"Elegguá, deidad de la Regla de Osha."
"Cada orisha tiene su alimento y animales de sacrificio; y a diferencia de antes cuando estos cultos eran practicados predominantemente por descendientes de africanos, hoy son frecuentes babalaos y devotos blancos."
"Enriquito, el babalao de Guanabacoa"
"El Yoryé es la ceremonia que culmina el proceso de conversión a babalao, en la que el nuevo sacerdote comparte con colegas de su mismo rango."
"Con ritmos de tumbadoras, tambores batás o cajones, suelen acompañarse casi todas las ceremonias tradicionales afrocubanas."
"Los iniciados en la santería, llamados Iyawós, durante meses deberán vestirse pulcramente de blanco, algo que es común encontrar en las calles de Guanabacoa y otras muchas ciudades de Cuba."

Conviven en la comarca abakuás, paleros y santeros; las principales denominaciones religiosas afrocubanas. Hay mercadillos que venden hojas, tallos, semillas y raíces –muy adorados elementos–; ventorrillos con pulseras y collares; pantalones y camisas de yute bordados y decorados con signos geométricos y vivos colores. A través de las calles, en las casas abiertas, se descubren altares con ngangas, eleguás u otras deidades. La ciudad tiene un cabaret cuya decoración y programas se inspiran en motivos, ritmos y bailes religiosos afrocubanos; un museo especializado en la temática y hasta un festival de masiva participación que se celebra en el mes de mayo –el Wemilere–, dedicado al estudio y preservación de estas expresiones, consideradas un significativo aporte a la cultura nacional. Por demás, si como reza el antiguo proverbio criollo, en Cuba quien «no tiene de congo, tiene de carabalí», en el tradicional poblado del este de La Habana, las herencias africanas son parte de la cotidianidad de casi todos sus habitantes; sean negros, mulatos o blancos; viejos o jóvenes; menos o más devotos; casados o solteros; mujeres u hombres; obreros o profesionales. En los días de culto, durante las ceremonias y ritos, en todos parece aflorar por igual algo de África, llevar una importante dosis de la sangre que regalaron los abuelos negros a la nación cubana y de la que fueron, junto a los españoles, los principales troncos. Tata, Yaya y Bakonfula Estas son las máximas autoridades de los paleros –mayomberos–, que es como se les llama a los practicantes de la llamada Regla Conga o Palo de Monte, la cual tiene variantes como el Mayombe, la Brillumba, el Xian Malongo y la Kimbisa; y cuyo centro de adoración es una especie de receptáculo de mediano tamaño, también identificado como prenda, en la que se colocan múltiples elementos a los que se les atribuyen poderes especiales para hacer el bien, ofrecer protección o, incluso, castigar a quien lo merezca. Los devotos del Palo Monte rinden culto a los antepasados, a las fuerzas secretas y misteriosas de la naturaleza que se encuentran en bosques, cielos, ríos y mares; y son fieles seguidores del Tata Nganga –especie de sacerdote masculino, que en versión femenina será la Yaya y a quienes sigue en orden jerárquico en el templo o Munanso, un ahijado de gran confianza y lealtad, conocido como el Bakonfula. «Gran poder tienen los paleros para cuidarte cuando confían ese deseo a la Nganga y le ponen todo lo que lleva», dice Estrella, vecina de La Habana, quien tiene en Guanabacoa dos padrinos y, por cierto, uno palero y otro santero, lo que según ella es «doble garantía». «Tuve una mala racha, sal que me cayó encima; y aquí salí de eso. Los hombres me miran, se meten conmigo, vuelvo a sentirme con autoestima. El pelo me volvió a crecer saludable, se me aplacaron los nervios y veo por delante un futuro de amores y felicidad.» Orishas versus ofoyós «A quienes hacen el bien a los demás, los orishas los separan de los ofoyós (conflictos y guerras)», asegura un seguidor de esta vocación. El culto yoruba a los orishas canaliza las fuerzas sobrenaturales hacia lo positivo y