República Dominicana para despertar los sentidos
Playas interminables de arenas doradas, islotes de ensueño, instalaciones hoteleras atendidas con profesionalidad, refugios de naturaleza casi intacta, una hospitalidad a toda prueba… en fin, todo lo necesario para unas vacaciones sin espacio para el aburrimiento
República dominicana provoca las ganas de perderse en el contagioso ajetreo de sus bailes de carnaval; incita a probar platos exóticos que mezclan con atrevimiento el sabor del pescado fresco y el coco; y -sobre todo- esta tierra convida a nadar sin prisas en sus cálidas aguas sin importar la época del año. Y hay tantos sitios para disfrutar el mar que la elección se hace difícil: La Romana, Puerto Plata, Boca Chica, Playa Dorada, Playa Grande, Samaná, Cap Cana, Punta Cana; sencillamente una lista interminable.
La pequeña extensión territorial de República Dominicana (48 442 Km²), le permite al turista emprender viajes a lugares de ambientes muy distintos en apenas pocas horas. Cofresí, muy cerca de Santo Domingo, cuenta con magníficas playas; Sosúa cautiva por su ambiente bohemio y su vida nocturna; Samaná es escenario de un espectáculo único, con las enormes ballenas jorobadas que buscan sus aguas para la reproducción entre los meses de enero y marzo. Sin dudas, un destino único y múltiple para pasarla en grande con la mente dispuesta a nuevas experiencias.
Pero más allá del turismo de sol y playa, este destino caribeño sorprende también por las riquezas de su arquitectura colonial. Con más de medio milenio de existencia, Santo Domingo tiene el mérito de ser la primera ciudad levantada por los españoles en el Nuevo Mundo, de ahí su sobrenombre de Ciudad Primada de América.
Andar sus calles permite al viajero asomarse a un pasado hispánico del que dan fe más de 300 edificaciones, muchas de las cuales «bien valen una misa". Basta con visitar la Catedral de Santa María de la Encarnación (primera edificación de su tipo construida en el continente), la Casa del Cordón, el Museo de las Casas Reales, la Fortaleza Ozama (también la edificación militar más antigua) y la Calle de las Damas (la primera de América), para entender por qué la UNESCO reconoció a Santo Domingo, en 1990, como Patrimonio de la Humanidad.
En esta urbe inquieta y alegre, llena de gente dicharachera y extrovertida, la música resulta siempre una presencia viva. Es casi imposible caminar sus barrios sin escuchar el contagioso ritmo de un merengue que brota de los sitios más insospechados; da igual si es desde un negocio, un auto en movimiento o una casa de familia. Una de las formas más antiguas de este género bailable tan popular, el «Perico Ripiao» se baila por doquier con su ritmo vertiginoso tocado con güira, tambora y acordeón, que no deja a nadie indiferente.
Así palpita a flor de piel Dominicana; sacudida por las notas de su música; orgullosa del habla cadenciosa de su gente sencilla, enaltecida por la belleza de sus mujeres mestizas, mimada por la historia y sus monumentos, pero sobre todo iluminada por paisajes envidiables que parecen decirle al visitante: ven conmigo y escápate a este pedazo de Caribe.