El 9 de abril de 1812 las cabezas cortadas de cinco hombres de piel negra fueron exhibidas en jaulas en diversos puntos de la ciudad capital de la colonia española en la isla de Cuba. En la encrucijada más prominente, punto de encuentro de dos calzadas de extramuros, conocidas hoy como Belascoaín y Salvador Allende, la del líder que debía escarmentarse: José Antonio Aponte.

Las autoridades coloniales y la naciente sacarocracia blanca pretendían cortar de raíz un movimiento subversivo que días antes se manifestó en ingenios azucareros cercanos a La Habana y meses atrás en Puerto Príncipe, Bayamo y Holguín, villas situadas en la mitad oriental del territorio insular. Los hombres implicados aspiraban a librarse de la tutela de la metrópoli europea y abolir el infame régimen esclavista. Eran negros en su mayoría, libres y esclavos, pero también blancos y mestizos.

Aunque no se ha comprobado del todo que los núcleos levantiscos respondieran a un mando único, en Aponte se personalizó la conjura. De ahí que en los anales históricos se conozcan aquellos acontecimientos como la conspiración de Aponte.

Valga el criterio de la socióloga Zuleica Romay acerca del tema: «No podemos asegurar si ejerció un liderazgo carismático o articuló un liderazgo colectivo, polémicas que aún sostienen los historiadores; pero más allá de la premura de los dominadores por señalar culpables y de la necesidad de los dominados de construir un mito, su historia de vida parece demostrar que José Antonio Aponte estaba preparado para ejercer el liderazgo intelectual, cultural, psicológico y militar de los insurrectos habaneros en 1812».

Este era un negro libre, carpintero ebanista y pintor. Poseía instrucción militar. Cuando víctima de una delación lo arrestaron en su casa taller del barrio de Guadalupe, los agentes hallaron escondido en un baúl un laminario de setenta y dos estampas creadas por Aponte, que se valía de las ilustraciones para transmitir ideas y estrategias al círculo más cercano de los complotados. Unas reivindicaban la dignidad de los africanos en plano de igualdad con otros seres humanos y proclamaban el derecho a luchar por la emancipación. Otras precisaban accesos a las fortificaciones militares de la ciudad. 

Este documento es conocido como el Libro de Pinturas de Aponte y devino pieza clave en el juicio sumarísimo que precedió a su ejecución y decapitación. En el 

Archivo Nacional de Cuba se conserva 

el registro del interrogatorio a que fue sometido Aponte, más no el libro. Una a una están descritas las láminas, las explicaciones de Aponte y de otros conjurados sobre el contenido del libro, y las preguntas, dudas e inferencias de los interrogadores.

Varios historiadores se han dado a la tarea de rastrear el destino del libro. Tarea inútil hasta hoy. No obstante, el atestado judicial, publicado por vez primera en 1963 por el historiador José Luciano Franco, incitó algo más que curiosidad en la conciencia y sensibilidad de la historiadora cubana Ada Ferrer, profesora de la Universidad de Nueva York. Ella cuenta:

«Recuerdo mi sorpresa al leer por primera vez ese testimonio tan insumiso y enigmático. Las láminas 6 y 7, que muestran un ejército negro derrotando a uno blanco, parecían una imagen potencialmente subversiva y revolucionaria en una sociedad esclavista. (…) Durante una estancia de investigación que hice en España en 2002, mi hija, que en ese entonces tenía solo siete años, me saludaba cada tarde con la pregunta: ¿encontraste el libro hoy? La respuesta siempre era que no. Cuando terminé de escribir sobre Aponte en 2014, mi hija ya había dejado de preguntarme si había encontrado el libro. En cambio, me insistía en que lo que había que hacer era convocar a un grupo de artistas para reimaginar colectivamente el libro de Aponte». 

Fue así cómo Ada se conectó con el pintor y curador de arte haitiano Edouard Duval Carrié, quien habló con artistas cubanos, de otras tierras del Caribe y de Estados Unidos para que a partir de la descripción de una o más láminas del Libro de Pinturas, lo reinventaran desde las perspectivas poéticas de cada cual. 

Nació de tal modo la exposición Aponte visionario: arte y libertad negra, abierta en el Centro de Desarrollo de las Artes Visuales de La Habana, luego de un periplo que inició en el Centro Cultural Little Haití, de Miami, en diciembre de 2017, y prosiguió en el Centro Español Rey Juan Carlos I, de la Universidad de Nueva York, y la galería Power Plant, de la Universidad Duke, en Durham, Carolina del Norte. A Cuba llegó bajo los auspicios del Consejo Nacional de las Artes Plásticas, la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, el Programa de Estudios Afroamericanos de la Casa de las Américas, la Casa del Caribe y la Fundación Caguayo. 

De una nómina inicial de dieciséis artistas, ahora son veinte los que aportan obras a la muestra: Grettel Arrate, José Bedia, María Magdalena Campos, Juan Roberto Diago, Edouard Duval Carrié, Alexis Esquivel, Joelle Ferly, Teresita Fernández, Alberto Lescay, Emilio Martínez, Emilio Adán, Tessa Mars, Clara Morera, Nina Mercier, Glexis Novoa, Vickie Pierre, Marielle Plaisir, Asser Saint-Val, Jean Marcel St. Jacques y Renée Stout. Todas las técnicas se hallan representadas: dibujo, pintura, grabado, videoarte, instalación y escultura. Todos los que en una u otra orilla han visto la exposición coinciden en su extraordinario relieve.