Ernest Hemingway en Cuba
Vigorosa personalidad, “hombre de bronce y porcelana”, el escritor era por encima de todo y por principio, esencialmente humano. Hombre de acción, contradictorio: recio y débil a la vez, valiente y medroso, decidido e irresoluto en ocasiones, con elevado sentido del humor y trágico en otras; casi fiero en sus expresiones de ira; amante y amigo apasionado y, sin embargo, íntimamente solitario, tal como debió exigir el ejercicio constante del “oficio más solitario del mundo”.
Vigorosa personalidad, “hombre de bronce y porcelana”, el escritor era por encima de todo y por principio, esencialmente humano. Hombre de acción, contradictorio: recio y débil a la vez, valiente y medroso, decidido e irresoluto en ocasiones, con elevado sentido del humor y trágico en otras; casi fiero en sus expresiones de ira; amante y amigo apasionado y, sin embargo, íntimamente solitario, tal como debió exigir el ejercicio constante del “oficio más solitario del mundo”. El Premio Nobel de Literatura en 1954 fue singular no sólo en su estilo literario irrepetible y fácilmente identificable hasta por los menos avezados, fue singular también en sus concepciones, costumbres y formas de vida.
Cabría preguntarse si temperamento y carácter condicionaron su vida o si fue la vida que como omnipotente hacedora de su destino se impuso, la que modeló al escritor-personaje; pero indiscutiblemente, cuando se habla de Hemingway, hay que hablar de riqueza de personalidad; sus experiencias vitales así lo confirman. Desde joven experimentó un paradójico acercamiento a la aventura, a la guerra, a las pasiones violentas, a la muerte. Desafiar el peligro, asumirlo, fue un reto permanente, una fuerza magnética que guió la vida del escritor: la caza, la pesca, el boxeo, los toros, son deportes cuya práctica representaba no sólo el disfrute de una determinada sensación, sino también la necesidad de autoafirmarse, la perentoriedad de tocar los límites mismos de la vida. Si no partiéramos de esta imagen, ¿cómo concebir a Ernest Hemingway emprendiendo una cacería por el Africa, durante la cual ocurrieron dos trágicos accidentes aviatorios que estuvieron a punto de costarle la vida en unión de su cuarta esposa? Desde los primeros cuentos hemingwayanos, se avizoran en Nick Adams, personaje protagónico, caracteres y sentimientos que darían un sello único a toda la producción literaria del escritor: la aventura, el desafío, siempre la presencia de la muerte y el dilema de cómo enfrentarla. En su vida de periodista – reportero de guerra- participó en el frente de batalla durante la Primera Guerra Mundial. Más tarde sería también personaje protagónico en la Guerra Civil Española y “cazador” de submarinos alemanes, entre otras misiones, en la última gran confrontación bélica mundial que sufrió la humanidad. Las experiencias y los horrores que presenció en el frente determinaron su visión “antiheroica” de la guerra, su firme condena hacia ese fenómeno destructor. Las ideas, temas, personajes y sentimientos presentes en sus novelas, reflejan la angustia existencial y las frustraciones de la post-guerra, por muy espléndido y próspero que se presentara a la vista del “norteamericano orgulloso” el futuro de la nación. Estos sentimientos, devenidos filosofía vital, constituyen un común denominador en las obras de Hemingway, del que no escapan ni aquellas en que el escritor se muestra más optimista y solidario, como Por quién doblan las campanas o El viejo y el mar, considerada esta última como el “canto de cisne” de su carrera literaria y de la cual se desprende una sentencia paradigmática: “El hombre puede ser destruido, pero no derrotado”.
