Tres estrenos coreográficos con disímiles discursos
Después de una larga ausencia de los principales escenarios habaneros, particularmente aquellos espacios enfocados a mostrar lo más creativo en danza contemporánea, la coreógrafa Rosario Cárdenas —Premio Nacional de Danza, fundadora y directora general de su propia compañía— nos propone una revisita a dos de sus más exitosas creaciones coréuticas, así como un par de estrenos absolutos de su cosecha y el estreno en Cuba de una obra reciente de Nelson Requera, exdiscípulo suyo, quien retorna a su redil cual apreciado hijo pródigo con un pieza coral para toda una noche, la segunda semana, siempre en el hermoso y estropeado teatro capitalino Mella.
El primer programa pudiera calificarse de un «todo Cárdenas», al entregarnos fragmentos (muy revigorizados) de María Viván (1997), eligiendo escenas inspiradas en los textos del icónico dramaturgo cubano Virgilio Piñera, entre ellos Lady Dadiva (sic), La cartomántica, Rosa Cagí y La carne de René. Esta pieza recibió, entre otros reconocimientos, el importante Premio Villanueva de la Crítica (Uneac) de 1998. Le siguió Tributo a El Monte (2013), un homenaje a la investigadora Lydia Cabrera, autora del libro homónimo, fuente seminal para los estudios de las religiones de raíz africana en el archipiélago cubano. En esta ocasión, las escenas presentadas solamente conservan las estructuras coreográficas sin la escenografía, imágenes cinematográficas y fijas, utilizadas entonces en su estreno absoluto.
Sendas piezas fueron bailadas —hic et nunc— por una docena de nuevos elementos recientemente incorporados al conjunto por la maestra Cárdenas, previa rigurosa audición, con excepción de la bailarina Karim Ortiz (del elenco original de Tributo a El Monte), los cuales se enfrentan valientemente, por vez primera, a los rigores y particularidades del estilo y técnicas combinatorias de la escritura coréutica de Cárdenas. En este título la coreógrafa se remite a la antropología de la danza, como herramienta, para sacudir al espectador adocenado con elementos de un provocador erotismo, inherente con aquello que —en la Mayor de las Antillas— se denomina cubanía.
Después de una breve pausa, al retornar a la sala, nos confrontamos con dos estrenos absolutos (de pequeño formato) de la directora y fundadora de la agrupación: Trazos en aire curvo, inquietentante título para esta pieza con soporte musical de un mediático DJ local, Iván Lejardi, diseño de luces por Guido Gali y un fantasioso vestuario diseñado por un trío femenino: Raquel Janeiro, Ilse Antón y Lauren Fajardo. Esta vez, un grupo mixto de ocho bailarines se esfuerzan atléticamente por mostrarnos este denominado «módulo coreográfico» —como lo define la autora— en una pieza construida entre la expansión de la lógica combinatoria y la sintaxis discursiva de la expresividad «en perpetua contingencia».
Para el cierre, se decidió por La gaviota, que la coreógrafa Cárdenas dedica a la diseñadora Lauren Fajardo Cárdenas, donde exhibe sus intenciones de construir una «invocación a la singularidad por desarrollar la capacidad de adaptarnos y elevarnos en defensa de la diferencia». La coreautora nos regaló su mejor creación en el presente, apoyada artísticamente (en gran medida) por su equipo de producción. Particularmente distinguido por el compositor de la música original, Juan Piñera (uno de los más destacados de su generación), que eligió como formato un espléndido cuarteto de cuerdas, piano y clarinete, logrando un ajuste estético coherente con la atmósfera onírica de las luces diseñadas por Gali.
Insertadas en dos momentos de este programa —como decisión riesgosa y loable de la directora artística— estuvieron dos miniaturas coreográficas debidas al incipiente talento de sendos novatos en el arte de la escritura coréutica, al mismo tiempo bailarines de este conjunto. Como era de suponer, mostraron sus debilidades dramatúrgicas, las costuras y las consecuentes ingenuidades: en el solo masculino Tres, creado e interpretado por Osbiel Lazo —en un desnudo integral— con el soporte musical de una cinta magnetofónica por variados autores y diversidad de ritmos. Luego, subió a escena el dúo Al final de cada lluvia, donde se entregaron los juveniles autores e intérpretes Gabriel Martínez y Aris Pino en una demostración corporal «a lo Dalcroze». Este último, por su perturbadora presencia física, nos hizo pensar en el personaje de Tazio, como fue acuñado por Zefirelli en su versión fílmica de La muerte en Venecia, de James Joyce. En ello, podríamos interpretar su desiderata: entre el tú y el yo, el que guía y el guiado, el que mueve y el movido. La elemental y naif interpretación filosófica del dominador y el dominado en la relación de una pareja queer.
El segundo fin de semana la compañía de Cárdenas presentó el estreno en La Habana de Deseo, creación coreográfica original del cubano Nelson Requera —hace más de una década afincado en Europa—, con luces y vestuario diseñados por el propio coreautor, apoyado por una seductora música grabada, integrada por piezas de Norman Lévy, con el Gotto be Real de Cheryl Lynn. La escenografía minimalista, acreditada al francés Jean-Marc Vibert, está dominada —en una lateralidad— por una plataforma cuadrada en plano inclinado, donde se desarrolla la acción coral mixta de los nueve intérpretes-danzantes, con gran efectismo en su virtuosismo controlado, su fisicalidad y ductilidad, adquirida en una insólita brevedad.
El propio Requera expresa en sus notas al programa de mano, como posible lectura: «(esto es) altar para explorar el deseo que aparece, desaparece, se trueca, desvanece los cuerpos para luego transfigurarlos en otra naturaleza».
También aquí están presentes los desnudos integrales, justificados y sin caer en lo grotesco de posibles excesos: su empleo en el final fue impactante, para conocedores y legos.
Teniendo en cuenta esta significativa celebración, nos pareció ineludible el transcribir aquí este fragmento del texto de presentación al programa firmado por Rosario Cárdenas: «Inicié mi carrera profesional como bailarina en el Conjunto Nacional de Danza Moderna, hoy Danza Contemporánea de Cuba. La obra Dédalo, de 1989, que coreografié y dirigí, me animó en su última función a dar el paso como creadora y directora de Danza Combinatoria, convertida ahora en Compañía Rosario Cárdenas. Era el momento ansiado de un cambio en el afán personal de continuar la búsqueda estética de la expresión del movimiento, del estudio del cuerpo y de transitar por un camino en el que podía potenciar mis entregas, antojos, desvelos, pérdidas y encuentros».