creador, siempre buscando el feliz tránsito por la vida y de la vida a la muerte, para alejar las fuerzas o hechos relacionados con Ikú, Aro, Iña, Araye (la muerte, la enfermedad, la tragedia, la pérdida de seres queridos); y propiciar el Iré, que significa suerte, bien, salvación, beneficio, favor. Muchos cubanos, confiados en el poder de los orishas, les invocan para resolver conflictos y problemas de la vida cotidiana relacionados con la salud, la vivienda y hasta con asuntos judiciales, de trabajo, afectivos, de «desenvolvimiento» económico o de posición social. Cada deidad tiene sus saludos, sus caminos, sus colores, sus comidas, sus animales para el sacrificio, sus fiestas, sus días de la semana y sus accesorios rituales, su papel en la creación del mundo y su correspondencia en el santoral católico, singular fenómeno llamado sincretismo. La Regla de Osha o santería es una popular expresión religiosa afrocubana y sobre todo es la más visible, por el hecho de que sus devotos utilizan algunos atributos y prendas como pulseras y collares de cuentas según la deidad adorada; mientras los iniciados o Iyawós, durante meses, deben vestirse pulcramente de blanco. Sus seguidores organizan frecuentes ceremonias de ofrenda o de purificación –ebbó–, en las que se distribuyen golosinas y como invitados asisten amigos, parientes y hasta vecinos, sin mayores restricciones, siempre que haya para brindar y obsequiar pastelillos y otros. Al compás de tambores y a veces, también, de notas de violines, los participantes comparten durante horas, bailan, contorsionan y se divierten hasta con frenesí. El panteón de los orishas es tan numeroso como numerosas fueron las etnias y tribus de África de las que se trajeron cientos de miles de esclavos a Cuba. El alma de la comunidad de creyentes de esta religión es el sacerdote (babalawo o babalao, la forma más popular de plantear este término), que es hijo de Orula (el dios de la adivinación) y tiene el poder de leer el destino a través del tablero de Ifá u otros sistemas, así como de brindar protección y sacar a los ahijados de cualquier problema. Los babalawos son referentes en sus comunidades, consultan a amigos y vecinos, a desconocidos y neófitos en la materia; se les atribuye capacidad para interpretar la voluntad de los dioses mediante diferentes oráculos y desde el punto de vista cultural, son de significativa relevancia en la preservación de la riqueza fabuladora, las concepciones de la vida y el conocimiento transmitido de generación en generación de sus rezos, proverbios y patakíes portadores de paradigmas, epítetos y revelaciones. Sus grandes deidades son Elegguá, guardián de las casas y dueño de los caminos, que sincretiza con el Niño de Atocha y San Antonio, señaladas sus celebraciones el 1° de enero y 13 de junio, respectivamente; Oggún, patrón de los hierros, de la guerra y de los cortadores de caña y que tiene como equivalente católico a San Pedro –29 de junio–. A Ochosi, se le reconoce como el dios de la caza y de la justicia y sus atributos son las armas, especialmente arcos y flechas, mientras se le identifica con San Norberto, cuyo día es el 6 de junio. Especialmente ve­ne­ra­do es Babalú Ayé, due­ño de las curas milagrosas, que sincretiza con San Lázaro y al que miles de cubanos rinden tributo cada 17 de diciembre, en un pequeño templo en el poblado de El Rincón; así como, Obatalá, orisha de la paz y de la pureza, hermanada con La Merced, cuyos festejos se realizan el 24 de septiembre. Para los devotos de la Regla de Osha, son también imprescindibles el fuerte Changó, que representa el poder del rayo y la masculinidad (4 de diciembre) y se le identifica, paradójicamente, con Santa Bárbara; así como Yemayá, diosa del mar –7 de septiembre–; y esa muy popular deidad del amor y las riquezas llamada Ochún, representada en la religión católica como la Virgen de la Caridad del Cobre, Patrona