Las ruinas del palacio de Sans Souci junto con la Citadelle de la Ferrieri y las fortificaciones de Ramiers, integran un Parque Nacional Histórico que en 1982 la UNESCO declaró Patrimonio de la Humanidad
Haití se reconvierte hoy en un destino turístico. El Palacio de Sans Souci es uno de los atractivos que potencia

Trae, por su nombre, el recuerdo del palacio que Federico II se hizo construir en Potsdam y para muchos es en el Caribe lo que es el palacio de Versalles en Francia.

Localizado en el norte de Haití, a más de 130 km al norte de la capital haitiana, Sans Souci es el palacio que Henri Christophe, primer monarca coronado del Nuevo Mundo, hizo construir para demostrar que los negros eran capaces de lograr obras tan bellas e impactantes como las de los europeos.

En ese edificio de 51 m de largo y 25 m de ancho, rodeado de un vasto complejo administrativo, hizo instalar el rey a toda su corte, conformada por la reina, el príncipe heredero, dos princesas, ocho duques, 22 condes y 37 barones.

Fue el más importante, y el preferido, de los nueve palacios del soberano y hoy sus ruinas, junto con la Citadelle de la Ferrieri, fortaleza  emplazada en la cima del cerro del mismo nombre, a 875 m de altura, y las fortificaciones de Ramiers, integran un Parque Nacional Histórico que en 1982 la UNESCO declaró Patrimonio de la Humanidad.

Allí comenzó el reinado de Henri Christophe, un negro nacido en la isla de Granada. Fue cocinero y propietario de una posada y una vez que se proclamó rey, asumió la orgullosa divisa de «Dios, mi causa y mi espada». En Sans Souci asimismo terminó su poder. Fulminado por un ataque cerebral que lo dejó casi paralítico, vio que su ejército huía en una desbandada general  y escuchó cómo la noche se llenaba de tambores que se respondían de montaña a montaña, subían desde las playas y salían de las cavernas; todos los tambores del vudú, que él, Christophe el reformador, el «Regenerador y Bienhechor de la Nación», había ignorado para formar, a fustazos, una casta de señores católicos. Delante de los tambores corría el fuego, cada vez más cercano al palacio.

Henri Christophe vistió su más rico traje. Los tambores estaban ya tan cerca que parecían percutir en la misma explanada de honor, al pie de la gran escalinata y el incendio alcanzaba ya el interior de la mansión. El rey se dio un tiro en la sien, dice la leyenda que con una bala de plata, y quedó suspendido en el aire antes de desplomarse de cara adelante para morir de bruces en su propia sangre. En un rincón de la sala, abrazadas, lloraban María Luisa,  la reina y las princesas Atenais y Amatista, mientras que cuatro pajes africanos, fieles al monarca más allá de la muerte, esperaban órdenes. Diez días después, Jacques-Víctor Henry, el príncipe heredero, era muerto a palos, en el propio palacio, por los opositores de la monarquía.

El poder pasó rápido para Henri Christophe. El 1 de enero de 1804 Dessalines proclama la independencia, con lo que Haití se convierte en el primer Estado independiente de América Latina. El país sin embargo se debilita. España recupera el territorio de Santo Domingo, y Christophe y Petion conspiran en el oeste, conjura que culmina con el asesinato de Dessalines, en 1806. Luchan  Christophe y Petion por el liderazgo y se enfrascan en una guerra hasta 1810. Christophe se establece en el norte de la isla y se proclama rey en 1811. Petion, en el sur, se pone al frente de la república que presta apoyo a Bolívar. Cuando muere Petion, el general Boyer es designado para la presidencia. Christophe se suicida en octubre de 1820, y Boyer reconquista el norte y consolida la república.

Se dice que 20 000 hombres trabajaron en la construcción del palacio de Sans Souci, inaugurado en 1813. Una cifra de hombres similar se empeñó en edificar la Citadelle de la Ferrieri a partir de 1805 y que nunca llegó a concluirse. Con sus muros de 4 m de ancho y 40 m de alto cuya mezcla se amasaba con sangre de toros, tan alta en la montaña que parecía la montaña misma, Christophe consideraba inexpugnable la fortaleza; allí podría resistir el asedio de enemigos internos y externos por todos los años del mundo. Levantado el puente levadizo de la Puerta Única, la Ferrieri sería como el país mismo con su rey, su corte y su pompa.

Por esa Puerta Única entró el cadáver del monarca. Los pajes africanos corrían montaña arriba llevando en hombros una rama de la que pendía la hamaca que envolvía el cuerpo de Henri Christophe. Corrían detrás la reina y las princesas y, cerraba la marcha Solimán, el lacayo del rey, que fue masajista de Paulina Bonaparte, y que portaba un fusil en bandolera y un machete en la mano.

Arriba, se abrió la Puerta Única. Los recién llegados contaron los sucesos al gobernador de la Citadelle. La noticia corrió de boca en boca y la soldadesca se abalanzó hacia la salida para arrojarse luego por los senderos del monte a fin de tomar su parte en el saqueo de Sans Souci. El gobernador, de una cuchillada, cortó uno de los dedos meñiques del monarca y María Luisa lo guardó en su escote. Enseguida, a una orden, los pajes colocaron el cadáver sobre un montón de argamasa en el que empezó a hundirse lentamente, de espaldas, hasta que solo quedó el rostro y el gobernador, apoyando la mano en la frente de Christophe,  hundió de golpe la cabeza del monarca. El cuerpo del rey se confundía con la materia misma de la fortaleza y la montaña entera se transformaba en su mausoleo.

La reina y las princesas Atenais y Amatista, así como Solimán salvaron la vida. Pudieron salir de Haití con la ayuda de proveedores de la casa real y se instalaron en Italia. Un sismo de gran intensidad afectó, en 1844, la fortaleza y el palacio. Sans Souci nunca fue restaurado. No obstante, hoy es uno de los atractivos turísticos más bellos de Haití.