Carilda acompañada de Dulce María Loynaz

¿Cómo hacerle una entrevista más –me preguntaba-, después de las tantas y tantas realizadas para diversos destinos y por las más prestigiosas personalidades de los mundos literario y periodístico, nacionales e internacionales? ¿Qué diferentes o nuevas interrogantes hacer a quien se le ha preguntado todo, hasta los detalles más íntimos y personales de modo que las disyuntivas han sido, en no pocas ocasiones, crueles? Sí, porque Carilda Oliver Labra, toda ella: vida y obra, es síntesis, integración de lo autóctono en temas, lenguaje y espíritu. Musa de América; vital y auténtica, ingenua y audaz, tierna y apasionada, medrosa y atrevida; vuelo inasible del lenguaje metafórico, mito en contrapunteo con la realidad, emblema de la poesía cubana; única, en fin, en el arte de la sorpresa. Pero, y sobre todo, Carilda no envejece; posee ese don especial de renovarse en cada nuevo libro, en cada nuevo poema, en cada mirada frente al espejo; así, siempre joven, de ella emana esa fuerza misteriosa que atrae irresistiblemente a todo el que se le acerca; con ella quedamos atrapados, como detenidos en tiempo y espacio, y con ella parece que alcanzamos la categoría de lo eterno. En este momento, sin embargo, Carilda es, por encima de todo y simplemente mi amiga, alguien a quien aprendí a querer desde niña, cuando mi padre me introducía en el maravilloso cosmos de la poesía, así, de la mano y así, de la mano, penetré en Tirry 81, donde los versos salían por puertas y ventanas como la dueña quería desde “al sur de mi garganta”. Por ello, paso de inmediato a transcribir esta más que entrevista, conversación que estoy segura quedará para la historia de las letras cubanas.

P: Carilda, todo aquél que se acerca a tu obra descubre en temas, motivos, sentimientos, paisaje o atmósfera, esa “matanceridad” inherente a toda ella, ese sentimiento de cubanía con que se ha proyectado al mundo ¿Qué piensas en torno a este criterio?

R: Mi preferencia por Matanzas no se debe a sus paisajes siempre nuevos – al menos es la impresión que me producen -, ni a su entorno acuático: bahía, mar, ríos, ni siquiera a sus sencillas gentes, amantes de la educación y el arte, ni tampoco a esa serenidad que parece provenir de lejos, que es como una carga milenaria de espíritus paseantes, ni a sus construcciones semi - clásicas de estilo ecléctico, ni aún a su intenso pasado cultural que le otorgó el sobrenombre de ATENAS DE CUBA. Mi preferencia no se debe a algo especial, único, eterno, sino a la normal relación entre naturaleza y ser humano. Es, vaya, como querer a nuestra madre. Es casi un nudo de sangre en el cual también radica el ánima. Y lo mismo me sucede respecto a Cuba. Me falta la tierra bajo los pies y el cielo sobre el alma cuando me encuentro en otro país. Como poco, casi no duermo, soñar es imposible y ningún verso me socorre. Es como si la vida se me hubiera quedado aquí. Por eso siempre regreso a recogerla.

P: Es sabido que AL SUR DE MI GARGANTA, premio nacional de poesía en 1959, marcó un hito en tu carrera literaria; sin embargo, ciertos “críticos” de hoy lo han tomado como escudo para, en cierta medida, demeritar tu obra posterior aduciendo que es ese un “ejemplar único” que anuncia el nacimiento y muerte del verdadero genio poético. ¿Qué dices al respecto?

R: Esa es una pregunta muy oportuna, muy buena, que me concede permiso para hablar de un tema polémico y actual. No me ha enfadado ese peregrino modo de enfrentar mi obra, la cual te diré que no es lo que yo hubiera querido. Entretuve mi tiempo en muchas cosas sin importancia, en trivialidades y vuelos imaginarios, y cuando me he dado cuenta de lo que era y es para mí la poesía (todo), ya estoy acabando de vivir y, por lo tanto, de ser fecunda. Esto no quiere significar que ya no se me ocurra un verso ni que voy a enmudecer comida por telarañas espirituales, sino que perdí los mejores años para la creación. Que debí haber atendido más esos intereses, haberme relacionado, haber constituido el mundo aparte, pero con el entorno cómplice que necesita el poeta. Todo lo he sabido tarde, pero al menos lo he sabido. Aunque no considero que porque haya sido honrada con el Premio Nacional de Literatura eso me corona y haga intocable, sí creo que desde Al sur... para acá ha llovido bastante y de esos aguaceros líricos algunos textos habrán quedado que superen en algo a los anteriores. Lo que se haya perdido en diafanidad y pureza, puede haberlo compensado una mayor fuerza conceptual, amplia diversidad temática, cierta sobriedad en ocasiones, y, en resumen, las conquistas de la madurez y del oficio, además de la propensión innata, ya en desarrollo, para “atreverme”, que, si bien me ha hecho reo de “irreverentes provocaciones”, tal desenfado y audacia en la forma expresiva ha dotado de carta de singularidad a mi obra y la ha salvado del romanticismo almibarado. Resulta ilógico que Al sur... sea integralmente superior a libros como DESAPARECE EL POLVO y SE ME HA PERDIDO UN HOMBRE. Aventaja a éstos en su aire fresco y acaso en la sencillez para transparentar la juventud, la entrada a la vida con cierto aliento samaritano, que a veces roza la sensiblería; pero que no es sino accidente de la época, del género de existencia.

