Holguín prepara su sorpresa
La Cuba profunda nos depara lugares encantadores, difíciles de atrapar en una postal turística. Compartimos con nuestros lectores los atractivos que nos ofrece Holguín, uno de los destinos más seductores de la Isla antillana.
Cuba nunca fue solo La Habana, y mucho menos Varadero. Y usted tiene derecho a sentirse un buen viajero, de quienes saben mirar el mundo, y no el simple turista que los guías llevan de la mano. Si de veras quiere aprehender la Isla, le sugiero adentrarse en la Cuba profunda, ir a la cabeza del largo lagarto verde. Allí encontrará muchas ventanas abiertas y muy pocas puertas cerradas, el café se lo sirven más espeso o claro en relación con la montaña, y es descortés rechazar el trago de ron –sin hielo y menos cola– brindado con franqueza. Hay que ofrecerse a un baile que dura hasta el cansancio, aceptar el saludo amistoso como un don de esta tierra, y valorar el plato con sazón cubana que una familia ofrece de su digna aunque modesta mesa.
Ir por el Oriente de Cuba es adentrarse en afectos que no tienen precio, y aguzar el sexto sentido para un paisaje distinto: la historia viva, contada por los protagonistas de la gesta. Transpirar los cayos, bucear barreras no solo coralinas, ir repasando la mítica fundación de la Villa Primada frente al bravío Atlántico, el arribo de la imagen de la Caridad del Cobre flotando sobre las tranquilas aguas de Nipe, la empecinada defensa de la nueva tierra contra corsarios y piratas, tocar la Ciudad Monumento donde una mujer cose la nueva bandera y el criollo entona un himno por la Independencia. Saberse en los verdes campos de las primeras terribles derrotas, y también en el día de delirio en que negros libertos a caballo se lanzaron en cueros a la primera carga al machete. Abrir el mapa de carretera para saber desde dónde comenzaron las invasiones a pie y descalzos, o las costas adonde llegaban como fuera preciso expediciones armadas en nombre de la libertad. Divisar la Maestra, y el arroyo de la sierra, los mismos por donde bajaron cargados de esperanza aquellos barbudos. O si no, ¿qué contará después del país que inundará su pecho para siempre?
Un viajero debe saber adónde puede llegar
La región a la que invito, Holguín, está en el medio de todos esos caminos. Es como la tierra prometida, con playas de arena blanca, cálidas aguas relucientes, y elegantes hoteles con todo incluido, a dos horas y media de Santiago de Cuba, la segunda capital cubana. Creció al Oriente Norte, y hoy es mucho más que aquel hato que fue acercándose al valle trazado entre dos ríos: la ciudad cubana que en los últimos cincuenta años más se ha extendido sobre sí misma, la de mayor explosión demográfica, con más mujeres que hombres, fábricas e industrias, y un intenso movimiento cultural y artístico. Su aeropuerto internacional recibe decenas y decenas de vuelos en una semana, y un flujo de 300 000 turistas al año.
Déjese seducir, por tanto, cuando el agente de viajes le ofrezca la tranquilidad familiar del hotel Las Brisas, en playa Guardalavaca, o si requiere el Servicio Real en el Hotel Río de Oro, de playa Esmeralda. Mas, después de los primeros días, pregunte cómo se llega a la ciudad de Holguín, o a cualquiera de sus 25 museos, sus 18 monumentos nacionales, sus cinco escuelas de arte, sus 29 casas de cultura, sus magníficas galerías de arte o sus cuatro salas teatrales. Pida, al menos, que le muestren la leyenda del túnel secreto de la Casa Consistorial La Periquera, testimonio del amor incomprendido en todas las épocas, donde no hallará ningún perico, y sí dos siglos de testimonio en el Museo Provincial de Historia.
Está a sesenta kilómetros de la zona de playa, pero para un viajero de veras, el circuito sol y playa tiene su límite, porque necesita saber, que es mucho más importante que conocer. La vida cultural en Holguín transcurre sin tiempo para tomar aire, debido a sus 28 semanas y jornadas de la cultura para sus pueblos y ciudades, a las que se suma un festival cada mes del año para cada manifestación artística: las concurridas Romerías de Mayo, devenidas Festival Mundial de Juventudes Artísticas y Promotores Culturales; la Fiesta de la Cultura Iberoamericana, con cientos de artistas de más de 20 países en cada edición; el Festival Internacional de Cine Pobre en Gibara; el Cuba Fiesta en la propia playa Guardalavaca; el Festival del Son de Mayarí. Todos siguen creciendo ante el interés de sus participantes. Para no hablar del Festival Arañando la Nostalgia en el Día del Amor y la Amistad, o la concurrida Jornada de Conciertos, la Temporada de la Danza, o la Feria del Libro.
