El agua es el elemento fundamental de Nicaragua. La superficie que ocupan las cuencas hidrográficas de lagos, ríos y lagunas supera los 9.240 kilómetros cuadrados, de los cuales, el Gran Lago de Nicaragua, con sus 8.264 kilómetros cuadrados, es un verdadero Mar Dulce interior, como fue calificado por los descubridores españoles, cuando llegaron hasta él después de haber remontado el Río San Juan desde su desembocadura en el Caribe.

Ya desde el comienzo, el grupo de periodistas que realizamos este viaje sentimos la especial sensación que debía de producir en nuestro comportamiento el hecho de que estamos próximos a vivir una aventura. Son varios los touroperadores que programan estancias de fin de semana o de hasta cinco días en la zona comprendida entre el archipiélago de Solentiname y la Reserva Biológica de Indio Maíz, en el Departamento de Río San Juan, y con excursiones que recorren el curso del río que le da nombre a esta región suroriental de Nicaragua.

En el Aeropuerto Internacional de Managua, la capital nicaragüense, esperábamos la avioneta de unas quince plazas que nos llevaría a nuestro destino, al sur del Lago, a la pequeña población de San Carlos, que se encuentra situada a unos 300 kilómetros de Managua. Tomamos un aparato de la compañía local La Costeña, que nos transporta en aproximadamente una media hora.

San Carlos, desde el aire, aparece como una pequeña agrupación de casas abocadas al lago, en la misma brecha que se abre por el río San Juan, donde éste inicia su camino entre la selva para desaguar en el Mar Caribe. La avioneta nos deja en la pista de tierra que hace las veces de aeropuerto de esta localidad, de una manera más segura de lo que la irregularidad del terreno hacía suponer en un principio. Al bajar, nos saluda la gente desde la especie de caseta que sirve de parapeto e improvisada "sala de espera", mientras aguarda tomar el próximo vuelo, que no tardará en prepararse, con la misma avioneta, una vez hayamos recogido nuestros equipajes.

Nos transportamos en todo terreno hasta el embarcadero. Las calles de San Carlos son estrechas y no se encuentran completamente adoquinadas, pero tiene el encanto de sus viviendas, humildes y armoniosamente integradas en la vegetación. Las casas de madera, pintadas de luminosos colores, rojos, amarillos, verdes y azules, revelan la alegría y el carácter de las gentes que las habitan.

Por el río San Juan Viajar por este río constituye una gratificante experiencia. Aun sin recorrer por entero los casi 200 kilómetros de su longitud hasta el Mar Caribe, uno siente la aventura de los españoles que lo navegaron desde el siglo XVI, y que les permitió controlar el acceso al Pacífico nicaragüense por esta vía. Rememoramos los continuos asedios de piratas que sufriera, y más tarde, en el siglo XIX, tan sólo 30 años antes de que se comenzara a construir el Canal de Panamá, se convirtió en el enlace fundamental entre los océanos Atlántico y Pacífico para quienes se sintieron atraídos por la "fiebre del oro" en California.

Pero por encima de todo, el recorrido por el río es un espectáculo de la naturaleza. Se observan con frecuencia monos que nos sorprenden con sus aullidos y diferentes aves selváticas y acuáticas en medio de una exótica variedad de árboles que llenan de verde sus orillas. Precisamente, debido a la gran riqueza de fauna y flora toda la zona del río San Juan se ha considerado un entorno especial y se han tomado medidas para salvaguardar sus reservas naturales. Los pobladores conviven en perfecta armonía con esta naturaleza, y todo lo que se refiere a su explotación turística conserva la misma filosofía, como no tardamos en comprobar.

En una media hora nos acercamos al poblado de El Castillo, situado a unos 60 kilómetros de San Carlos, el cual se encuentra dominado por la construcción de la fortaleza de la Inmaculada Concepción, construida por los españoles en el siglo XVIII para contener el avance de los piratas, y donde en 1780 el célebre inglés Horatio Nelson fue derrotado al tratar de apoderarse de las ciudades de Granada y León. Ha sido recientemente restaurada por la Agencia de Cooperación Española y alberga una biblioteca y un Museo, que ofrece una completa panorámica de la intensa historia del río y de su importancia estratégica.

