Roberto SalasEl fotógrafo que busca cosas diferentes
La identidad entre el color de la piel desnuda, trabajada en sepia, con el de las hojas secas del tabaco una etapa diferente en la obra de Salitas
Cuando una personalidad sensible -poseedora de capacidad de observación y criterio estético propio-, desarrolla las destrezas necesarias para expresarlos, puede hablarse de un creador artístico. Este es el caso de Roberto Salas, Salitas, como le dicen sus amigos. Lo del diminutivo no es por el físico. Salitas es corpulento. Fue el ser hijo de otro grande de la fotografía cubana, Osvaldo Salas, el viejo, lo que originó el apelativo. Reconoce que su «camino hacia la fotografía es sanguíneo; aunque marcado por la química del revelado y el olor inicial del fijador». Su intensa trayectoria la marcan hechos como la foto publicada por la revista Life en los años 50-, con la bandera del 26 de julio sobre la frente de la Estatua de la Libertad; la guerra de Vietnam: «una imagen válida a largo plazo, como un ensayo»; el Che, en un trabajo con el viejo Salas en los '70; y la foto a contraluz del guerrillero envuelto en la humareda de un habano. Hasta llegar a 1994 con sus desnudos en sepia que deslumbran. Un momento de revelación, ajeno a lo social y político, cuando llegó a un género clásico de la pintura, pero «no al desnudo, por la desnudez. Fue la identidad del color de la piel en sepia lograda con la hoja seca del tabaco, lo que me inspiró». «Es que siempre hago cosas diferentes. Ahora he comenzado un ensayo fotográfico que va por 70 imágenes Así son los cubanos. Son retratos, de estudio. También un clásico de la pintura. En blanco y negro, porque el color…es demasiado bonito».