Estambul el sueño eterno
Salí de mi hotel en la plaza Taksim con la cámara en la mano y un montón de dudas acerca de dónde buscarte. Me resultaban tan obvios y numerosos tus atractivos tan fáciles de encontrar en cualquier guía de viajes: Tus omnipresentes mezquitas y palacios, tus coloridos mercados, esos bazares que saturan los sentidos, tus hamanes o baños turcos, tus bellas danzarinas del vientre, saber que cruzando un puente cambiaba de continente... En definitiva, descubrir la huella de civilizaciones antiguas tallada en tus piedras a lo largo de la historia primero como Bizancio, luego Constantinopla y ahora como Estambul. Tener tantas cosas que descubrir hizo que comenzase a invadirme el desaliento y decidí hacer una pausa para poner en orden mis ideas.
Entré en un bar y pedí un café en un inglés tan precario como el del camarero. De pronto se me escapó alguna palabra en castellano y una voz femenina me pregunto si era Español: conteste que si. Pensé que debía ser una estudiante del idioma que quería practicar conmigo y entablamos un pequeña conversación. Su Español me resultaba harto extraño, hasta que me reveló que era judía sefardí y mis dudas se disiparon. Se llamaba Mazal que significa suerte o fortuna y era descendiente de aquel pueblo que fue expulsado de la Península hace más de 500 años. Hablaba ladino, lengua que usaban los judíos sefarditas. Era espeluznante escuchar un idioma tan cercano y lejano a la vez, escuchar los giros y las expresiones que se oían en la España del siglo XVI en medio del Estambul del siglo XXI. A Mazal la habían enseñado sus padres y a éstos sus abuelos y así se había mantenido un idioma intacto durante generaciones. ¡Dios mío! pensé. Después de tanto tiempo aún mantienen la cultura de sus orígenes.
Historias de La Historia Cuando Mazal se marchó, una tenue luz empezó a brillar en mi confusa mente, de repente tu alma como ciudad se empezaba a mostrar, no eras simplemente un atractivo y turístico destino, eras la suma de pequeñas o grandes historias como la de Mazal. Al final en ti se resume, a escala, el devenir de la humanidad, los siglos te vieron ser soberbia, orgullosa, también decadente, tuviste miedo y fuiste deseada, destruida y reconstruida. En realidad eres un mosaico indescifrable de diferentes sensibilidades y al igual que Mazal has sabido conservar las huellas de tus múltiples orígenes. Ahora ya no me preocupaba como buscarte, siempre has estado y estarás ahí, sólo tenía que aprender a mirarte.
Salí del café y enfilé sin rumbo por una de tus avenidas, no sin antes abonar unos cientos de miles de liras por los cafés la moneda Turca está tan devaluada que necesariamente se ha de andar con varios millones en el bolsillo para poder moverse. Lo primero que me encontré, fue la torre Gálata, construida por genoveses en el siglo XIV. Subí como cualquier turista hasta la cúspide y vi por primera vez lo enorme que eres. El majestuoso Bósforo y el Cuerno de Oro se revelaron ante mi y me mostraron las tres ciudades diferentes que forman el todo que eres tu, Estambul.
Cientos de minaretes marcan el paisaje y al otro lado del estrecho encuentro Asia, un continente tantas veces deseado y que, por primera vez en mi vida, tengo a tiro de piedra. Decido ir hasta allí, como quien se va a comprar tabaco al estanco de la esquina o sea caminando. Cruzo el cuerno de Oro a través del puente Gálata dónde decenas de pescadores están intentando atrapar peces con sus cañas mientras evitan los barcos que pasan por debajo. El sol se esta poniendo y los minaretes de la Mezquita de Soleimán el Magnífico se recortan en el horizonte tras una cortina de cielo rojo en una típica, y cientos de veces repetida, fotografía de la visión que muestras al mundo desde hace siglos.
El país del comercio Al otro lado del puente Gálata está el mercado de tus famosas especias. Los vendedores intentan atraer mi atención en todos los idiomas imaginables, pero resisto, hasta que alguno de ellos me hace un gesto universal llevándose el dedo pulgar a la boca, me está invitando a beber y me rindo. Me agasajan con varios vasitos de té que traen entre amables sonrisas en una bandeja que intuyo es de plata. Cuando lo cojo me quemo los dedos, lo suelto lanzando una maldición, ellos ríen y tras unos minutos lo intento de nuevo, esta vez es bebible y además exquisito. Me invitan a otro y acepto de nuevo, en ese momento no lo sabía, pero aún me quedaban por tomar varias docenas en los días que estuve en Estambul.
Al igual que ocurre en casi todos los países islámicos el té es la bebida nacional. Por fin me lanzo y pregunto a mis anfitriones cómo puedo ir a Asia. Después de unos momentos de duda parecen entender. ¡Ah!, y señalan hacia el muelle repitiendo ¡Asia! ¡Asia! Tengo que coger el trasbordador, pero se que estoy cerca de Santa Sofía y de la mezquita Azul así que continuo caminando por Eminönü hasta llegar a Sultnahmet.
Llego a Sultnahmet que es donde se encuentran las mezquitas, muy cerca de la que fue residencia de los sultanes Otomanos, el palacio de Topkapi. Cuando llego, ambos edificios están iluminados, resulta simplemente hermoso, muy hermoso sin más calificativos. Decido dejar correr el resto del día y visitar Asia al día siguiente, pero no puedo dejar de pensar en la amabilidad general de la gente que me he ido encontrando. Me doy cuenta de lo injusta que es la imagen de ruindad y maldad que transmite la película El Expreso de medianoche acerca del carácter Turco. Por otra parte es una gran película, pero fomentó una imagen que les duele por falsa y capciosa, imagen que resulta un lastre más en su batalla para ser aceptados en Europa. Por fin Asia Tras un nuevo amanecer en esta ciudad híbrida, me dirigí al muelle de Eminönü donde tomé el barco. Tras tres paradas me deja en Asia ¡por fin!. Es un momento emocionante, no sé por qué al poner el pie en este continente por primera vez me acorde de Neil Amstrong en el momento de pisar la luna, aunque en mi caso era un paso pequeño e intrascendente para el resto de la humanidad pero un gran paso para mi.
Busco un mirador que me permita tener una visión general desde este lado Asiático. Cuando llego, el espectáculo es magnífico, sólo que esta vez es Europa la que veo frente a mi unida a Asia por el gran puente del Bósforo. Es de noche y la iluminación de la ciudad junto con los faros de los coches que cruzan el enorme puente, unido a tu propia inmensidad como ciudad conforman una amalgama de grandeza y color que me cautiva.
Sólo me falta la música y también me la ofreces. Repentinamente un amuecín empieza a cantar llamando a la oración de la tarde desde una mezquita cercana. Entonces todo se hace sublime, enciendo un cigarrillo, cierro los ojos y me dejo llevar, me veo llamando a las puertas de todos tus cielos, viviendo dentro de un sueño, de un sueño llamado Estambul.