Anežka Charvátová vive en la vieja Praga, en la República Checa. Allí, en la ciudad de las cien torres, nacida justo en el corazón de Europa, ha traducido al checo la obra de importantes escritores latinoamericanos y europeos, entre los que destacan Carlos Fuentes, Mario Vargas Llosa, Roberto Bolaños, Arturo Pérez-Reverte, Isabel Allende, Umberto Eco, Guillermo Cabrera Infante, Ernesto Sábato, Dany Laferrière y Luis Sepúlveda. 

Graduada de Filología Hispana e Italiana en la Universidad Carolina, la más antigua casa de altos estudios de Europa Central y del Este, las lecturas de Anežka Charvátová se han enfocado mayormente hacia la literatura latinoamericana desde que leyó, deslumbrada y sobrecogida, la novela La ciudad y los perros, de 1962, del Nobel peruano, cuando estudiaba para los exámenes de ingreso a la Facultad de Letras en la Carolina. 

Por sus traducciones al checo —el idioma de Jan Neruda, Karel Capek, Jaroslav Hašek, Josef Škvorecký, Bohumil Hrabal y Milan Kundera—, ha merecido importantes premios, como el Magnesia Litera y el Josef Jungmann. Acortamos distancias gracias a las posibilidades de Internet: ella en su hermosa Praga, donde el río Moldava seguirá imperturbablemente fluyendo, y yo en una Cuba bañada por las aguas del Caribe y el Atlántico.

 

¿Cómo fue su primer encuentro con la literatura hispanoamericana?

La ciudad y los perros fue amor a primera vista, y Mario Vargas Llosa ha sido mi gran pasión hasta ahora. Luego descubrí a otros autores gracias a las clases de la profesora Hedvika Vydrová, pues eran absolutamente libres y nos hablaba de los escritores hispanoamericanos de tal manera que encendía nuestro interés, nos invitaba a la lectura. Escribí mi tesis sobre el Premio Nobel peruano, específicamente de Conversación en la catedral, y saqué mi primer gran premio de traducción (Magnesia Litera) cuando traduje El hablador. En los sesenta y aun en los setenta, se publicaron muchas novelas del boom latinoamericano (La ciudad y los perros, de Mario Vargas Llosa, en 1967; La muerte de Artemio Cruz, de Carlos Fuentes, en 1967; Rayuela, de Julio Cortázar, en 1971; Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez, en 1971) con un tiraje alto; se sacaban miles de ejemplares y se vendían como pan caliente, no como ahora.

Trato de mantenerme al tanto de lo que publican los jóvenes latinoamericanos, pero hay muchas cosas, resulta imposible abarcarlo todo. Me oriento gracias a los amigos, a las Ferias del Libro, siguiendo catálogos de las editoriales de renombre, como Anagrama.

 

Y particularmente, con la literatura cubana. 

Entonces se traducía, sobre todo, a Alejo Carpentier y Nicolás Guillén. Yo empecé a interesarme, lógicamente, al vivir seis meses en la capital cubana, cuando llegué en una beca de intercambio para estudiar en la Universidad de La Habana. Me atraían Guillermo Cabrera Infante, Virgilio Piñera y Lezama Lima: leí su Paradiso en la biblioteca de Casa de las Américas. Después de 1989 fui a Alemania, para ver el muro caído y estudiar en la mejor biblioteca iberoamericana del mundo, en el Berlín occidental.

 

Has dicho que traducir Paradiso es emprender una tarea inmensa, pero al mismo tiempo una vieja deuda con la literatura hispanoamericana. ¿Por qué aseguras esto?

Traducir a Lezama Lima es muy difícil, uno tiene que tener un gran bagaje cultural (la antigüedad griega, la cultura china, la Biblia, la literatura barroca, y muchas cosas más) y también el libro tiene muchas páginas. Y hay que conservar el ritmo, las metáforas, las imágenes… Claro, es una gran deuda, es uno de los mayores escritores del siglo xx, y todavía no lo tenemos en checo, mientras que todos los grandes clásicos del xx de otros idiomas ya han sido traducidos (James Joyce, Marcel Proust, Ferdinand Céline…).

 

¿Existe alguna obra que no pueda traducirse? 

En principio creo que todo se puede traducir, o sea, re-crear, pero en algunos casos es muy difícil, más cuando el contexto es muy importante y desconocido en el otro idioma. A mí me gustan muchos los escritores que juegan con el idioma. De los franceses, por ejemplo, Raymond Queneau y sus Ejercicios de estilo. Para el traductor de este tipo de obras se abre un gran campo creativo, puede re-crear y re-escribir mucho más que cuando traduce algún libro escrito solo con las palabras del diccionario de la Real Academia Española. El idioma hablado siempre es muy rico, usa metáforas e imágenes chistosas que no pueden traducirse, sino hay que reinventarlas. Y esto, más que trabajo, es un placer.

 

¿Qué obsesiones literarias mueven los días de Anežka Charvátová?

Doy clases de traducción y literatura, así que tengo que dedicar mucho tiempo a preparar mis clases y corregir los trabajos de los estudiantes. Además, corrijo y superviso traducciones para varias editoriales, preparo programas para la radio, etcétera. Pero lo que más me gusta es descubrir a autores nuevos para el público checo y traducir. 

Ahora estoy traduciendo al argentino a Juan Rodolfo Wilcock, poco conocido, pero genial, amigo de Borges y Bioy Casares, un gran mistificador literario. Y preparo otras traducciones de Bolaño —llevo publicados ya cinco libros de él— y tengo varios planes más.