Don Diego Velázquez no imaginó que había estado a las puertas del paraíso cuando en 1514 decidió bautizar con el nombre de Jardines del Rey el rosario de cayos e islotes que orlan a Cuba, hacia el norte y centro de la Isla. El conquistador español, al llamar con ese nombre a las islas, quiso rendirle homenaje a Fernando el Católico, pues Cristóbal Colón, en su segundo viaje a Cuba, ya había nombrado Jardines de la Reina, en alusión a Su majestad Isabel de Castilla, a los cayos del sur.

Con el nombre de Sabana-Camagüey, la geografía cubana reconoce también a este archipiélago que corre a lo largo del litoral norte cubano sobre una extensión de 465 kilómetros, paralelo a las provincias de Matanzas, Villa Clara, Sancti Spíritus, Ciego de Ávila y Camagüey. Un rompecabezas verde azul, 2 517 cayos e islotes, integran esa entidad geográfica que, según los expertos en la materia, concentra el 60 por ciento de las ínsulas que conforman el gran archipiélago cubano. Entre éstos están los cayos Romano, con 777 kilómetros cuadrados, y Coco, con 370, los dos mayores del conjunto. Allí habitan más de 700 especies de la flora terrestre, de las cuales 126 son endémicas; 958 pertenecen a la fauna de tierra y otras 900 corresponden a peces. Hay 450 kilómetros de arrecifes frontales que conforman la segunda barrera coralina más grande del mundo; la primera es la gran barrera australiana. Casi cinco siglos después, Jardines del Rey se mantiene como el reino mito de la naturaleza.

A LAS PUERTAS DEL PARAÍSO, CAYO COCO En sus aguas, con todas la gama de los azules, pescó Ernest Hemingway a bordo del "Pilar" y buscó, entre el laberinto de cayos, submarinos nazis durante la II Guerra Mundial. Cada vez que pasaba por estos lares admiraba la línea blanca de playa y el bosque esmeralda que espejeaba en el horizonte. No pocas veces decidió hacer un alto en las pesquerías para zambullirse en aquellas aguas cristalinas y tibias para luego correr por la arena sin más atuendo que la piel de su cuerpo de fornido guerrero. Entonces, Cayo Coco era escenario para un turista que deseaba vivir la aventura de Robinson Crusoe. Situado al norte de la centro-oriental provincia de Ciego de Ávila, junto al Canal Viejo de Las Bahamas, la naturaleza le dotó de 22 kilómetros de playa y todo lo necesario para la subsistencia.

Las primeras en advertir esas posibilidades fueron las aves que migran de Norteamérica para protegerse del crudo invierno, principalmente los flamencos. De esa especie, los rosados tienen allá la mayor colonia del continente. El hábitat de tales "turistas" es hacia el sur de la ínsula, en zonas de aguas poco profundas donde encuentran abundante alimento y tranquilidad para su repro-ducción. Hasta aquí también vienen aves de plumaje muy blanco bautizadas con el nombre de Coco, tal vez haciéndole honor a la masa exquisita del fruto del tropical cocotero; por demás, muy abundante en el cayo. La abrumadora población de éstas, en otros tiempos, determinó el nombre del cayo. Hoy en día su presencia no resulta tan común, sin constituir aún una rareza.

La geografía está conformada por una llanura caliza y en el litoral no sólo hay playas, sino también acantilados, esteros, lagunas y manglares. Tales características, junto al despoblamiento, le hizo sitio ideal para corsarios y piratas; también, fuente de tesoros escondidos y naufragios de buques cargados con grandes riquezas hacia la Corona española. Entre las vías para llegar a Coco está una magnífica carretera en un pedraplén de 17 kilómetros sobre la bahía de Perros, entre el litoral norte del municipio avileño de Morón y el cayo. La colosal obra de ingeniería fue concluida en 1988 y ha sido decisiva para el desarrollo de este polo turístico que ya se sitúa en el tercer lugar del país, tras Varadero y La Habana. A finales del pasado año 2000, comenzó a funcionar la primera parte del aeropuerto internacional para recibir aviones de gran porte procedentes, principalmente, de Europa y Canadá, los principales centros emisores de vacacionistas.

Para esa fecha inició operaciones el puerto con espigón de 62 metros, el cual, con el funcionamiento de la primera marina y el desarrollo de otras instalaciones de ese tipo, facilitarán el acceso de turistas, tanto a Coco como a su vecino cayo Guillermo y al resto de los Jardines del Rey. Los complejos hoteleros son construidos atendiendo a normas de respeto y conservación del entorno natural. De ahí el cuidado a la duna costera y el talado del bosque tropical. Las edificaciones no sobrepasan los tres pisos de altura y su concepción arquitec-tónica tiene como tema los poblados y aldeas costeras caribeñas. Junto a la impresionante construcción de habitaciones, avanza el programa de infraestructura extrahotelera. Parque de diversio-nes, acuario, red gastronómica y áreas para la práctica de diversos tipos de deportes entre los que se incluyen náuticos y aéreos, integran esta oferta. Está también previsto el desarrollo de los campos de golf.

Para este año será abierto al público el parque ecológico El Bagá, cuyo nombre es el de un árbol propio de la zona costera húmeda que se desarrolla cerca de las lagunas salobres del cayo y ofrece un fruto del cual se preparan jugos y refrescos. Dicho centro abarca unas 200 hectáreas donde el visitante podrá admirar una amplia representación de la flora y la fauna del lugar. Una aldea aborigen, a la vera de una laguna, será un escenario donde se representarán pasajes de la vida de los primeros habi-tantes de Cuba. Hacia punta de Jaula, habrá destinada un área dedicada a la piratería que dispondrá de taberna, museo, reloj de sol y embarcadero para realizar paseos en naves rústicas y de época. La oferta contempla senderos ecológicos especializados, dada la naturaleza prístina del lugar, que podrán recorrerse a pie, a caballo, o en carruajes. Los turistas pueden visitar los criaderos de cocodrilos, iguanas y quelonios, como también la cueva de los murciélagos. En el circuito previsto están, además, el delfinario y un restaurante ecológico.

