Una de las fiestas populares más atractivas del mundo, muestra su colorido cada año; la samba y el carnaval de Río de Janeiro, constituyen hoy dos elementos básicos de la cultura de este país.

No hay carnaval sin samba. Y es muy difícil imaginar un sambista fuera del contexto festivo que cada año atrae hasta la Plaza Once de Río a millares de personas, tanto brasileñas como extranjeras, siendo la época en que la ciudad recibe más visitantes. Samba y carnaval se mezclan, se complementan y se disfrutan como expresión cultural única. Sin embargo, cada uno surgió en épocas y lugares diferentes del país hasta confluir en la ciudad del Cristo Redentor y el Pao de Azúcar. Samba: alma brasileña Más que un género musical, el samba se tornó la propia identidad de la nación brasileña. El samba, reconocido junto con la “marcha” como géneros auténticamente cariocas surgieron de la necesidad de un ritmo para el desorden del carnaval de principios de siglo. Las músicas cantadas en esas fiestas hace 100 años eran tanto los viejos estribillos africanos divulgados por los bahianos emigrados para Río de Janeiro como por las polcas y hasta valses importados de los salones europeos. Traído de Portugal, el carnaval se remitía entonces más a los juegos callejeros, que al disfrute del baile o de la música. Ocurrió en 1870 que los portugueses, comenzaron a sentir que su carnaval, comenzó a engrosarse con las camadas más pobres de la población. Para los negros y mestizos, así como para los blancos pobres, quedaba el sonido de los batuques, reuniones de los negros africanos y también nombre de un tambor, herederos de las ruedas de danzas importados juntos con la esclavitud. Musicólogos consideran que las ruedas de batuques identificadas como “semba” africana pasaron a ser llamadas de “sambas”. Bahianos traen samba para Río de Janeiro El frenético ritmo nacido en el nordeste amplió su radio de acción gracias al movimiento migratorio de las bahianas en dirección a Río de Janeiro. Entre ellas, llamadas con todo respeto “tías”, están la Tía Ciata, famosa dulcera y fiestera, Tía Amelia, madre de Donga, famoso compositor de sambas, y Tía Prisciliana, progenitora de Joao de Bahiana. La comunidad bahiana escogió para vivir en Río los barrios vecinos al centro, como La Salud y Ciudad Nueva, y plantó allí las raíces de la música que devendría uno de los mayores placeres de la población pobre del territorio y emblema cultural de la nación. Fue en la casa de tía Ciata, en la calle vizconde de Itauna, número 117, donde un grupo de compositores semianalfabetos elaboró un arreglo musical con temas propios de las zonas más agrestes, pero también de las urbanas. Aquella música llamada “pelo telefone” (“por el teléfono”), compuesta con exclusividad para el carnaval de 1917 bajo la firma de Ernesto de los Santos y de Mauro de Almeida, se convirtió en el ritmo definitivo del festejo carioca. El hecho de que el número musical fuera registrado como “samba” en su designación como género, y su posterior grabación discográfica, que permitió su difusión en toda la nación, oficializó el nuevo y ya definitivo ritmo. El samba sufrió, como consecuencia de la penetración de la radio y de otros medios de comunicación posteriores, diversas transformaciones. En más de 60 años Brasil importó modismos de varias procedencias que confluyeron en el samba. Pero la capacidad inagotable de renovación de ese ritmo inspiró un expresiva frase del compositor Nelson Sargento: “el samba agoniza, pero no muere”. El carnaval, el samba y las escuelas Un decenio después del registro de “pelo telefone”, el primer samba reconocido como tal, nacieron en los morros de Río de Janeiro las escuelas de samba. Las escuelas surgieron en una desconfortable posición de desfile tolerado por las instituciones del estado y son, en 1997, reconocidas como la mayor y más fastuosa atracción del carnaval carioca. Una de las alas de las escuela rinde homenaje a las bahianas que trajeron consigo el batuque africano. Una cosa es el samba. Otra, las escuelas de samba. El hábitat natural del samba eran las casas de las tías bahianas, centro de reunión de la comunidad negra de Río. Fue precisamente en los morros cariocas y en la periferia de la ciudad que el samba ganó dimensión y varió el camino a los desfiles de las escuelas. Aunque existe vaguedad respecto a algunos datos sobre el surgimiento de las escuelas, los estudiosos coinciden en que la primera de ellas, llamada “deixa falar” (“deja hablar”) fue fundada el 12 de agosto de 1928, en el morro de Estacio. En época del Carnaval, pocos bloques que ya se formaban en las fiestas en los morros se atrevían a descender hasta la ciudad. La idea de formar una “escuela de samba” surgió, hasta cierto punto, en irónica oposición a un centro normal de estudios que funcionaba frente al local de reunión de los sambistas. El desfile de las escuelas de samba sólo fue aceptado por las instituciones del estado, en 1935, bajo el rótulo de “gremio recreativo”. Fue la Portela la más innovadora de esas agrupaciones, pues introdujo en sus paseos las alegorías, el samba-enredo (un samba dedicado a un tema central que preside la escuela) y la comisión de frente, que impedía la entrada de personas ajenas a la comunidad portelense. Esas transformaciones fueron después incorporadas al resto de las escuelas y están vigentes hasta hoy. Un fenómeno que contribuye al esplendor de las escuelas es la ligazón con los artistas plásticos, una unión que dio lugar al llamado “carnavalesco”, figura surgida en 1959, y ya considerada imprescindible en la lucha por el campeonato. El carnavalesco cuenta con un equipo de apoyo, trabajadores manuales, músicos, bailarines, que llevan a la práctica sus idealizaciones artísticas, caracterizadas por un derroche de imaginación y audacia.