Holguín es culta, singular, elegante, altiva como bella muchacha y, sobre todo, marchosa: más de 380 instalaciones culturales tienen el reto de estar a la altura de su movimiento artístico y literario. Laboran 2 000 músicos, desde la orquesta popular más antigua de Latinoamérica, que es la Hermanos Avilés en su 130 aniversario, hasta la Sinfónica más joven e impetuosa como pocas, y 14 bandas de concierto, que parten desde la escuela madre de la Banda Sinfónica, con noventa años de fundada. Además de las clásicas retretas en el parque Calixto García, hay funciones en el Teatro Eddy Suñol y en el Ismaelillo. La compañía lírica Rodrigo Prats cumple su 50 aniversario, mientras otras también audaces trascienden la pauta por dos décadas como CoDanza, el experimentado Teatro Guiñol, el incipiente Ballet de Cámara, o La Campana, en su patio del folclor del Cine Encanto. Aunque también está la Casita de Teatro Alas Buenas, o el tablao de la Casa del Teniente Gobernador, la primera vivienda construida en la población.
Le sugiero que no regrese a la playa a comer, con tan buenos restaurantes que aparecen por doquier con sello propio. La sobremesa es un bailaíto apretado de son en la Casa de la Trova, con Los Guayaberos, o disfrutar de un show cubano en el Rincón del Benny, o amanecer en el camino al Cabaret Nocturno. Que para eso se queda a dormir en el Hotel Pernik, funcional y dispuesto, o en las cabañas del Motel El Bosque, uno al lado del otro, en la nueva ciudad de edificios multifamiliares.
Y si su gusto son las vanguardias, tome nota de cómo llegar al Pabellón Mestre, que es la Casa del Joven Creador, donde le esperan las agrupaciones más noveles de rock y rap, o suba al Gabinete Caligari, una terraza fundacional para descargas de trova y música electrónica, que siempre es la última que cierra. Es que hay espacio para todos los gustos, porque si al día siguiente no recorre una exposición en el Centro de Arte, o se interesa por ver las obras del maestro Cosme Proenza, o va a las galerías del Palacio de las Moyúa, sede de la Unión Nacional de Escritores y Artistas, es como si usted no hubiera venido a Holguín.
Seguir las primeras huellas
En fin, escoja dónde amanecer. Si me preguntara, dormiría en las nuevas y confortables cabañas de Don Lino, casi detrás del Parque Nacional Cristóbal Colón, y alquilaría un motociclo con mi pareja, para llegar al Día D de nuestra naciente historia, a la más fehaciente prueba de que el Almirante de la Mar Océana pudo haber conocido adónde se dirigía tras noventa días de navegación a vela, pues avanzó sobre la ruta más corta entre los dos continentes, si se traza una línea recta entre los puntos de partida y llegada. Esto no demerita a Cristóforus, sino que alimenta la hipótesis de que antes fueron los vikingos y después, en las tabernas de Lisboa o del Mediterráneo, alguien esbozó el primer mapa hereje contra quienes pintaron monstruos en la costa del Fin de la Tierra.
Nada mejor que anotarse en el Columbus, un cómodo catamarán con barra abierta, para que nadie le cuente la costa de la primera ruta colombina frente a nuestras más bellas playas. Si le teme al mar, pida un jeep aventurero con los amigos o, más seguro, el tren tirado por locomotoras de vapor del siglo XIX que, desde Rafael Freyre, casi llega al lugar por donde quedó unido el camino del mundo moderno que conocemos: Bariay, el mítico lugar del Encuentro de Dos Mundos, la transparente bahía donde anclaron La Pinta, la Niña y la Santa María hace ya 520 años.
Atrévase a subir al mediodía hasta la vista que ofrece en la colina el restaurante que asemeja un fuerte español, unido a un refrescante bohío, y cierre los ojos frente a la embocadura. Entonces, deje que su mente busque las vibraciones de esta tierra mágica, la energía de aquel encontronazo de hace cinco siglos, que después América y Europa llamarían «La maldición de Colón». Es lo que narra el triángulo de derruidas columnas del renacimiento, irrumpiendo de golpe, como adarga dolorosa en el círculo de dioses aborígenes: el Monumento al Encuentro de Dos Mundos, al lado del intensísimo contraste de tal verde y azul, que hicieron bautizarla como «la tierra más hermosa que ojos humanos han visto».
