Nada hay como coronar una velada con la persona querida, en una cena especial o obsequiándola con un dulce o bebida particular, pues desde tiempos inmemoriales y en todas las culturas la pasión ha estado unida a algún tipo de sabor

«Toda la historia humana atestigua que, desde el bocado de Eva,la dicha del hombre depende de la comida» L o r d B y r o n

«Sin la embriaguez y la glotonería, el gozo no sería tan completo» Ma r q u é s Do n a t i e n d e S a d e

Ni la guerra contra los troyanos, ni la furia del mar o la maldición de los dioses pudo detener a Odiseo en su largo viaje de regreso a casa para reencontrarse con su amada Penélope. Su largo periplo, iniciado poco después de que ardiera la ciudad de Príamo y Héctor, cuando brotaron del vientre de un caballo de madera los soldados griegos, solo pudo detenerlo durante largos años dos astutas hechiceras. Ambas, primero Circe con sus comidas y bebidas encantadas que convertían en animales a quienes las degustaban; y después Calipso, con el néctar y la ambrosía, alimentos de dioses, detuvieron durante un tiempo al héroe, quien cayó rendido ante la belleza y los manjares, como antecedente antiquísimo de ese sabio refrán popular que afirma que el amor sí entra por la cocina. No se puede ser absoluto, pero no hay dudas de que detrás de cada historia de amor ha existido una bebida o un manjar encantado, ya sea la manzana envenenada de Blancanieves, el brebaje asesino con que Julieta simuló su muerte, o el simple plato de comida que Julia, la hija del emperador romano Claudio II, seducida por la sabiduría de San Valentín, llevaba cada noche a la celda de quien sería sacrificado el 14 de Febrero del año 270 D.C., por el único delito de bendecir al amor. Coincidencia o intuición antigua, dice la leyenda que Julia plantó en la tumba de su amor un almendro, símbolo de los enamorados, pero también fruto conocido por sus propiedades afrodisíacas, o por ser complemento perfecto del chocolate o los pasteles, desde siempre regalos preferidos para dos que se quieren. No por casualidad el Día de San Valentín muchas cajas de chocolate o pastel adquieren forma de corazón, considerado desde antaño un plato vigorizante, en regalos que se intercambian no solo entre parejas, sino por amigos, en una costumbre que varía de pueblo en pueblo, con toques propios y particulares que la cocina y las bebidas unifican. Así, por ejemplo, si regalar dulces o catar un buen vino o licor es común para todos los enamorados, es el chocolate quien tiene el reino indiscutido entre los amantes, desde los tiempos en que el rey Moctezuma se bebía 50 tazas antes de entrar a disfrutar de su harén. Claro está, también son muy bien vistos detalles tan finos como el que existe en algunos lugares de Inglaterra, donde es costumbre hornear panecillos especiales hechos de semillas de alcaravea, ciruelas o pasas; mientras que los italianos prefieren los grandes banquetes, donde no pueden faltar las pastas, en especial la lazaña. En la vieja Europa es costumbre de muchas mujeres solteras despertar el 14 de febrero bien temprano, con un chocolate caliente, y esperar en la ventana a que pase un hombre, pues se cree que el primero al que vean o alguien muy parecido, se casará con ella durante ese año. No faltan tampoco tradiciones más curiosas, como enviar a la persona amada flores blancas prensadas, ya sean reales o de azúcar, como sucede en Dinamarca, donde se les conoce como «gotas de rocío»; o preparar bebidas especiales a base de aguamiel o ambrosía, e incluso mezclas más atrevidas con que convidar a la pareja, como los ponches de frutas, delicados al principio pero de un efecto alcohólico muy peligroso. Combinaciones perfectas para dos en el occidente son el champán y las fresas, los vinos y quesos, mientras en Latinoamérica hay algunas explosivas, como el tequila y los tacos aderezados con abundante chile, o el caribeño cerdo asado con miel. Tampoco la lejana y sensual Asia escapa a esta pasión entre amor y sabor, ya sea con sus atrevidos sushi, el vigorizante licor de gecko, sus alimentos con especies afrodisíacas, el discreto e irresistible servicio de té de un geisha, los aromas de sándalo, el mágico ginseng, o simplemente las mujeres aplicando en la mayor intimidad esos baños de leche que hicieron irresistible la piel de Cleopatra a las manos de Julio César primero y de Marco Antonio después, al punto de que a ninguno de los dos le importó renunciar por ella a un imperio. Y es que todos, tribunos o plebeyos, reyes o siervos, esclavos o grandes señores, hombres o mujeres, alguna vez hemos caído ante el embrujo misterioso de un manjar bien preparado o una bebida servida en el momento oportuno, por lo cual no es extraño que muchas personas asocien el recuerdo del ser amado a un aroma específico e incluso a un sabor particular. Por eso no es raro tampoco que la tradición del Día de los Enamorados o San Valentín, asumida desde hace años en el mundo occidental y que cada vez se extiende más a todo el planeta, se celebre compartiendo una cena especial, pues nadie duda que hasta Cupido, el inmortal que con sus flechas despertaba el amor y quien perdió su cordura por la princesa Psique, hubiera caído rendido a sus pies si esta le hubiera obsequiado con lo mejor de su cocina, o simplemente con un platillo del exclusivo caviar, como hacía Venus al todopoderoso dios Marte, antes de invitarlo a compartir juntos su lecho celestial.

«… me sazonaba con sal de piedra, pimienta picante y hojas de laurel y me dejaba hervir lento en las malvas incandescentes de los atardeceres efímeros de nuestros amores sin porvenir…»

G a b r i e l G a r c í a M á r q u e z