un sitio donde el arte gastronómico español alboroza y encanta.