La Catedral de La Habana
Situada en la Habana Vieja, y formando parte de su Centro Histórico -declarado por la UNESCO en 1982, Patrimonio Histórico de la Humanidad- es el templo mayor de la capital cubana. La Catedral de La Habana deviene así escala obligada de cuantos visitan la ciudad. Turistas y viajeros que participan en los múltiples eventos que tienen a La Habana como sede, incluyen en sus programas la visita a este importante conjunto de edificaciones coloniales que se alzan en torno a la vieja plaza adoquinada en la que destaca por su majestuosa y hermosa arquitectura, la Catedral, que da nombre al lugar. Con una atmósfera casi mágica, el exterior del templo es un hervidero de gentes del más variado aspecto: turistas cámara en ristre, artesanos-artistas que muestran sus obras, trovadores que animan con su música -generalmente de corte tradicional- el lugar, viandantes de todo tipo, citadinos, y de otras partes del país. En cierto modo, nos recuerda el ambiente que aparece reflejado en los viejos grabados del siglo XIX que apresaron magníficas estampas del lugar, y que los artistas de épocas más recientes -hasta nuestros días- no han dejado de usar como motivos de inspiración. Como telón de fondo, la Catedral, cuya hermosa fachada barroca, ha servido también para memorables veladas musicales, recitales de ópera, zarzuelas, y espectáculos de danza y ballet. El templo, paradigma del barroco cubano, inició su construcción en 1748, como obra edificada por los jesuítas para albergue de una escuela de misioneros. Más tarde fue ampliada con una capilla y monasterio. En la segunda mitad del siglo XVIII, la Compañía de Jesús decide levantar allí una Casa de Oraciones, pero las obras son interrumpidas por la expulsión de la Orden, en 1767. En 1777 se instala en ella la Parroquial Mayor y es consagrada, por el Obispo de La Habana, José Felipe de Trespalacios y Verdeja, como Catedral, en 1789. Se desconoce quien fue el arquitecto o proyectista de la obra; sin embargo, se sabe que fue el maestro Don Pedro de Medina, quien estuvo al frente de las labores finales de la edificación. Hasta ese momento, el exaltado barroquismo de su fachada, se reproducía, en menor escala, en su interior. El sucesor del obispo Trespalacios, el célebre obispo José Díaz de Espada y Fernández de Landa, que era un partidario entusiasta del neoclasicismo -estilo que cobra fuerza en el siglo XIX- introduce cambios sustanciales en el interior del templo. Es reemplazado el piso de piedras por otro de mármol y se suprimen los altares primitivos -que según el criterio del nuevo obispo eran de pésimo gusto-, entre otras modificaciones. Como ha señalado el notable arquitecto cubano Daniel Taboada Espiniella, "En realidad, trataba de eliminar toda huella barroca, sin tocar la estructura arquitectónica de la iglesia, para dar paso a los nuevos postulados neoclásicos." Amén de los cambios preconizados por el obispo Espada, el templo fue objeto de otras modificaciones en su interior, en etapas posteriores. En vísperas de la visita a Cuba del Papa Juan Pablo II, que se produjo en enero de 1998, se realizaron cambios sustanciales en el interior del templo, para permitir asumir las funciones que correspondían a la nueva liturgia. Los trabajos los dirigió el arquitecto Carlos Moret, con la asesoría de la Comisión Provincial de Monumentos y la Dirección de Arquitectura Patrimonial de la Oficina del Historiador, entidad esta última que dirige el doctor Eusebio Leal Spengler. Además de sus funciones litúrgicas y sus valores arquitectónicos, la Catedral de La Habana atesora en su interior valiosas obras de arte. Son notables los óleos pintados por el francés Juan Bautista Vermay, el lienzo de la Virgen de Loreto, las tallas de San Cristóbal, patrono de la ciudad y de la Virgen de la Purísima Concepción, patrona de la Catedral. En lo anecdótico, la Catedral de La Habana forma parte del controvertido tema de los restos del Gran Almirante Cristóbal Colón, que se resume así: El Almirante fue sepultado primero en Valladolid, donde había muerto en 1506. Despuès, en ese mismo año, su hijo Diego trasladó los restos a Sevilla. Diego Colón, que sustituyó a Ovando como gobernador de La Española falleció en 1526. Su viuda, María de Toledo y Rojas, virreina de las Indias, trasladó los restos de Diego y de su padre, a La Española, donde fueron enterrados en la catedral de Santo Domingo. En 1795, cuando España cedió a Francia la isla, entre los objetos evacuados a Cuba iba una cajita que contenía los restos de Colón, que fueron sepultados en la catedral de La Habana. Pero en 1877, en la Catedral de Santo Domingo apareció una caja funeraria rotulada con el nombre del almirante, en la que había vértebras y fragmentos de otros huesos y una chapa de plata con la inscripción "Última o única parte de los restos del primer almirante Don Cristóbal Colón descubridor". El arzobispo de aquella archidiósesis, Rocco Cochia, anunció que aquellas eran las verdaderas reliquias del almirante. La Real Academia de la Historia, a instancias de Cánovas del Castillo, emitió su veredicto: "Los restos de Colón yacen en la catedral de La Habana a la sombra de la gloriosa bandera de Castilla". En 1898, cuando España se retira de Cuba, los restos colombinos de la catedral de La Habana se trasladan a España y fueron sepultados en Sevilla, donde todavía permanecen. Algunos investigadores manejan la posibilidad de que el hallazgo de 1877 no sea una falsificación, y que los restos de Sevilla pudieran pertenecer a Diego Colón. En resumen, historia, arte y anécdota, son los componentes que invitan, en su visita a La Habana, a acercarse a la Catedral, que es además, el único exponente cubano citado en el Atlas del Barroco Mundial, propuesto en 1944 por el proyecto "Los Espacios del Barroco", de la UNESCO, que involucra a más de 40 países.