En el resto de la obra editada después, se alcanza determinada connotación filosófica en algunos poemas, se ahonda más en la realidad del ser humano y no hay tanta quejumbre, sino un mayor apoyo en lo social, más soltura y gracia en el lenguaje, hermandad entre el intelecto y la emoción. Pero te repito, querida amiga, que no me siento desolada por esos criterios porque, al menos, me tomaron en cuenta aunque sea por el primer libro, y por supuesto, que ya es un premio sorprendente que recibo en la séptima década, habida razón de que no tengo el genio de Rimbaud a quien hizo célebre un solo libro.

P: El binomio mito-realidad, consustancial a tu vida y obra, comunica ese cierto halo de misterio que atrae irremediablemente a los curiosos. Dicen... que está en tu peculiar forma de caminar o abrir la puerta, en tus gatos, en tus hombres, en todo Tirry 81. ¿Por qué esa historia del mito?

R: Del mito a que aludes saben todos más que yo, que en definitiva, soy la víctima. No tengo responsabilidad en ello porque lo que asombra a los otros a mí me parece natural. Cuando tenía alrededor de treinta años me gustaba, a veces, de acuerdo con el vestido, colorear un poco el rubio de los cabellos. Esto no lo había inventado yo, sino los laboratorios de la Revlon (no cobro nada por el anuncio). Sí, había algo que se denominaba “acento” y se usaba en varios tonos según gusto y ocasión. Partidaria de un verde muy claro, casi niño, yo salía contenta a la calle con toda la primavera regada en la cabeza. El color era muy sutil y jugaba con mis ojos, de un verde “mal intencionado” según Hemingway. Desde luego que la poetisa no estaba loca sino sencillamente que apuntaba al arcoiris para salirse de la monotonía provinciana y porque amaba la plástica... Bueno, cosas así inquietaban a la gente, lo cual me tenía sin cuidado. Vinieron luego amores que no compartí, hechos injustificables que adornaron de tragedia mi famita de poeta revoltosa. Yo soy más seria que la esfinge, pero nadie lo ha creído jamás. Nunca he bebido ni he fumado. Estuve años enteros en absoluta abstinencia sexual. Me acuesto a las tres de la mañana, pero enredada con Miller, Einstein, Huxley o Darío. Siguen hablando de que un poeta subió al Aconcagua para gritar mi nombre, de que tengo diecisiete gatos (no es verdad, sólo tengo cinco y un perro), aparte del marido que también tiene alma de tigre; comentan que me he gastado tres esposos infernales, demoníacos, dioses terrestres que aproveché muy bien para incendiar el parnaso cubano. Bueno, esto no es tan fabuloso, los fabulosos son ellos que me padecieron: el primero durante siete años, el segundo por diecisiete y el de ahora ya lleva secuestrado diez años. Desde luego que ambos estamos en dos cruces distintas. El “qué dirán” ha querido aureolar a mis “hombres” -como dices tú- con rasgos excéntricos. Realmente todos han tenido magnetismo, talento y audacia. La edad no fue determinante sino el ingenio; un misterioso halo, algo especial que los sitúa fuera de serie. El cuerpo no interesa mucho aunque si posee una naturaleza hermosa será preferible. Por otra parte soy natural, sencilla, espontánea. No me gusta el lujo sino la sobriedad. No ando en fiestas ni en corrillos, soy adicta a la familia, la lectura, los astros, las plantas y flores, la gente humilde pero no vulgar, la buena cocina, la leche, los animales, el perfume, mi ciudad, las piedras sean o no preciosas, los amigos sinceros, el humor, Cuba. Esta es mi realidad y no creo que tenga que ver con lo que se llama mito. Puede ser que la mitología no se deba a mi conducta sino a que precisamente el público ama a sus creadores, a sus científicos, y les endilga atributos extraños y les procura imágenes sensacionales. A lo mejor es que me quieren ver extraordinaria y yo soy sólo un ama de casa cualquiera que no puede vivir si no escribe a media noche.

P: Siempre he pensado que el verdadero poeta es inencasillable; su obra trasciende las estrechas fronteras de una determinada escuela o movimiento literario, para constituir un auténtico eclecticismo trascendente. ¿Es realmente clasificable la obra poética de Carilda como neorromántica? R: No considero que sea clasificable ahora como neorromántica. Al principio estaban la influencia de lecturas, las cosas de la época, hasta el estilo en la forma de vestir, enamorar, hacer la vida...; pero todo evoluciona.

