Entre las ideas que tenemos del paraíso está una isla solitaria, rodeada de la belleza suficiente para que nuestro descanso sea proverbial. Ante los depredadores de la naturaleza, las agresiones ruidosas y el estrés citadino, te ofrezco una solución única, que mejora nuestra idea del paraíso: Un cayo, pequeña isla cuasi virgen donde unas vacaciones se convierten en un pedazo de eternidad. Los cayos del norte cubano se ocultan entre olas nobles y la demasiada luz que nos hace creer en espejismos; pero son reales en su belleza y alcance. 

Descubrirlos es ir de una a otra pequeña isla, bordearlas a nado, bucear en sus aguas cálidas, disfrutando un paisaje íntimo, donde acaricias la fauna del lugar y asistes a la virginidad de una flora que te sugiere confesarte con la naturaleza y renovar todas las energías. El acceso a los cayos es posible por vía aérea o por esa majestuosa obra ingeniera que es el pedraplén, silenciosa serpiente de hormigón y asfalto que reverencia al medio ambiente, mientras nos lleva hasta la más lejana cayería, en especial la que se extiende al centro norte de la isla de Cuba.
En el principio fue un cayo donde estuvo el paraíso. Es posible que aun esté allí; esperando por aquel viaje familiar o el necesario relax después de una intensa semana de trabajo. Probemos a ser Adán o Eva, sin el miedo a la imprudente manzana, y disfrutemos estos pequeños paraísos, fugaces y eternos, que son los cayos del norte.