Está en la provincia cubana de mayores reservas arqueológicas, donde se guardan las huellas de los primeros habitantes: en los nombres de los ríos y las poblaciones, en la Aldea Taína y Museo del Chorro de Maíta, que aún posee la incógnita del cráneo de un conquistador español en pleno cementerio indio, o en las vitrinas del importante Museo Indocubano Baní, que visitan rigurosos arqueólogos y es un verdadero tesoro de la ciudad de Banes.
Porque definitivamente aquí estuvo la primera gran naturaleza comparada por los europeos, la exuberancia de pájaros desconocidos y dulces frutos para nada prohibidos, el asombro mutuo porque los aruacos vivían desnudos en su paraíso de bosques centenarios, y apenas las mujeres vestían delgadas hilazas de algodón sobre sus sexos, frente a aquellos hombres feroces. Y la humareda del tabaco desprendiéndose de tizones encendidos en las manos, cual si el Diablo recorriera extrañas ceremonias en aldeas de cónicos bohíos. El largo y cadencioso baile en círculos, donde cantaban durante días y noches las historias de sus antepasados, y tranquilizaban a los terribles cemíes como Taguabo o Maicabó, el huracán o la sequía, y evocaban a otros más bondadosos como Atabeira, madre de todos para la fecundidad. Dioses con quienes se podía jugar, prestarse entre sí o escapar con ellos como broma, en canoa a las cristalinas aguas.
Casi todo se perdió hace cinco siglos cuando, por pedacitos de cuentas y espejos, comenzó por estos lares uno de los mayores engaños de la historia: que eran dioses los que llegaban con perros despiadados, armaduras y arcabuces. Desde Oriente también partieron terribles expediciones de la conquista de América. Holguín debe su nombre al apellido de un capitán extremeño, quien recibió esas tierras como premio por haber capturado al príncipe azteca Moctezuma, aunque lo entregó con vida a Diego Velásquez, y este prefirió la sangre y la espada a la convivencia pacífica y el aprendizaje de otras culturas: el conocimiento del calendario maya, la papa de los incas, la extraordinaria sabiduría de nuestros pueblos originarios para convivir con la madre naturaleza, todos hallazgos trascendentes para el Viejo Continente. Pero pudo más la avaricia del oro y la plata.
Quédese con su propio tesoro
No le he contado ni la mitad de Holguín. Si no va a la Perla Hermosa de nuestro Oriente, que es Gibara, ha perdido la mitad del viaje. Hay un hotel recién inaugurado como castillo en plena ciudad, el Ordoño, desde cuya terraza se divisa el derredor como panorámica postal. En la noche de su malecón, con el oleaje del mar como testigo, después de haber probado sus frutos en los exquisitos paladares de sus casas de renta, hay que besar a otro, aunque sea de amigo.
Y es que ni siquiera llegó al atractivo Delfinario de Bahía de Naranjo, donde sigue siendo único el baño con delfines. O a Boca de Samá, al lado de Guardalavaca, para vivir la emoción de montarse en un bote de remos y atravesar el farallón de piedra que custodia la larga entrada a la bahía, allí donde se levanta el monumento y el museo a los que resistieron el ataque de lanchas piratas que ametrallaron en los años sesenta el poblado de pescadores.
Hay tantos nombres que solo reconocerá cuando los viva en su propia piel: Birán, la hacienda del tiempo de los cedros donde, si sabe mirar, hallará las claves del último medio siglo de historia cubana; Mayarí, adonde conducen los caminos del Chan Chan; la sorprendente meseta de Pinares con un microclima excepcional, y su salto espectacular del río Guayabo; la finca Los Exóticos, el Jardín Botánico; los Planos Inclinados del tren minero montañés, desde cuyo punto máximo a 600 m sobre el nivel del mar, se divisa toda Nipe, la bahía de bolsa más grande de la Isla, donde aguardan cayo La Virgen y cientos de kilómetros de playas intocadas.
Es más, lleguemos a un acuerdo: ¿por qué no viene a Holguín y sube los 467 escalones de la Loma de la Cruz, para que después pueda regresar, y le cuento un poco mejor, más sobre las rutas culturales? Ese será su mayor tesoro: que aún tengamos tanto por descubrir y fundar, no como conquistadores, sino como buenos amigos de Holguín, con la letra H que le distingue.