Amy Houghton se certificó como buceadora a la edad de 10 años. A los 19 ya había obtenido el nivel de Divemaster.

Cada vez que visito Cuba, me enamoro nuevamente de ella. Aquí existe una bella geografía, gente asombrosa que vive en un conglomerado místico de reminiscencias históricas, entre hermosos paisajes repletos de cañaverales y plantaciones de tabaco; en lo que al deporte del buceo se refiere, es un verdadero paraíso para el buceador: magníficas paredes, antiguos pecios, espectaculares tiburones, abundantes peces y corales; esto, sin contar el buen sabor del ron y los sabrosos ritmos. La mayoría de las personas que llegan a la Isla lo hacen a través de La Habana, pintoresca ciudad llena de energía, colorido y variada y singular arquitectura; si bien La Habana es en extremo atractiva, el mejor buceo se encuentra fuera de la ciudad, en las provincias, allí donde el tiempo marcha aún más despacio. Dirigiéndonos hacia el oeste, llegamos a Pinar del Río, al extremo accidental de la Isla, después de un ajetreado recorrido de 4 horas desde la Habana. Nos encontramos ya en María la Gorda, sitio nombrado así en memoria de una joven mujer que fuera secuestrada por los piratas y abandonada aquí. Las aguas del lugar, donde las paredes coralinas alcanzan grandes profundidades, están estrictamente resguardadas por considerarse parque nacional, asegurando con ello la presencia de grandes cantidades de peces; el más famoso es Lola, un amigable mero Goliat de 150 kg que en ocasiones sigue a los buzos. En uno de los sitios de buceo de María la Gorda, en “Paraíso Perdido”, podrás nadar por el borde del arrecife a 66 pies de profundidad para después descender por una pared hasta los 100 pies. Las grandes agrupaciones de corales se ven salpicadas por enormes esponjas jarrón y tubulares, así como por langostas y cangrejos que habitan en grietas e intrincados huecos. Podemos observar huachinangos, cirujanos, pequeños meros y una gran cantidad de peces ángel. La visibilidad alcanza con facilidad los 150 pies. Es este un sitio popular de anidación de tortugas marinas. El Centro de Investigación Marina en La Habana, lleva a cabo extensivos programas de conservación para proteger a estos pacíficos animales. No muy lejos de aquí, en el extremo occidental de Cuba, se encuentra la Isla de la Juventud y al este de ella Cayo Largo del Sur, zona turística en la que se hallan los arrecifes favoritos de Jacques Cousteau, quien declarara que había observado aquí más peces que en ningún otro lugar. Años más tarde, yo he tenido la misma impresión en el sitio conocido como “El Acuario”; me parecía flotar entre enormes cardúmenes de roncadores, pargos, rubias, mientras que la arena se encontraba adornada por gran variedad de caracoles y cangrejos. A la distancia confundí un gigantesco cardumen de roncadores con una gran cabeza de coral. Agolpados unos sobre otros, permanecían inmóviles y pronto me aceptaron en su clan. Otros dos sitios próximos a Cayo Largo (dos horas y media de navegación) son Cayo Blanco y Cayo Sigua, famosos por sus mantas y rayas águila y donde la vida marina es fabulosa; las paredes son impresionantes y parecen perderse en una profundidad infinita de azul oscuro. Descendí por un túnel cubierto de gigantescas esponjas que forman un delicado tapiz de sombras y texturas. Del otro lado los grandes abismos coralinos nos hacen tomar una pausa y quedar inmóviles a 115 pies, mientras que un tiburón gris de arrecife se pasea y da vueltas a lo largo de la pared, por debajo de donde me encuentro. Al ir ascendiendo a los jardines coralinos, me deslumbra el reflejo plateado de la luz. Al acercarme me encontraba en medio de una pequeña escuela de pámpanos africanos que se bamboleaban con sus elegantes formas. Recuerdo el sentimiento de estar conectada al mar, una sensación de asombro y admiración que me hizo pensar “por esto es que estoy aquí”. Uno de mis sitios de buceo favorito en Cuba se encuentra en el otro extremo de la isla, en un canal cerca de la ciudad nororiental de Santa Lucía. Es uno de los pocos lugares en el mundo donde los buzos pueden observar a los guías alimentar sin protección alguna a enormes y poderosos tiburones toro de más de 3 metros de largo. En mi más reciente visita pude observar que un Divemaster entró al agua, adelantándose al grupo; llevaba una bolsa de pescados muertos y un arpón. Vimos cómo se dirigía hacia las boyas ancladas. Poco después, todos entramos al agua, siguiendo a un segundo Divemaster. Desinflé mi chaleco para hundirme a 50 pies. Rápidamente nadamos a lo largo del pecio y nos arrodillamos en el arenal, en la posición que a cada quien le fue asignada. El primer Divemaster nos estaba esperando y empezó inmediatamente a agitar el pescado muerto en el agua. Mis ojos buscaban en el azul; “clang, clang, clang”, escuché al Divemaster pegar en su tanque, como tocando la campana de la comida. De repente vi una enorme sombra en el horizonte: Mi corazón empezó a latir aprisa. Falsa alarma, ya que se trataba de un gran mero negro de 150 kg. Pasaron varios segundos y entonces lo vi. Un tiburón toro de 3 metros y 500 kg. Emergió del azul...Y después llegó otro... Los primeros dos se acercaban tímidamente, tal y como si estuvieran estudiándonos; entonces, dudoso, un tiburón toro mordió uno de los peces muertos directamente de la mano del Divemaster. Pronto, más tiburones hicieron acto de aparición para participar en el espectáculo. Conté cuatro, cinco. Uno de ellos era un enorme tiburón tigre al que le estimo más de 3 metros de largo y 600 Kg. Cuando se hubo agotado la carnada, nadamos nuevamente hacia el Mortera, el que se encuentra cubierto de esponjas orejas de elefante naranjas y amarillas. Brevemente nos detuvimos para alimentar a Margarita, una amistosa morena verde de 2 m de largo. El otro Divemaster permanecía a nuestras espaldas con su arpón, vigilando que ningún tiburón nos siguiera mientras entrábamos y salíamos de los diversos huecos del Mortera. En ocasiones encontrábamos a nuestro guardián esperándonos en una abertura. Conforme la corriente empezó a aumentar, nos dirigimos nuevamente hacia la orilla. En 40 minutos, hemos efectuado un emocionante buceo con tiburones y una gran inmersión en un barco hundido. A continuación Amy narra sus experiencias en la zona conocida con el nombre de Jardines de la Reina y en el conocido como hotel flotante, botado al agua por vez primera en 1991. Se refiere a sitios privilegiados para la práctica de este tipo de deporte como son “Los Sábalos”, “La Meseta de los Meros”, “Coral Negro II” y “El Farallón, donde, “antes que apagaran los motores de la embarcación, pude distinguir las siluetas de los tiburones sedosos, desplazándose graciosamente bajo la superficie. Nadaban en círculos buscando restos de comida. Lentamente entré al mundo de los tiburones sedosos. Ellos perdonaron mi intromisión, mientras yo me deslizaba entre 17 bellezas. Los rayos de luz que penetraban desde la superficie iluminaban sus cuerpos alargados y yo no quería regresar a mi mundo. Para mí, bucear en Cuba despierta una conexión etérea con la naturaleza, lo que trae tanta paz como pasión”.