En la obra Fiesta o El sol también se levanta, la impotencia sexual del personaje protagónico, su imposibilidad para la realización amorosa, es el símbolo de una trascendente impotencia social. Por el mismo camino y bajo el mismo signo de la frustración, en Adiós a las armas –una de sus más leídas novelas- la deserción del teniente Henry Frederick y la final pérdida de su amada durante el alumbramiento, son las formas en que Hemingway condena las heridas morales que, tan dolorosas como la muerte, produce la guerra. La gangrena en la pierna del protagonista de Las nieves de Kilimanjaro trasciende al personaje que durante su agonía recuerda, como en secuencia cinematográfica lo que ha sido su vida. Al final: el vacío, la nada. En el año 1940, después de varias incursiones por La Habana, Cuba, Hemingway se instala en la capital de la Isla; para entonces es ya el hombre marcado por trágicas experiencias y cuyo supremo afán es “vivir, vivir intensamente” en un paraíso como éste, con la Corriente del Golfo esperando por su barco “Pilar” y una finca “La Vigía” en la que encontraría las condiciones geográficas y ambientales necesarias para triunfar como escritor y realizarse en un sinnúmero de actividades por las que siempre sintió especial atracción: la pesca, la caza, la navegación, la pelea de gallos. En carta dirigida a Earl Wilson, en 1952, el ya célebre escritor argumenta: “Yo siempre tuve buena suerte escribiendo en Cuba... Me mudé de Key West para acá en 1938 y alquilé esta finca y la compré finalmente cuando se publicó Por quién doblan las campanas... Es un buen lugar para trabajar porque está fuera de la ciudad y enclavado en una colina... Me levanto temprano cuando sale el sol y me pongo a trabajar y cuando termino me voy a nadar y tomo un trago y leo los periódicos de Nueva York y Miami.
Después del trabajo uno puede irse a pescar o a practicar tiro de pichones y por las tardes Mary y yo leemos y oímos música y nos vamos a la cama. Algunas veces vamos a la ciudad o a un concierto. A veces vamos a una pelea o a ver una película y luego vamos al Floridita. En el invierno podemos ir al Jai alai.
A Mary le gusta la jardinería y tiene un jardín y un huerto de rosas... Perdí cinco años de mi vida durante la guerra y ahora estoy tratando de recuperarlos. Yo no puedo trabajar y vivir en Nueva York porque nunca aprendí a hacerlo... Pero este otoño cuando salga El viejo y el mar tú verás parte del resultado del trabajo de los últimos cinco años”.
El Floridita era un lugar frecuentado por Hemingway desde varios años antes de establecerse en Finca Vigía, cuando en la década del 30 fijara su base operativa en tierra –al inicio de sus campañas de pesca mayor en la Corriente del Golfo- en el hotel Ambos Mundos, de La Habana Vieja. En el acogedor bar habanero el escritor, presencia viva aún hoy para trabajadores y visitantes, además de saborear sus gustados “daiquiríes”, disfrutaba la oportunidad de departir con “gentes de todos los estados de la Unión y de muchos lugares donde uno ha residido: marineros de la Armada, navegantes, funcionarios de aduanas y del departamento de inmigración, tahúres, diplomáticos, aspirantes a literatos, escritores mejor o peor situados, médicos y cirujanos que han acudido a la capital para asistir a diversos congresos científicos, miembros de la Legión Americana, deportistas, individuos que están mal de dinero, sujetos que serán asesinados dentro de una semana o de un año, agentes del F.B.I., el gerente del banco donde uno tiene su dinero, algunos tipos estrafalarios y muchos amigos cubanos”. El escritor, las guerras, la vida...
