Quizás el secreto mejor guardado de los Habanos sea que en su mayoría pasan, en algún momento, por las manos de una mujer. Ellas son las que le dan ese toque delicado a un producto salido del terroir de Pinar del Río que, antes de llegar a la boca de los o las fumadoras, ya recibió la bendición femenina. Muchas son las etapas de elaboración de un habano donde el sexo femenino interviene, ya sea ensartando las hojas y haciéndolas descansar en parihuelas hasta que se sequen, o escogiendo las mejores de acuerdo a su textura y color, con esa intuición tan típica de la mujer para discernir los matices.

De hecho, los tabaqueros creen que es la forma de muchas mujeres de alisar sobre sus muslos la hoja ya seca, la cual cubrirá como una «capa» el puro, lo que le da ese aroma peculiar al tabaco torcido. Es que la propia forma del tabaco, el suave aroma que despide antes de prenderse, la sensualidad que emana del acto de llevárselo a la boca para fumarlo, incluso el humo perfumado de un buen habano que envuelve a la persona y aromatiza el ambiente, todo crea una rara atmósfera erótica, en la cual, hasta los no fumadores, pueden quedar atrapados. Por eso, tal vez, sean tantas las marcas de habanos que lleven nombres alegóricos a la mujer, o encierren historias relacionadas con esta, como la de José Gener, el asturiano emprendedor que un día encontró el amor y su destino en un rincón perdido de Pinar del Río.

«Los tabaqueros creen que es la forma de alisar sobre sus muslos la hoja seca, lo que le da ese aroma peculiar al tabaco torcido»

Allí, a la vera del pueblo de San Juan y Martínez, estableció una vega de la cual saldrían, años después, una de las marcas de tabaco más famosas de todo el mundo, Hoyo de Monterrey, que al morir él en 1900, continúo produciéndose hasta nuestros días Tampoco faltan marcas inspiradas en historias de amor y amantes, como Montecristo o Romeo y Julieta, o la utilización de la imagen de la mujer en vitolas, habilitaciones, marquillas y grabados que adornan las cajas de habanos.

Y es que desde su «descubrimiento» por Cristóbal Colón en sus viajes a América, el tabaco fue catalogado como algo «diabólico» y «pecaminoso», y hasta la propia Iglesia Católica llegó a prohibirlo por considerarlo «lujurioso». Algo de eso, ciertamente hay, si nos remitimos a sus usos ancestrales en la cultura taína. Para los indígenas caribeños el rito aliva-cohiba(tabaco)-semen, era fundamental para invocar al Dios del Fuego, «Bayamanaco», portador del casabe o pan de los taínos y del ritual secreto de la Cohoba.

Sin embargo, era imposible efectuar el ritual sin invocar también la presencia de su par femenino, la diosa Atabey, la deidad o Cemí que puso al servicio del hombre los misterios, la sabiduría y los usos del valioso legado que el furibundo Dios del Fuego, Bayamanaco, trajo a la tierra. Atabey fue quien les enseñó a los taínos a cultivar la tierra, a pescar, a cazar, a utilizar los Areítos como vehículo para la transmisión oral de todo conocimiento; a hacer el casabe o pan de yuca y a practicar el «Ritual de la Cohiba» para comunicarse con los dioses.

Así, deidad masculina y femenina estuvieron unidos desde los mismos inicios del uso del tabaco en un rito de fertilidad y erotismo, que hasta nuestros días, quizás sin estar consciente plenamente, la cultura occidental continúa celebrando obsesivamente, cada vez que un hombre o mujer se lleva a la boca un cigarro o habano, como si cada fumador siguiera buscando comunicarse con sus dioses más secretos.