Carnaval
Al compás del ritmo vertiginoso de las batucadas, un aluvión de lentejuelas y plumas multicolores toma las calles con la alegría y vitalidad de una gran fiesta que comienza. El Carnaval santacrucero da el pistoletazo de salida, y durante semana y media las calles de la capital tinerfeña serán el escenario de uno de los mayores espectáculos del mundo.
Los carnavales se celebran en todos los pueblos y ciudades de la isla, pero son los de la capital, Santa Cruz de Tenerife, los que han alcanzado renombre internacional, sobre todo a raíz de que, en 1980, fueran declarados Fiesta de Interés Turístico Internacional. Aunque el Carnaval santacrucero se extiende por numerosas calles de la capital, el verdadero centro neurálgico de las celebraciones es la Plaza de España y zonas circundantes. En esta céntrica y amplia plaza, próxima al mar, se instala un enorme escenario, decorado con un tema alusivo. Este año el tema elegido es un entrañable “Homenaje a Celia Cruz”. En toda la zona se colocan un gran número de kioskos y ventorrillos de todo tipo que, además de servir comida y bebida, animan con la música que emiten por sus altavoces.
Las festividades comienzan con los concursos de murgas, comparsas, rondallas y demás agrupaciones, pero es la Gran Gala de Elección de la Reina del Carnaval la que marca el verdadero punto de salida de las fiestas. Este acto, muy esperado, no sólo por la proximidad de las noches de diversión en las calles, sino por su gran espectacularidad y vistosidad, se celebra el miércoles anterior al primer fin de semana de Carnaval, que es el que cuenta con una mayor participación. El viernes por la tarde-noche tiene lugar la Cabalgata Anunciadora del Carnaval, y desde ese momento las calles se inundan de gente disfrazada que disfruta de la fiesta y se deja llevar por el jolgorio general que se respira. El martes siguiente, Martes de Carnaval, sale a media tarde el espectacular Coso de Apoteosis del Carnaval, donde las numerosas agrupaciones muestran sus colores y su buen hacer en todo su esplendor, con vistosas carrozas, donde no faltan el aderezo de la música, el baile, y cómo no, las bromas de algún personaje ya tradicional en estas fiestas, como la Cerdita Peggy, Harpo Marx, Charlot, Cantinflas, Fidel Castro, el Cartel Viviente o la típica Lechera Canaria. El Entierro de la Sardina, que marca el principio del fin, tiene lugar tradicionalmente el miércoles por la noche, pero este año se celebrará el viernes de piñata. Éste es, sin duda, el acto más irreverente y excéntrico del carnaval, en el que el pueblo se toma una pequeña venganza por los rigores de la cuaresma que comienza nada más acabar las fiestas. Por este motivo un cortejo de desconsoladas viudas y viudos, acompañados por numerosas figuras del clero -curas, monjas, obispos, cardenales, y hasta “papas”- lloran amargamente la muerte de La Sardina, representación de Don Carnal, enorme figura de cartón piedra que es llevada en una carroza para ser incinerada, con una gran exhibición de fuegos artificiales. El miércoles y jueves, los festejeros se toman un respiro, antes de rematar las fiestas en el último fin de semana de carnaval, el llamado de Piñata Chica. Todos los días de Carnaval están salpicados de concursos, actuaciones en vivo, e incluso un desfile de coches antiguos.
Una de las claves por las que esta anárquica y multitudinaria fiesta es, sin embargo, de las más seguras del mundo se encuentra en el carácter naturalmente tranquilo del isleño, unido a la única regla del carnaval: no vale enfadarse, el Carnaval es broma y diversión, aquí todos nos reímos de todos. El buen humor reina y las tradicionales máscaras rivalizan en ingenio, con los detalles cómicos de su disfraz y la historia que les caracteriza. Porque el buen carnavalero no se limita a ponerse un disfraz y un maquillaje, hay que vivir el rol que se ha auto asignado, convertirse en actor por unas horas, riéndose de sí mismo y haciendo reír a los demás. Hay disfraces de todo tipo, desde las espectaculares estructuras de 4 ó 5 metros de envergadura de las candidatas a Reina del Carnaval, hasta la modesta mascarita, que suple la menor vistosidad con la gracia de sus disfraces y con su ingenio, incluso a veces acompañados de humorísticas octavillas que ellos mismos producen y distribuyen a su paso. La “abnegación” del carnavalero llega al punto de acompañar su disfraz con toda serie de artilugios que le ayuden a representar mejor su papel, equipamiento a menudo bastante engorroso, con el que tendrá que apañárselas para bailar toda la noche.
El privilegiado clima de las Canarias ha jugado un papel fundamental en la naturaleza de sus celebraciones, que en su mayoría se celebran en plena calle. Esto hace que el Carnaval chicharrero -como también se llama localmente a los tinerfeños- esté abierto a todos. El visitante poco habituado al disfraz no se siente obligado a ello, aunque la mayoría termina contagiándose de la locura y desinhibiéndose a las pocas horas de estar inmersos en el ambiente festivo. Entonces recurren a las pelucas, gorros o máscaras que ofrecen los vendedores callejeros. Sólo pasearse por las calles entre los carnavaleros es un espectáculo digno de verse. Los participantes rivalizan en el diseño original, artístico y hermoso de sus disfraces, o en la simpatía y humor de sus detalles… o simplemente en entusiasmo y animación, porque en el Carnaval todo vale, desde un poco de maquillaje y una peluca, al más elaborado de los disfraces, todo tiene cabida en este delirio de fantasía, ritmo y, sobre todo, de alegría desbordada.
Pero el Carnaval tinerfeño no es sólo un grandioso espectáculo, ¡es también una inmensa juerga!, posiblemente una de las más grandes que hayas disfrutado jamás, porque al fin y al cabo, el protagonismo absoluto lo tiene el pueblo. Las múltiples agrupaciones carnavaleras están integradas por gente de la calle, que, durante todo el año, alternan sus quehaceres diarios con ensayos, y reuniones para el diseño y confección de los disfraces, para la creación de las coreografías y nuevos números musicales. Cada año, al acabar el carnaval, los tinerfeños cuelgan su disfraz y empiezan a diseñar el del siguiente año.
Cuando suena la última nota y cae la última máscara, la vida vuelve a su cauce normal. Detrás queda la resaca de la fiesta, los cuerpos molidos por el baile.... y una sonrisa de ilusión con la vista puesta ya en el próximo Carnaval.