Con apenas 19 años, pero ya con el oficio de reportero, en 1918 Ernest Hemingway partió de su natal Oak Park, Illinois, E.U., donde había nacido en 1899. El mundo se estremecía con los fragores de la Primera Guerra Mundial, cuando el joven norteamericano llegaba a Europa como camillero de la Cruz Roja en el frente de Piave, Italia. Fue herido en reiteradas ocasiones; se cuenta que 237 fragmentos de metralla de mortero se le encontraron en una pierna. En 1921 estará en París, vinculado al grupo de escritores de la llamada “Generación perdida”, será uno más entre aquellos que frustrados o enajenados por las consecuencias de la guerra, desahogaban su impotencia o su rabia en los bares, las excursiones de pesca o caza, las peleas, el sexo, el ocio. Estas primeras experiencias le inspirarían novelas como El sol también se levanta (Fiesta) y Adiós a las armas, entre las más leídas. Al estallar la Guerra Civil Española en 1936, allí estará Hemingway, nuevamente en el frente de batalla como corresponsal de guerra y apoyando decididamente la causa antifascista; ya para entonces había concebido la novela Por quién doblan las campanas, comenzada en el hotel Ambos Mundos de La Habana y concluida a su regreso de la campaña española en Finca Vigía, San Francisco de Paula, en las proximidades de la capital de la Isla y donde actualmente se encuentra el Museo Hemingway. Precisamente La Habana y Finca Vigía en particular, fueron las únicas residencia realmente estables que tuvo Hemingway en su vida. Allí pasó casi la mitad de sus años útiles como escritor y escribió sus obras mayores: parte de Por quién doblan las campanas, A través del río y entre los árboles, El viejo y el mar, París era una fiesta e Islas en el Golfo y muchos artículos de prensa. En 1956 se ofrecía en La Habana un homenaje a Hemingway, con motivo del Premio Nobel de Literatura que le había sido otorgado. En ese acto anunció su decisión de donar la medalla del Premio a “Nuestra Señora de la Caridad del Cobre”, patrona de Cuba.
Finca Vigía, el lugar donde vivió y elaboró una parte considerable de su producción, será también un hito reconocido en las letras universales, el escritor era consecuente con uno de sus postulados artísticos: “Todo artista le debe al lugar que mejor conoce, el destruirlo o perpetuarlo”. Hemingway acogió con entusiasmo el triunfo revolucionario de 1959; en distintas ocasiones habló con fervor del proceso que se iniciaba, solidario en sentimientos, como lo había sido durante largos años de su vida, con los humildes pescadores, con la gente de pueblo a los que había abierto su ancho corazón. Retornó a Estados Unidos de América mortalmente enfermo para morir en Ketchum, Idaho, el 2 de julio de 1961. Se suicidó con su propia escopeta calibre 12, con un tiro en el paladar, suicidio que irónicamente había ensayado varias veces ante sus amigos. En 1970 su viuda publicó Islas en la corriente, del grupo de novelas “cubanas”. En la personalidad del escritor norteamericano había rasgos y convicciones que se hicieron patentes desde sus años de adolescencia y después en la totalidad de su obra: hondo sentimiento de la intensidad de la vida, la noción de coraje y de dignidad como supremas cualidades humanas. Ante la dura realidad, no aceptar la derrota era un principio; la lucha, un código particular de su ética. Tras sus amargas experiencias en las guerras se desarrolla, como en la mayoría de los artistas y escritores de la época, un sentimiento existencialista de la vida –el existencialismo era una corriente muy en boga en la época- y así de sus novelas se desprende la imagen del ser solitario, impotente frente al mundo, del hombre que arrastra una existencia sin sentido –imagen reiterativa-, pero que logra trascender en novelas como: Tener o no tener o Por quién doblan las campanas. Sin embargo, hay algo muy particular en la concepción del cosmos humano de sus novelas: el hombre, aunque resulte físicamente aniquilado, no puede ser vencido; el hombre no está hecho para la derrota moral. Pese al existencialismo del autor, este mensaje en novelas como El viejo y el mar deviene lección de entereza frente a la vida con sus vicisitudes y frente a la muerte con su certidumbre. El contexto cubano es primordial en la novela y punto de partida hacia lo universal; si bien, como se ha dicho, aquí todo es cubano, su proyección ética y filosófica trasciende ampliamente los límites de la Isla y sus mares, supera lenguaje, modos y costumbres e incluso, la propia anécdota que le da origen. Más allá de toda consideración casuística, es la lucha del hombre, hasta sus últimas consecuencias, frente a fuerzas que lo superan física y materialmente, pero no en espíritu ni en inteligencia. Fue ésta, precisamente, la ética que marcó toda la vida obra literaria de Ernest Hemingway: ética de la acción y superioridad humana frente a las adversidades con que la vida nos enfrenta, y que proyecta ante el mundo la poderosa imagen del Dios de Bronce de la literatura norteamericana.