Winston ChurchillPasión por el Habano
Al ex primer ministro británico Winston Churchill se le trató como jefe de gobierno cuando en 1946 visitó Cuba. El Hotel Nacional le reservó el Apartamento de la República, destinado en exclusiva a los huéspedes oficiales más distinguidos; y entre todas las atenciones, nunca le faltaron obsequios muy especiales, como algunas cajas de habanos que apreció de modo particular.
Cuando se asomó a la portezuela del Boeing 17 que lo trajo a La Habana, Churchill levantó la mano derecha y con los dedos índice y corazón en forma de uve, saludó a la multitud que lo aguardaba y aplaudía entusiasmada en el aeropuerto de Rancho Boyeros. Sir Winston repetía para los habaneros el signo de la victoria, gesto que acuñó a lo largo de la Segunda Guerra Mundial, período en que la prensa hizo habitual su imagen de abuelo bonachón e implacable a la vez, siempre con un habano en ristre, que gustaba fumar de modo insaciable. Ahí mismo comenzaron los dolores de cabeza para el protocolo cubano y la legación británica en La Habana, porque el ex premier no respetaba horarios ni formalidades y se regía sólo por lo que le deparaba la jornada. Se levantaba a las cinco de la mañana y desde ese instante, ponía en jaque a todo el hotel. Un día de lluvia, molesto porque no podría darse el acostumbrado chapuzón en la piscina, ordenó de improviso que hicieran sus maletas para marcharse, para unos minutos después cambiar de idea, y pedir que se las deshicieran, porque había salido el sol. Su tiempo libre lo pasaba jugando a las cartas con el que quisiera acompañarlo. «Come, bebe y fuma sin restricciones de ninguna clase. Y en cantidad», escribía Enrique de la Osa en su reportaje sobre la visita. Habanos y ron La conferencia de prensa que ofreció en el Hotel Nacional fue un desastre. Churchill llegó diez minutos antes de la hora prevista al salón preparado para su encuentro con los periodistas y sus respuestas llegaron a medias a una audiencia en la que apenas había reporteros. Se hacía sentir un calor de mil demonios y el ex premier y el embajador británico en La Habana no tardaron en desaparecer de la vista de los asistentes, bloqueados por una muchedumbre compacta de refinadas señoras y caballeros de clase entre los que sobrenadaba algún que otro periodista, que había acudido ingenuamente a aquello que se dio en llamar conferencia de prensa. Decía Enrique de la Osa: «Parece ser que tanto el Ministerio de Estado como la legación británica en Cuba –organizadores de aquel encuentro tan bien desorganizado– habían aprovechado la ocasión para deparar a sus amistades la oportunidad de que vieran a mister Churchill más de cerca. «El que los periodistas pudieran llevar a cabo su labor informativa, para la que habían sido convocados, era asunto de segunda importancia. Lo importante era que aquellas elegantes damas y aquellos correctos caballeros que asistían a la conferencia de prensa, pudieran satisfacer su curiosidad rodeando al ex premier británico en aquel círculo de entusiasmo y calor animal». Alguien le preguntó si le gustaba la pesca y dijo que carecía de tiempo para dedicárselo y cuando le pidieron opinión sobre el gobierno de su país, respondió que no acostumbraba a hablar sobre el tema fuera de Inglaterra. Aseveró, entonces, que la paz sólo se consolidaría con la unión de Rusia, Estados Unidos y Gran Bretaña; y acerca del juicio de Nuremberg -que se seguía por aquellos días a criminales de guerra hitlerianos-, comentó que más importante era asegurar que los horrores que lo motivaron, no volvieran a repetirse. En público declaró su devoción ferviente por el tabaco cubano y expresó el deseo de colaborar en su promoción internacional; mientras sobre la Isla y sobre La Habana, vertió los mayores elogios. Era la segunda vez que Winston Churchill visitaba Cuba. Muchos años atrás, en 1895, había celebrado aquí su cumpleaños veintiuno. El entonces joven oficial del cuarto Regimiento de Húsares vino a título personal a ver la guerra que por su independencia sostenían los cubanos contra España y donde el futuro Lord del Almirantazgo británico, recibió su bautismo de fuego. En esa época, además se aficionó al ron cubano, lo que cuenta explícitamente en sus memorias. De