COLOMBIA. PAIS DEL SAGRADO CORAZON
Colombia es un acertijo geográfico: Los Andes, el Amazonas, las selvas húmedas, tierras tropicales y hasta las nieves perpetuas.
La laguna Guatavita fue el más importante, entre los muchos sitios señalados por los conquistadores españoles, en el actual territorio colombiano, como depositario de los míticos tesoros de El Dorado. El primero en tener conocimiento, de la existencia de esa laguna, en la que una vez al año se sumergía cubierto de oro el cacique, y a la cual su pueblo llevaba ricas ofrendas, fue Sebastián de Balcazar, en 1534. Una leyenda recogida por el cronista español Fray Pedro Simó cuenta que el cacique Guatavita sorprendió a su bella esposa en infidelidad con un guerrero y en una comida ceremonial en su honor la obligó a comer queso hecho con los órganos sexuales del amante. En medio de la borrachera y las burlas del esposo, la cacica Guatavita huyó con su hija recién nacida y se arrojó a la laguna. Desde antes se creía que en ese lugar moraba un dragoncillo al cual ofrendaban oro y esmeraldas. El cacique lloró en tal forma su dolor por la barbarie cometida, que a partir de entonces se inició un rito anual de arrepentimientos convertido en la máxima ceremonia de ese pueblo. Cuenta la leyenda que Guatavita ordenó a uno de los jaques recuperar los cadáveres, y este, después de una zambullida, emergió diciendo que la cacica y la niña se hallaban vivas en el fondo con el dragoncillo en sus piernas, y estaba tan a gusto que no aceptó regresar ni siquiera al transmitirle las promesas de perdón de su esposo. El cacique hizo que su enviado volviera y le trajera aunque fuera a su hija, pero este regresó con el cuerpecito muerto y sin ojos, diciendo que se los había sacado el dragoncillo para que sin vista y sin alma no fuera de utilidad a los hombres de esta vida, y la devolvieran a la otra vida junto a su madre, a lo que accedió el cacique. A partir de entonces, cada año, el cacique presidía junto a los sacerdotes y demás gente de su pueblo una ceremonia en la que debía untar su cuerpo de resinas, lo cubría de polvo de oro y en una balsa, entre rezos, cantos religiosos y danzas de los asistentes se dirigía al centro de la laguna, arrojaba las ofrendas de oro y esmeraldas, y luego se sumergía en sus frías aguas. Los muiscas nunca dudaron que la cacica estaba viva e intervenía desde la laguna en la solución de sus necesidades, y por ello jamás dejaron de ofrendarle oro y esmeraldas, y dedicarle sus oraciones. Guatavita sigue siendo sitio obligado en los paseos por los alrededores de Bogotá.
Cartagena de Indias es probablemente una de las ciudades más bellas de América Latina y el Caribe, Santa Marta le compite en naturaleza y Barranquilla en jolgorios. Medellín es la eterna primavera, Cali la salsa y las mujeres más espectaculares. Leticia, en el Amazonas, el pulmón del mundo, y Santafé de Bogotá, el emporio de Los Andes. Después, el eje cafetero, las islas paradisiacas, las comunidades indígenas y ese increíble mosaico musical que junto al aguardiente anisado parecen entonar cada día el cuento de maravillas y paradojas que se llama Colombia. Pero el vallenato del juglar de las tabernas de Valledupar, la alegre y contagiosa cumbia, sus flores, el aroma del café, y el brillo de las esmeraldas, le cambian las sensaciones al país del Sagrado Corazón, como se le conoce.
Un poco de orden
Ubicada en el extremo noroccidental de sudamérica, Colombia es sin dudas un país bendecido por la naturaleza. A Colombia se le quiere fácilmente, los extranjeros que la conocen se quedan finalmente, con su cara amable, que es linda y seductora. Atrapados en el mar de contradicciones, e, indefectiblemente, fascinados por su gente de una misma nación que se antoja casi siempre distinta. Mucha “marcha” en todas partes. No falta la música en ningún pueblo por insignificante que parezca; el vallenato en primer lugar, por supuesto, y junto a él, la cumbia, la papayera, la puya, acompañados de salsa, merengue y bolero, los favoritos de los colombianos, y el aguardiente, el ron y la cerveza. Mucho baile y fiestas hasta el amanecer, sobre todo cada viernes, los “viernes culturales”. Si faltaba algo, Colombia es el país de las ferias. La más famosa, la de Manizales, en enero, una bellísima ciudad capital del departamento de Caldas, fundada en 1848 al pie de tierras fértiles cercanas al Nevado del Ruiz.
De playas y otros amores
Ir a Colombia y no visitar Cartagena es un pecado imperdonable. La playa como tal no es de las mejores, pero la combinación de ciudad amurallada con naturaleza viva ofrece vibraciones emocionantes que enaltecen su historia. Si se busca mar de aires paradisiacos, a sólo una hora de camino están las Islas del Rosario, un archipiélago de formaciones coralinas y aguas transparentes donde el buceo, la pesca deportiva y los exquisitos mariscos hacen el deleite del visitante. Cartagena de Indias, fundada en 1553 por Don Pedro de Heredia, es uno de los más ricos legados de la historia colonial española en América. La ciudad amurallada, de estrechas calles flanqueadas por hermosos portones y balcones volados, revela un delicioso culto a la preservación del pasado. Al pie de la Sierra Nevada y a una hora de camino de Cartagena, se encuentra Santa Marta, sobre una de las más atractivas bahías del litoral del Caribe. En pleno Caribe, se ubican las dos islas principales del archipiélago de San Andrés y Providencia. Se trata de otro emporio turístico del país que ofrece playas, clima cálido, intensa vida nocturna y las bondades de paisajes montañosos combinados con el insuperable espectáculo de las aguas azules y a veces turbulentas de la zona. Volvamos a las grandes urbes. Medellín, la capital de Antioquia, es una de las ciudades más agradables del país. La eterna primavera es un calificativo bastante real. Limpia, ordenada, con un moderno sistema de metro, dos millones y medio de habitantes, brilla por su proyección hacia el próximo siglo. Sede de eventos maravillosos como la feria de las flores, el encuentro internacional de poesia y las noches iluminadas de diciembre, Medellín va camino de convertirse en una de las urbes indispensables de América latina y el Caribe. La ciudad rebosa también alegría, adora la buena mesa y se dice lider en gastronomía del país. Cali es la rumba, con una vida nocturna que no cesa de reir con el optimismo del desarrollo en una región agrícola con acento en la industria azucarera y gráfica. Santafé de Bogotá, es a priori una ciudad fría, con un tráfico caótico y un ritmo de vida muy acelerado, pero el viernes se rinde a los pies del jolgorio, y muestra gentil una bastante numerosa, red de restaurantes de excelente calidad. En Bogotá hay para todos los gustos y bolsillos. Comidas típicas y foráneas, decenas de restaurantes, lugares bohemios para escuchar música y cenar generosamente como el Portal de la Antigua, las Acacias, Carbón de Palo o los recintos con vistas sensacionales en el emblemático Cerro de Monserrate. Difícil de entender, y quizás sólo explicable por aquello de país del Sagrado Corazón.