En un paraje de frondosa vegetación se ha levantado el albergue que conserva el nombre de El Castillo, y es allí donde paramos a comer y reponer fuerzas. Más tarde, iríamos a conocer el poblado y encontraríamos estampas tan entrañables como la del niño que en mitad de un camino nos sonreía avergonzado al verse el centro de atención.

Una noche en Isla Mancarrón Antes de que caiga la noche, emprendemos el regreso y remontamos el río, pero en esta ocasión hacia la isla Mancarrón, la más grande de las que forman el archipiélago de Solentiname, un grupo de treinta y seis islas localizadas al sur del Lago Nicaragua, que alberga una comunidad de poetas, pintores primitivistas y talladores de madera. Nos alojamos en el Hotel Mancarrón, conformado a base de pequeñas cabañas distribuidas en un recinto. La noche se nos hacía misteriosa y acabamos durmiéndonos entre los sonidos que encerraba la selva, complacidos por la sensación de estar alejado de todo lo conocido, de olvidar las rutinas de prisas y estrés que nos reporta nuestro modo de vida en las ciudades y deleitarse en contacto con la naturaleza, descubriendo cosas nuevas a cada paso, volviendo a lo sencillo.

A la mañana siguiente debíamos madrugar y disponernos para estar en marcha otra vez con los primeros rayos del sol para emprender una excursión en dirección al río Papaturro y el Centro Ecológico de Los Guatuzos.

Los Guatuzos constituyen otra reserva natural, radicada en la zona más meridional del Lago Nicaragua, justo en el lado de la frontera con Costa Rica. El Refugio de Vida Silvestre Los Guatuzos es un sitio único, con más de 43.000 hectáreas de superficie, que albergan una gran diversidad de ecosistemas. Desde lagunas y humedales a bosque secos, con especies típicas del trópico americano. Dentro de la fauna, destacan sus 389 especies de aves, siendo el Refugio un punto de paso de la migración de aves desde el Norte hacia el Sur de América. Asímismo es importante la variedad de otras especies animales, muchas de ellas en peligro de extinción, como caimanes, tortugas e iguanas y las típicas ranitas autóctonas, de colores brillantes verdes y rojas con motas negras.

Todos estos datos nos los ofrece el guía del Centro Ecológico que se localiza en el corazón de esta reserva natural y que nos acompaña en nuestra visita, mostrándonos las instalaciones del centro, con la posibilidad de ofrecer hospedaje tanto a visitantes individuales como a grupos, servicios de restaurante, transporte y senderos ecoturísticos. Junto a él visitamos los criaderos de mariposas y tortugas, en los que podemos conocer muy de cerca a estos animales.

Lo difícil es ahora regresar La vuelta a Mancarrón, al igual que lo hiciera el viaje de ida, nos sorprendió por lo apacible y maravilloso que es. Antes de regresar de nuestra aventura en la selva, nos dedicamos a explorar la isla, para conocer a sus pobladores y su manera de vivir. Hablamos con gente sencilla, que vive en casas que muy frecuentemente están construidas con madera y que cuentan con la habilidad y la sabiduría de subsistir en el medio tropical en el que habitan. Saludamos a artesanos que han fabricado sus propios muebles o se entretienen en tallar en la madera motivos que encuentran en la naturaleza que les rodea, las aves, los peces, objetos tratados con un aire infantil, que es el que impregna este arte primitivista.

Ya nos íbamos, a continuar nuestro viaje por otras regiones, pero nuestro encuentro con la sencillez y la paz que experimentamos en estos parajes, en contacto con la naturaleza, nos ha dejado el recuerdo imborrable de imágenes como la de la niña que mira, sin dejar de abrazar a su osito de peluche, cómo se aleja de su pueblo el grupo de visitantes, y no nos llevamos más que ese recuerdo, respetando la inocencia de su mirada y de su tierra, aunque lo que más difícil se nos hacía en esos momentos fuera precisamente regresar.