P: A pesar de la diversidad de estilos, estrofas, especialmente del cosmos imaginal y temático de tu obra poética, te han enmarcado reiteradamente dentro del ámbito de la poesía erótica; conocemos el audaz y singular predominio, el original tratamiento que das al erotismo en tu poesía, mas, ¿admites esa tendencia polarizadora?

R: No admito esa tendencia polarizadora desde el punto de vista absoluto porque sería como negarme a mí misma. La poesía siempre refleja el carácter y los sentimientos del autor. Sería simplemente como decir que el amor es mi única motivación, y claro que el amor es la energía que mueve la vida y todas sus consecuencias en general. Siempre somos seres pensantes y lo reflexivo asume, tarde o temprano, la entraña y hasta la forma de lo que pretendemos comunicar. Por otra parte, somos seres sociales. El individuo cuando es verdaderamente humano, o sea, cuando asume la existencia con todos los deberes y acciones que implica, no puede, al entregarse a su arte, convertirse sólo en un ser esencialmente erótico que desconoce las infinitas complejidades del todo universal. He aquí que un creador, y más si es poeta, debe avenirse a ese encuentro ineludible con el progreso. ¿Cómo, por ejemplo, no apoderarnos de toda clave del adelanto científico: de la computación, la cosmonáutica, la física nuclear, la informática y de tantas otras luces que comienzan a alumbrarnos? ¿En qué pobreza quedaremos si ignoramos lo que nunca dejará de ser acicate, fuerza, esperanza, cultura? No, decididamente no aceptamos la clasificación de erótica si es que parcializa nuestra obra y la desnuda de los múltiples intereses del intelecto, de la sabiduría plena, de la inspiración motivada por temas de la vida como son: la creación, los misterios grandes del porvenir, la magia sorprendente de la naturaleza que a cada paso nos destruye o premia, el enigma de la muerte, la cobija sagrada de la familia y de la patria. Lo que sucede, perspicaz amiga, es que tal vez mi poesía ha alcanzado una expresividad superior en esta temática, o quizás ha influenciado en esos criterios el desenfado, la audacia, la carnalidad que tal vez derrama por su particular fuerza; todo lo cual debe responder a que amo amar, a que siempre he amado, a que estoy amando, a que mis huesos seguirán amando y la gente quiere ser amada, amada, amada.

P: La última pregunta, Carilda: ¿qué esperas de la vida?

R: Todo menos la muerte. Ahora, al despedirme, siento el sabor de los eterno, la sensación unamuniana de vida y siempre vida más allá de la muerte, la sensación de lo imperecedero, de haber viajado por un cosmos mágico y distinto: el de la poesía trascendente, y la certidumbre de mi definitiva identificación con esa forma particular y humana de lo real maravilloso que es Carilda Oliver Labra.

El cambio es una ley. No es dialéctico que en el siglo XXI yo salga con un verso de mis libros de adolescencia. Me he librado de adjetivos melosos, del sentimentalismo, del yo hiperbólico, de la emoción superlativa, de lo muy anecdótico, y esa transformación paulatina se veía venir desde cuando, por ejemplo, como antes apunté, dije en Al sur...: “el perro que se orina”... “el vecino de enfrente que vive con corbata”... “la negrita que come azúcar”. Se adelantaba, en 1945, cuando escribí en “Ayer”: Llevaron al muchacho que me amaba para la clínica, pero yo no me di cuenta de nada. Esa noche fui al cine y me sonó el corazón como una ráfaga. (¡Pobre Tyrone Powers!). Se advertía también en LIBRETA DE LA RECIEN CASADA (1952): “La noche con sus asuntos echaba bruma y potasa” Antes, en Al sur... se había alzado una espiga del Surrealismo; pero aún no tenía conocimiento acerca de nuevas obras contemporáneas ni cultos amigos literatos. Comprendía, más bien por intuición, que los poetas municipales eran principiantes y a la vez mediocres; pero eran mis amigos, mis hermanos, con fervor por la poesía y sin verdadero genio. La parte de mi obra que aparece publicada en los ochenta había sido producida en la década del sesenta, por lo tanto, esos veinte años de silencio editorial perjudicaron lo que pudo ser novedoso al tiempo de su concepción. Respecto al neorromanticismo, estimo que es un movimiento de mucha trascendencia aunque en Cuba se han pervertido las consideraciones al mismo. No estoy de acuerdo con que se me encasille de modo absoluto dentro de ese molde, mas, juzgo acertada la valoración de Virgilio López Lemus cuando afirma: “Carilda Oliver Labra es, literalmente hablando, el mejor ejemplo cubano de simbiosis entre recursos expresivos vanguardistas, del neorromanticismo y de la poesía coloquial”.