nuevo La Habana en 1946 Durante su visita a la capital cubana, Churchill pidió que lo pasearan por la ciudad en un automóvil descapotado y como el protocolo oficial no disponía de semejante vehículo, el entonces propietario de la fábrica Partagás le ofreció el suyo y le sirvió gustoso de chofer, aunque a cambio le pidió al huésped que lo reciprocara con una visita a su empresa, en lo que fue complacido. Una de las vitolas tradicionales de la marca Romeo y Julieta lleva el nombre del político británico y es uno de los 240 formatos que Habanos, S. A. distribuye bajo sus 27 marcas Premium. Un dato que apenas se conoce es que Pinar del Río, la más occidental de las provincias cubanas y donde se cosecha el mejor tabaco negro del mundo, distinguió a Churchill con el título de Hijo Predilecto. El almuerzo de Churchill con el presidente Grau San Martín, cuyo menú se conserva todavía, se vio matizado por la anécdota. Sir Winston salió para el Palacio Presidencial con todo el empaque que exigía la ocasión, sólo que pocos minutos después ordenó retornar, pues había olvidado los tabacos. Y luego, otro desenchufe: la comitiva tuvo que dar vueltas y vueltas en torno al Palacio durante algunos minutos a fin de que el ex premier y el mandatario, se encontraran exactamente a la hora prevista. Al final del almuerzo, el anfitrión invitó a Churchill a salir a la Terraza Norte, de donde el visitante pudo saludar a un numeroso grupo de habaneros que lo aguardaban en la calle como gesto de agradecimiento por su visita. Entonces Churchill dijo: «Me siento muy complacido en esta hermosa Isla de Cuba donde he sido tan bien acogido…». Y prosiguió, en español: «Aprovecho la oportunidad para decir: ¡Viva la Perla de las Antillas!». Al final de su estancia hizo otra declaración entusiasta: «Si no tuviera que ver al presidente Truman, me quedaba aquí por un mes». «Cuba es una isla encantadora», escribió Churchill en Mi primera juventud, y halcón al fin, no ocultó su pesar porque sus antepasados dejaran escapar de sus manos «tan deliciosa presa».
Monguito, el torcedor de Churchill Llegamos a Ramón Collazo, Monguito, cuando ya tenía 82 años en 1998, mediante el periodista, intelectual cubano y simpático cronista Fernando G. Campoamor, gran amigo del novelista estadounidense Ernest Hemingway y autor del libro El ron: alegre hijo de la caña de azúcar. En uno de nuestros encuentros, me contó sobre alguien que había sido decisivo en la producción de los habanos que consumía Winston Churchill, especialmente enviados desde Cuba –el Julieta No. 2. Todo comenzó por la idea de los antiguos directivos de la fábrica Romeo y Julieta de hacerle un regalo al Premier británico por su activo papel contra el fascismo alemán durante la Segunda Guerra Mundial, consistente en mil de estos habanos. En ese encargo (después replicado para José Stalin por decisión de los miembros del Partido Comunista en la fábrica) participaron más torcedores, pero sólo unos pocos y de inferiores rendimientos, lo que le mereció a Monguito desde la primera vez, el apelativo de «el torcedor de Churchill». Por esas circunstancias, vale decir, en los años 40 del pasado siglo la conocida hasta entonces vitola Julieta No. 2, fue por muchos renombrada con el apellido de esta celebridad británica, prácticamente en las manos del sencillo obrero cubano, que trabajó para la marca Romeo y Julieta primero en unos talleres que tenía en Artemisa, hasta que en los años 40 se trasladó a su fábrica principal de La Habana. Mirlo Rodríguez, José Soto, Gerardo Rodríguez y Amador Moreno también trabajaron para aquel regalo, pero Monguito lo hizo superando a todos con un rendimiento de 140 unidades por jornada, lo que le destacó como corazón y alma de aquel empeño. Así puede decirse que en la historia de la Segunda Guerra Mundial y en la victoria sobre el fascismo, Monguito y el Habano tuvieron un pequeño espacio, aún más si se consideran, también, los mil tabacos enviados a José Stalin. Ramón Collazo trabajó como tabaquero 47 años, desde 1928 hasta 1975, y fue una de las claves en Cuba del suministro de Habanos a Winston Churchill, quien durante su larga vida (1874 – 1965) se convirtió en un gran promotor del producto cubano. Texto: Roberto F. Campos