LA SORPRENDENTE BELLEZA DE CAYO GUILLERMO Más de 2 600 habitaciones, en hoteles cuatro y cinco estrellas, operados por afamadas cadenas hoteleras internacionales entre éstas la hispana Sol Meliá, ofrecen un servicio de primera calidad tanto en Coco como en Guillermo, también enlazado por una autovía sobre pedraplén, que hoy llega hasta cayo Paredón Grande, aún virgen, como lo es, igualmente, hacia el este, cayo Romano. Los estudios de factibilidad realizados en la zona auguran un potencial constructivo del orden de las 25 000 habitaciones. Pero deteniéndonos en las villas y casas de Guillermo, también uno de los principales puntos de desarrollo turístico en el Archipiélago Sabana-Camagüey, sobresalen en ese cayo las aguas transparentes y las arenas de tenue color y finísimo gramaje. Por el vínculo de Hemingway con este paraje de salvaje belleza, muchos de los hoteles que allí se han erigido llevan nombres asociados al gran novelista norteamericano que vivió en Cuba y recibió el Premio Nobel de Literatura.

Situado a la vera noroeste de su vecino Cayo Coco, Guillermo se prolonga en 13 kilómetros cuadrados, de los cuales cinco conforman playas evocadoras de todo origen y de limpieza impecable. Al alcance de pocas brazadas, podrá admirarse las barreras coralinas y los hermosos paisajes submarinos de este esplendente cayo en desarrollo. Y si de fauna se trata, Guillermo regala a los ojos del visitante aves acuáticas y de tierra como los flamencos, las gaviotas y los pelícanos Desde Jardines del Rey se puede acceder a cualquier otro punto de la geografía cubana mediante las facilidades que se ofertan para recorrer de un extremo a otro la Isla bajo cualquier opcional, como también al circuito del Caribe. Apenas Coco y Guillermo son la puerta del paraíso, la cara de un promisorio futuro en Jardines del Rey.

SENTIRSE DESCUBRIDOR EN CAYO SANTA MARÍA En esta porción de Cuba es posible hacer realidad el pasaje bíblico de caminar sobre las aguas: el mar semeja un espejo de tenue azul, sobre el que se erige una carretera de poco más de 48 kilómetros con más de dos mil metros de puente. Nace esta carretera en la pequeña urbe de pescadores de Caibarién, al norte-centro de la isla de Cuba, en la provincia de Villa Clara, y llega, por ahora, hasta cayo Santa María, la más novel propuesta de Jardines del Rey. La brisa fresca de la mañana baña el cuerpo mientras la vista descubre en el horizonte la línea irregular de promontorios: son los pequeños cayos e islotes que la vía va ensartando a su paso como queriendo formar un collar, esta vez de un verdor incomparable.

Hasta hace unos pocos años, la cayería norte de Villa Clara era realidad tangible sólo para pescadores, guardafronteras, torreros de faros y naturalistas. Su primigenia naturaleza era un tesoro ecológico reservado para que la especie humana tuviera la vivencia de que una vez el mundo fue así. De paso por las ínsulas se advierten playas íntimas, de arenas inmaculadas bajo tapices de plantas de enredadera. Sorprenden los acantilados con las más atrevidas formas, capaces de retar la creatividad del más brillante escultor. Y tras esos parapetos, las aguas cristalinas de pequeñas ensenadas donde se pueden observar, a simple vista, fondos de la fascinante realidad marina. No resulta casual topar en estos sitios con el paso rápido de una iguana o ver penetrar en el mar, con la majestuosidad de su parsimonia, una tortuga. Quien desee mitigar los efectos del fuerte sol puede refugiarse bajo el entretejido de las uvas caletas y, a su fresco amparo, escuchar los pájaros acompañados por los acordes de las olas, o presenciar el vuelo multicolor de mariposas o la danza aérea de las gaviotas cuando descienden sobre el mar.

Queda detrás Cayo Las Brujas, con su aeropuerto para aviones de pequeño y mediano porte. Por allí está también el San Pascual, barco que con su estructura de hormigón, vive aún varado desde principios del siglo XX y hoy se ha convertido en un sugerente parador sobre las aguas, con ocho habitaciones y un añejo olor a miel de caña, que rememora los tiempos en que fue almacén de ese alimento tan cubano. Por fin, Santa María. Es el último de los tres cayos que enlaza la moderna vía. Llegar hasta allí significa descubrir en sus 13 kilómetros de largo y un ancho que oscila entre uno o dos, la espectacular playa de poco más de 11 kilómetros de extensión y donde ya comenzaron a brindar servicios las primeras instalaciones de un complejo hotelero de 300 habitaciones, edificado bajo normas de respeto a la naturaleza e integrado al ecosistema, con lo que se evitan así daños al entorno.

Los proyectos incluyen aquí, para una primera etapa, alcanzar las 1 200 habitaciones; mientras el potencial constructivo estimado es de 5 500. Los proyectistas calculan que en todo el entorno de la cayería norte de Villa Clara se pueden erigir unos 10 000 dormitorios y toda la infraestructura necesaria sin dañar el medio ambiente que es, en definitiva, lo que le otorga el sello de exclusividad a este producto turístico. Desde Cayo Santa María, la posibilidad del asombro es cierta