Alejo y Juan Marinello
París (70) junto a escultor Agustín Cárdenas; compositor y guitarrista Leo Brouwer; pintor Wifredo Lam y escritor Gregorio Ortega
Libros y Maquina de escribir conservados en la fundación "Alejo Carpentier"

Alejo Carpentier: Viajero del Mundo

Alejo F. Carpentier Valmont nació en La Habana, en la calle Maloja, en 1904, de padre francés y madre rusa que vinieron a Cuba en 1902 porque el padre "tenía puestos sus ojos en América".

La capital cubana fue la ciudad a la que Carpentier siempre volvió, independientemente de su estancia por 11 años en París y por 14 en Caracas, y de sus frecuentes viajes por el mundo. Según sus palabras poseía de La Habana un conocimiento casi perfecto y la consideraba como escenario fabuloso para la creación novelística, lo que confirmaría más tarde, al concebir los personajes de su novela El siglo de las luces, en el ambiente de La Habana del siglo XVIII.

Lo histórico, lo real americano Las narraciones de Carpentier son el producto de una exhaustiva investigación histórica, aunque no pueden inscribirse dentro de este género, pero en ellas la ficción parte siempre de un proceso indagador en las fuentes: en los museos, bibliotecas y archivos encuentra nombres, acontecimientos, grabados, que sirven como punto de partida a su imaginación creadora y le ofrecen datos ignorados u olvidados que utiliza en su particular concepción de la historia; así lo declaraba el propio escritor: "Mi cosmos subjetivo no es más que la recreación de la realidad. Todos los elementos están dados".

En fecha tan temprana como 1933, escribía Carpentier: "Sentí ardientemente el deseo de expresar el mundo americano. Aún no sabía cómo. Me alentaba lo difícil de la tarea por el desconocimiento de las esencias americanas. Me dediqué durante largos años a leer todo lo que podía sobre América, desde las cartas de Cristóbal Colón, pasando por el Inca Garcilaso, hasta los autores del siglo XVIII. Por espacio de casi 8 años creo que no hice otra cosa que leer textos americanos. América se me presentaba como una enorme nebulosa, que yo trataba de entender porque tenía la oscura intuición de que mi obra se iba a desarrollar aquí, que iba a ser profundamente americana".

Lo real-maravilloso americano En entrevista concedida con motivo de la aparición de El recurso del método, decía Carpentier: "Hay que buscar en América las cosas que no se han dicho, las palabras que no se han pronunciado. Hay en las Cartas de Relación de Hernán Cortés al rey de España una frase que siempre me ha impresionado mucho. Dice más o menos Hernán Cortés: Y quisiera hablarle de otras cosas de América, pero no teniendo la palabra que las define ni el vocabulario necesario, no puedo contárselas. Y me di cuenta, un buen día, de que era ese vocabulario y eran esas palabras las que teníamos que hallar".

En medio de su búsqueda y estudio de una forma propia para expresar lo americano, tuvo Carpentier participación en dos acontecimientos que marcaron su formación como novelista: su viaje a Haití en compañía del actor Louis Jouvet; al Alto Orinoco y al Territorio Amazónico; ellos le revelaron las infinitas posibilidades de una novelística latinoamericana con nuevos enfoques. En contacto con estas tierras, con su pasado y presente, su naturaleza, sus gentes, su mitología y cultura, el escritor cubano descubrió una realidad maravillosa en sí misma; no era necesario forzar la imaginación creadora para hacer coincidir en el espacio o en el tiempo realidades aparentemente irreconciliables y, por lo tanto, absurdas, como lo hacían los surrealistas; en América y el Caribe estas realidades existían y la obra del novelista debía narrarlas de forma coherente y describir los escenarios y personajes que las hacían posibles.

Lo real-maravilloso americano es planteado por Carpentier -en sus escritos teóricos y en la concepción de sus novelas- como auténtica visión de la realidad, como concepción del mundo, opuesta al realismo mágico europeo, a la creación artificial de un concepto de lo maravilloso.

El Reino de este mundo La visita de Carpentier a otras tierras caribeñas y muy especialmente a Haití, ofreció cauces definitivos a aquella "oscura intuición" de que su obra sería profundamente americana. En 1949, seis años después de haber respirado la atmósfera creada en Haití por Henri Cristophe, era publicado El Reino de este mundo. En el prólogo, Carpentier expone la esencia de su concepción de lo real-maravilloso americano: "A cada paso hallaba lo real-maravilloso. Pero pensaba, además, que esa presencia y vigencia de lo real-maravilloso no era privilegio único de Haití, sino patrimonio de la América entera, donde todavía no se ha terminado de establecer, por ejemplo, un recuento de cosmogonías. Lo real-maravilloso se encuentra a cada paso en las vidas de hombres que inscribieron fechas en la historia del Continente..."

En las palabras finales del prólogo da fe del realismo de lo narrado y reafirma su concepción poetológica de lo real-maravilloso americano: "Y sin embargo, por la dramática singularidad de los acontecimientos, por la fantástica apostura de los personajes que se encontraron, en determinado momento, en la encrucijada mágica de la Ciudad del Cabo, todo resulta maravilloso en una historia imposible de situar en Europa, y que es tan real, sin embargo, como cualquier suceso ejemplar de los consignados, para pedagógica edificación, en los manuales escolares. ¿Pero qué es la historia de América toda sino una crónica de lo real-maravilloso?"

En el ensayo "De lo real-maravilloso americano", publicado en 1964, Carpentier amplió y especificó las tesis de su prólogo de 1949; señaló la existencia de diferentes tiempos y ritmos históricos en la totalidad social del mundo americano: "América es el único continente donde distintas edades coexisten, donde un hombre del siglo XX puede darse la mano con otro del Cuaternario o con otro de poblados sin periódicos ni comunicaciones que se asemejan al de la Edad Media o existir contemporáneamente con otro de provincia más cerca del romanticismo de 1850 que de esta época".

Para expresar este mundo real-maravilloso, considera Carpentier que el novelista latinoamericano está obligado a hallar "un vocabulario (no forzosamente tipicista) metafórico, rico en imágenes y color, barroco -ante todo barroco- para expresar el mundo maravilloso de América". Este criterio, emitido en los años 50, era reafirmado por el escritor ya maduro en 1970, en conversación con el periodista Baltasar Porcel: "Barrocos fuimos siempre y barrocos tenemos que seguirlo siendo, por una razón muy sencilla: que para definir, pintar, determinar un mundo nuevo, árboles desconocidos, vegetaciones increíbles, ríos inmensos, siempre se es barroco [...] El barroquismo en nosotros es una cosa que nos viene del mundo en que vivimos: de las iglesias, de los templos precortesianos, del ambiente, de la vegetación..."

La raza de los que hacen arte Esta gloria cubana de las letras latinoamericanas y caribeñas -autor, además de las obras citadas, de otras tan trascendentes como Los pasos perdidos, Concierto barroco, El recurso del método, Ecué-Yamba-O, El arpa y la sombra, La consagración de la primavera y gran número de cuentos, relatos, ensayos y artículos- murió en 1980 en Francia, mientras cumplía funciones como agregado cultural de la Embajada de la República de Cuba en ese país, pero su legado cultural, especialmente su teoría de lo real-maravilloso americano, sigue siendo objeto de estudio y análisis profundos y esencia, consciente o no, de la gran mayoría de la producción literaria de la región.