de Cuba, cuyo santuario está en Santiago de Cuba y resulta cada 8 de septiembre, el destino por excelencia de una multitudinaria procesión popular. Ñáñigos o Abakuás Hay testimonio de que cuando vino a Cuba en 1930 Federico García Lorca, asistió a un plante de ñáñigos y que, ante el colorido de sus atuendos y la belleza de sus ejecuciones danzarias, no se resistió a considerar públicamente: «si un día Dhiagilev (coreógrafo ruso de entonces muy aclamado) hubiese nacido en esta Isla, de seguro que se hubiese hecho desfilar estos diablitos de los Ñáñigos, por los escenarios de Europa». En Guanabacoa hay una treintena de potencias Abakuás, los templos de esta vocación religiosa afrocubana que se practica en asociaciones masculinas basadas en principios de ayuda mutua y socorro entre sus miembros, los llamados ecobios. Antes fungían como una sociedad secreta y eran tan restringidas y rigurosas que alrededor de este culto se desencadenaron muchas leyendas que lo hacían ver, con gran ojeriza, en una atmósfera de criminalidad. Sus orígenes se ubican entre los esclavos traídos del Calabar, suroeste de Nigeria y del norte de Camerún hacia el siglo XVIII; y para los estudiosos, es de lo más puro y realmente impresionante que se conserva en Cuba del legado africano en materia cultural y religiosa. Y es que la Sociedad Secreta Abakuá transplantó a la Isla, tal cual, y en ella a muy contados lugares, una manera de vivir esotérica, con sus rituales, creencias, lenguas, cantos, instrumentos, ropas, músicas y propósitos de defensa. Los Abakuás tienen fama de ser discretos pero muy serviciales y solidarios y las ceremonias en sus templos o Potencias son grandes fiestas en las cuales beben y bailan, comen y comparten y si bien las mujeres no son admitidas en la secta, pueden asistir acompañando a sus esposos, hermanos o familiares, para disfrutar de la música, los cantos y los bailes, de los que son protagonistas los Iremes o diablitos, la representación material de los ancestros. Los devotos o asociados, acuden elegantemente vestidos y los que participan directamente en la ceremonia, se distinguen por tener el torso expuesto, con símbolos geométricos dibujados en color amarillo. Las Potencias desarrollan una especie de fraternal competencia que como resultado genera lucidas ceremonias con trajes de colores y atributos. Para admitir a un nuevo miembro, media una larga y exhaustiva investigación y sólo después de un análisis profundo, la jerarquía de la sociedad aprueba que se incorpore. Cada miembro tiene que jurarse en un ritual sagrado y, a diferencia de antes, cuando sólo lo hacían los negros, ahora hay ñáñigos mulatos y blancos de ojos azules, lo que confirma el paulatino proceso de extensión de este culto más allá de los sectores en los que originalmente tenía arraigo.

Los teóricos ubican los orígenes del ñañiguismo entre los esclavos traídos del Calabar, suroeste de Nigeria y del norte de Camerún hacia el siglo XVIII; y para los estudiosos, es de lo más puro y realmente impresionante que se conserva en Cuba del legado africano en materia cultural y religiosa

Enriquito, el babalao de Guanabacoa Bantú de origen y Tata Nganga (la más alta jerarquía en Palo Monte), Enrique Hernández Armenteros tuvo como segundo paso la Sociedad Secreta Abakuá, para después iniciarse en la santería con el orisha Elegguá y, por último, como babalao, sacerdote consagrado en Ifá. Hoy tiene 92 años y es uno de los vecinos más conocidos en los predios de Guanabacoa y entre los practicantes de los cultos afrocubanos en toda Cuba. Vive allí en la barriada de La Jata, en cuya casa fundó el 22 de junio de 1957, la Asociación Religiosa Afrocubana Hijos de San Lázaro, donde regala espiritualidad, recibe a quien lo requiera y prodiga a sus más de cuatro mil ahijados con votos de salud y bienestar. «Salud, fuerza, tranquilidad espiritual y vencimiento de todas las dificultades»